SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 27 de marzo de 1996
Bendita entre las mujeres
Mujeres comprometidas en la salvación del pueblo
(Lectura: Judith,
capítulo 15, versículos 8-10)
1. El Antiguo
Testamento nos hace admirar a algunas mujeres extraordinarias que, bajo el
impulso del Espíritu de Dios, participan en las luchas y los triunfos de Israel
o contribuyen a su salvación. Su presencia en las vicisitudes del pueblo no es
ni marginal ni pasiva: se presentan como auténticas protagonistas de la
historia de la salvación. He aquí los ejemplos más significativos.
Después del paso del
mar Rojo, el texto sagrado pone de relieve la iniciativa de una mujer inspirada
para celebrar con júbilo ese acontecimiento decisivo: «María, la profetisa,
hermana de Aarón tomó en sus manos un tímpano y todas la mujeres la seguían con
tímpanos y danzando en coro. Y María les entonaba el estribillo: «Cantad al
Señor pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carros» (Ex 15,
20-21).
Esta mención de la
iniciativa femenina en un marco de celebración pone de relieve no sólo la
importancia del papel de la mujer, sino también su aptitud particular para
alabar y dar gracias a Dios.
2. Una acción aún más
importante realiza, en tiempos de los Jueces, la profetisa Débora. Después de
haber ordenado al jefe del ejército que reuniera a sus hombres y entablara
batalla, ella, con su presencia, asegura el éxito del ejército de Israel,
anunciando que otra mujer Yael, matará al jefe de los enemigos.
Además, para celebrar la gran victoria, Débora entona un largo cántico con el que alaba la acción de Yael: Bendita entre las mujeres Yael (...). Bendita sea entre las mujeres que habitan en tiendas» (Jc 5, 24). Las palabras que Isabel dirige a María el día de la Visitación: «Bendita tú entre las mujeres...» (Lc 1, 42), son un eco de esa alabanza en el Nuevo Testamento.
El papel significativo
de las mujeres en la salvación del pueblo, puesto de manifiesto por las figuras
de Débora y Yael, se vuelve a encontrar en el caso de otra profetisa, llamada
Juldá, que vivió en tiempos del rey Josías.
Interrogada por el
sacerdote Jilquías, pronuncia oráculos que anuncian una manifestación de perdón
para el rey, que temía la ira divina. Juldá se convierte así en mensajera de
misericordia y de paz (cf. 2 R 22, 14-20).
3. Los libros de Judit
y Ester, que tienen como finalidad exaltar, de modo ideal, la aportación
positiva de la mujer en la historia del pueblo elegido, presentan -en un marco
cultural de violencia- dos figuras de mujeres que contribuyen a la victoria y a
la salvación de los israelitas.
El libro de Judit, en
particular, refiere que el rey Nabucodonosor envía un temible ejército para
conquistar Israel. Guiado por Holofernes, el ejército enemigo está a punto de
apoderarse de la ciudad de Betulia, en medio de la desesperación de sus
habitantes que, considerando inútil cualquier resistencia, piden a los jefes
que se rindan. Pero a los ancianos de la ciudad, que, por no contar con ayuda
inmediata, se declaran dispuestos a entregar Betulia al enemigo Judit les
reprocha su falta de fe, manifestando plena confianza en la salvación que viene
del Señor.
de haber invocado a Dios durante largo tiempo,
Judit, símbolo de la fidelidad al Señor de la oración humilde y de la voluntad
de mantenerse casta, se dirige hasta Holofernes, el general enemigo, orgulloso,
idólatra y disoluto.
Tras haberse quedado a
solas con él, antes de matarlo, se dirige al Señor diciendo: «¡Dame fortaleza,
Dios de Israel, en este momento!» (Jdt 13, 7). Luego, con la cimitarra de
Holofernes, le corta la cabeza.
También aquí, como en
el caso de David frente a Goliat, el Señor se sirve de la debilidad para
triunfar sobre la fuerza. Con todo, en esta circunstancia, quien logra la
victoria es una mujer: Judit, sin dejarse vencer por la pusilanimidad y la
incredulidad de los jefes del pueblo, logra llegar hasta Holofernes y lo mata,
mereciendo la gratitud y la alabanza del sumo sacerdote y de los ancianos de
Jerusalén. Éstos, dirigiéndose a la mujer que venció al enemigo, exclaman: «Tú
eres la exaltación de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú la suprema
gloria de nuestra raza. Al hacer todo esto por tu mano, has procurado la dicha
de Israel y Dios se ha complacido en lo que has hecho. Bendita seas del Señor
omnipotente por siglos infinitos» (Jdt 15, 9-10).
4. En otra situación
de grave dificultad para los judíos tiene lugar la historia narrada en el libro
de Ester. En el reino de Persia, Amán, el encargado de negocios del rey,
decreta el exterminio de los judíos. Para alejar el peligro, Mardoqueo, un
judío que vive en la ciudadela de Susa, recurre a su sobrina Ester, que vive en
el palacio del rey, donde habla alcanzado el rango de reina. Ésta, contra la
ley vigente, se presenta al rey sin haber sido llamada, y corriendo el peligro
de ser condenada a muerte, obtiene la revocación del decreto de exterminio.
Amán es ejecutado, Mardoqueo llega al poder, y los judíos, librados de la
amenaza, vencen así a sus enemigos.
Judit y Ester ponen en
peligro su vida para lograr la salvación de su pueblo. Ahora bien, esas dos
intervenciones son muy diferentes: Ester no mata al enemigo, sino que,
desempeñando el papel de mediadora, intercede en favor de los judíos amenazados
con el exterminio.
5. El primer libro de
Samuel atribuye después esa función de intercesión a otra figura de mujer,
Abigail, esposa de Nabal. También aquí, gracias a su intervención, se realiza
otro caso de salvación.
Abigail sale al
encuentro de David, que había decidido aniquilar a la familia de Nabal,
pidiéndole perdón por las culpas de su marido, y así libra a su casa de una desgracia
segura (cf. 1 S 25).
Como se puede notar
fácilmente, la tradición veterotestamentaria pone de manifiesto en numerosas
ocasiones, sobre todo en los escritos más cercanos a la venida de Cristo, la
acción decisiva de la mujer para la salvación de Israel. De este modo, el
Espíritu Santo, a través de las vicisitudes de las mujeres del Antiguo
Testamento, iba delineando cada vez con mayor precisión las características de
la misión de María en la obra de la salvación de la humanidad entera.
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