Lunes de la 25ª semana
LA PUREZA DE LA
BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
Gracia sobre gracia la
mujer santa y pundonorosa (Eccli 26, 19).
I. La Bienaventurada
Virgen fue tal que no sólo poseyó la gracia común a todos, sino que sobre esa
gracia poseyó la gracia santificante, que la santificó durante su vida y aun en
el seno de su madre. San Agustín dice*: "Cuando se
trata de pecados, no quiero que haya cuestión alguna acerca de la madre del
Señor. Exceptuada ella, si se reuniesen todos los santos y santas y se les
preguntase si estaban sin pecado, ¿qué otra cosa podrían responder sino lo que
dice la primera epístola de San Juan (1, 8): Si dijéremos que no tenernos
pecado, nosotros mismos nos engañamos, y no hay verdad en nosotros? Por
consiguiente, sólo ella puede decir de sí misma aquellas palabras del libro de
Job (27, 6): Mi corazón nada me remuerde en toda mi vida."
En este don no podemos
imitarla, porque así como somos concebidos en pecado, también nacemos del mismo
modo. Mas debemos considerar que quien preservó el seno de la virgen exige una
morada limpia, no manchada, como dice el Profeta: A tu casa conviene santidad,
Señor (Sal 92, 5). La casa de Dios es nuestra alma, que en todo debe ser limpia
y santa, para que no se diga de nosotros: Mi casa, casa de oración será
llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones (Mat 21, 13).
(Sal. ang. expos., II)
II. La Bienaventurada Virgen María supera aun a los Ángeles en pureza; porque no sólo es pura en sí misma, sino que también es fuente de la pureza para los demás; pues ella fue purísima en cuanto a la culpa, ya que no incurrió ni en pecado original, ni mortal, ni venial.
Tampoco incurrió en
cuanto a la pena. Tres maldiciones fueron lanzadas contra el hombre a causa del
pecado.
La primera fue
fulminada contra la mujer, la que, concibiendo con corrupción, tendría
embarazos penosos y pariría con dolor. Pero de ella estuvo inmune la Bienaventurada
Virgen, pues concibió sin corrupción, llevó con consuelo y con alegría dio a
luz al Salvador: Copiosamente brotará, y con mucha alegría y alabanzas saltará
de contento (Is 35, 2).
La segunda fue lanzada
contra el hombre, que comería su pan con el sudor de su frente. También estuvo
exenta la Bienaventurada Virgen de ese cuidado, pues, como dice el Apóstol, las
vírgenes están libres de los cuidados de este mundo, y sólo piensan en las
cosas de Dios (1 Cor 7, 34).
La tercera fue común
al hombre y a la mujer, que habían de ser convertidos en polvo. También de este
castigo estuvo libre la Bienaventurada Virgen, ya que subió a los cielos con su
propio cuerpo; y en efecto, creernos que, después de su muerte, fue resucitada
y llevada al cielo. Levántate, Señor, a tu reposo, tú y el arca de tu salvación
(Sal 131, 8).
Si, pues, estuvo
inmune de toda maldición, fue bendecida entre las mujeres, porque sólo ella
arrojó de sí la maldición, llevó la bendición y abrió la puerta del paraíso. Le
conviene a ella por consiguiente el nombre María, que se interpreta “estrella
del mar”; porque así como los navegantes son guiados al puerto por la estrella
del mar, del mismo modo los Cristianos son conducidos a la gloria por María.
(Sal. ang., exp. I)
Nota:
*De natur. et grat., c. 36.
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