SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 8 de mayo de 1996
María, la "llena de gracia"
(Lectura: capítulo 1 del evangelio de san Lucas,
versículos, 26-31)
1. En el relato de la
Anunciación, la primera palabra del saludo del ángel ―Alégrate― constituye una
invitación a la alegría que remite a los oráculos del Antiguo Testamento
dirigidos a la hija de Sión. Lo hemos puesto de relieve en la catequesis
anterior, explicando también los motivos en los que se funda esa invitación: la
presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la
fecundidad materna. Estos motivos encuentran en María su pleno cumplimiento.
El ángel Gabriel,
dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, después del saludo "alégrate",
la llama "llena de gracia". Esas palabras del texto griego:
"alégrate" y "llena de gracia", tienen entre sí una
profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama
y la ha colmado de gracia con vistas a la maternidad divina.
La fe de la Iglesia y
la experiencia de los santos enseñan que la gracia es la fuente de alegría y
que la verdadera alegría viene de Dios. En María, como en los cristianos, el
don divino es causa de un profundo gozo.
2. "Llena de
gracia": esta palabra dirigida a María se presenta como una calificación
propia de la mujer destinada a convertirse en la madre de Jesús. Lo recuerda
oportunamente la constitución Lumen gentium, cuando afirma: "La
Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de
Dios, como 'llena de gracia' " (n. 56).
El hecho de que el
mensajero celestial la llame así confiere al saludo angélico un valor más alto:
es manifestación del misterioso plan salvífico de Dios con relación a María.
Como escribí en la encíclica Redemptoris Mater: "La plenitud de
gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha
sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo" (n. 9).
Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de Dios. En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lucas, lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.
La expresión
"llena de gracia" traduce la palabra griega "kexaritomene",
la cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el
matiz del término griego, no se debería decir simplemente llena de gracia,
sino "hecha llena de gracia" o "colmada de
gracia", lo cual indicaría claramente que se trata de un don hecho por
Dios a la Virgen. El término, en la forma de participio perfecto, expresa la
imagen de una gracia perfecta y duradera que implica plenitud. El mismo verbo,
en el significado de "colmar de gracia", es usado en la carta a los
Efesios para indicar la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su
Hijo amado (cf. Ef 1, 6). María la recibe como primicia de la
Redención (cf. Redemptoris Mater, 10).
3. En el caso de la
Virgen, la acción de Dios resulta ciertamente sorprendente. María no posee
ningún título humano para recibir el anuncio de la venida del Mesías. Ella no
es el sumo sacerdote, representante oficial de la religión judía, y ni siquiera
un hombre, sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Además, es
originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testamento y que no
debía gozar de buena fama, como lo dan a entender las palabras de Natanael que
refiere el evangelio de san Juan: "¿De Nazaret puede salir algo
bueno?" (Jn 1, 46).
El carácter
extraordinario y gratuito de la intervención de Dios resulta aún más evidente
si se compara con el texto del evangelio de san Lucas que refiere el episodio
de Zacarías. Ese pasaje pone de relieve la condición sacerdotal de Zacarías,
así como la ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel modelos
de los justos del Antiguo Testamento: "Caminaban sin tacha en todos los
mandamientos y preceptos del Señor" (Lc 1, 6).
En cambio, ni siquiera
se alude al origen de María. En efecto, la expresión "de la casa de
David" (Lc 1, 27) se refiere sólo a José. No se dice nada de la
conducta de María. Con esa elección literaria, san Lucas destaca que en ella
todo deriva de una gracia soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de
ningún título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilección
divina.
4. Al actuar así, el
evangelista ciertamente no desea poner en duda el excelso valor personal de la
Virgen santa. Más bien, quiere presentar a María como puro fruto de la
benevolencia de Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hizo,
como dice el ángel, llena de gracia. Precisamente la abundancia de gracia
funda la riqueza espiritual oculta en María.
En el Antiguo
Testamento, Yahveh manifiesta la sobreabundancia de su amor de muchas maneras y
en numerosas circunstancias. En María, en los albores del Nuevo Testamento, la
gratuidad de la misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la
predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en particular a los
humildes y a los pobres, llega a su culmen.
La Iglesia, alimentada
por la palabra del Señor y por la experiencia de los santos, exhorta a los
creyentes a dirigir su mirada hacia la Madre del Redentor y a sentirse como
ella amados por Dios. Los invita a imitar su humildad y su pobreza, para que,
siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la gracia
divina que santifica y transforma los corazones.
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