Vigésimo tercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2055: el
Decálogo se resume en el mandamiento de amar
CEC 1443-1445:
reconciliación con la Iglesia
CEC 2842-2845:
“como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
CEC 2055: el
Decálogo se resume en el mandamiento de amar
2055 Cuando le hacen la pregunta:
“¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22, 36), Jesús
responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es
semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40;
cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser
interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud
de la Ley:
«En efecto, lo de: No
adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos,
se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no
hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13,
9-10).
CEC 1443-1445:
reconciliación con la Iglesia
Reconciliación
con la Iglesia
1443 Durante
su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto
de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la
comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso
excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los
pecadores a su mesa, más aún, Él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa
de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf Lc 15)
y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).
1444 Al
hacer partícipes a los Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el
Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la
Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las
palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del
Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y
lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19).
"Consta que también el colegio de los Apóstoles, unido a su cabeza,
recibió la función de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 18,18;
28,16-20)" LG 22).
1445 Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios.
CEC 2842-2845:
“como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
...
«como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
2842 Este
“como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es
perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos,
“como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13,
34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde
fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del
fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro
Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer
nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2,
1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente
“como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).
2843 Así,
adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta
el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin
entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial
(cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con
vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro
hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo
se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla;
pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y
purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La
oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5,
43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es
cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que
en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio
de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de
ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición
fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los
hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart.
enc. DM 14).
2845 No
hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18,
21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados”
según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6,
12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda
que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima
Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3,
19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5,
23-24):
«Dios no acepta el
sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que
antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones
de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la
unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San
Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).
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