Vigésimo sexto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1807: el hombre
justo se distingue por su rectitud habitual hacia el prójimo
CEC 2842: solo el
Espíritu Santo puede hacer nuestros los sentimientos de Jesús
CEC 1928-1930,
2425-2426: la obligación de la justicia social
CEC 446-461: el
señorío de Cristo
CEC 2822-2827:
“hágase tu voluntad”
CEC 1807: el hombre justo se distingue por su rectitud habitual hacia el prójimo
1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la
constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La
justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los
hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer
en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las
personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las
Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos
y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor
del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo
que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo
en el cielo” (Col 4, 1).
CEC 2842: solo el
Espíritu Santo puede hacer nuestros los sentimientos de Jesús
2842 Este “como” no es el único en la enseñanza
de Jesús: «Sed perfectos “como” es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, “como” vuestro
Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los
unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también vosotros los
unos a los otros» (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible
si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una
participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la
misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida”
(Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que
hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace
posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).
CEC 1928-1930,
2425-2426: la obligación de la justicia social
1928. La sociedad asegura la justicia
social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada
uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación. La
justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad.
I. El respeto de la persona humana
1929.
La justicia social sólo puede ser conseguida sobre la base del respeto de la
dignidad trascendente del hombre. La persona representa el fin último de la
sociedad, que está ordenada al hombre:
«La defensa y la
promoción de la dignidad humana nos han sido confiadas por el Creador, y [...]
de las que son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en
cada coyuntura de la historia» (SRS 47).
1930 El
respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su
dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen
a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o
negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su
propia legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una autoridad
sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia
de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres
de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.
2425 La Iglesia ha rechazado las
ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al
“comunismo” o “socialismo”. Por otra parte, ha rechazado en la práctica del
“capitalismo” el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado
sobre el trabajo humano (cf CA 10. 13. 44). La regulación de la
economía por la sola planificación centralizada pervierte en su base los
vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado quebranta la
justicia social, porque “existen numerosas necesidades humanas que no pueden
ser satisfechas por el mercado” (CA 34). Es preciso promover una
regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una
justa jerarquía de valores y con vistas al bien común.
IV. Actividad económica y justicia social
2426 El
desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la producción
están destinados a satisfacer las necesidades de los seres humanos. La vida
económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar
el lucro o el poder; está ordenada ante todo al servicio de las personas, del
hombre entero y de toda la comunidad humana. La actividad económica dirigida
según sus propios métodos, debe moverse no obstante dentro de los límites del
orden moral, según la justicia social, a fin de responder al plan de Dios sobre
el hombre (cf GS 64).
CEC 446-461: el
señorío de Cristo
446 En
la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable
con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es
traducido por Kyrios ["Señor"]. Señor se
convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad
misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el
título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la
novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El
mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los
fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf.
también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también
de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles (cf. Jn 13,
13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la
naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el
pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con
mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús
llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de
los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación (cf. Mt 8,
2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el
reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2,
11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración:
"Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una
connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición
cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo
a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia
afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el
honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9,
5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque Él es de
"condición divina" (Flp 2, 6) y porque el Padre manifestó
esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su
gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde
el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre
el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también
reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto,
a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no
es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5,
29). " La Iglesia cree que la clave, el centro y el fin de toda historia
humana se encuentra en su Señor y Maestro" (GS 10,
2; cf. 45, 2).
451 La
oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la
invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su
conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación
llena de confianza y de esperanza: Maran atha ("¡el Señor
viene!") o Marana tha ("¡Ven, Señor!") (1 Co 16,
22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
452 El
nombre de Jesús significa "Dios salva". El niño nacido de la Virgen
María se llama "Jesús" "porque él salvará a su pueblo de sus
pecados" (Mt 1, 21); "No hay bajo el cielo otro nombre
dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,
12).
453 El
nombre de Cristo significa "Ungido", "Mesías". Jesús es el
Cristo porque "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10,
38). Era "el que ha de venir" (Lc 7, 19), el objeto de
"la esperanza de Israel"(Hch 28, 20).
454 El
nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con
Dios su Padre: el es el Hijo único del Padre (cf. Jn 1, 14.
18; 3, 16. 18) y Él mismo es Dios (cf. Jn 1, 1). Para ser
cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (cf. Hch 8,
37; 1 Jn 2, 23).
455 El
nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como
Señor es creer en su divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es
Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo"(1 Co 12, 3).
456 Con el Credo
Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los
hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre" (DS 150).
457 El
Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios:
"Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10). "El Padre envió a su Hijo para ser
salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "Él se manifestó para
quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):
«Nuestra naturaleza
enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser
resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos
devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz;
estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos,
un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían
conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana
para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y
tan desgraciado?» (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG
45, 48B).
458 El Verbo se encarnó para
que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó
el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que
vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
459 El
Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29).
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por
mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración,
ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6,
4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley
nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,
12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo
(cf. Mc 8, 34).
460 El
Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza
divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la razón por
la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el
hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina,
se convirtiera en hijo de Dios" (San Ireneo de Lyon, Adversus
haereses, 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para
hacernos Dios" (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione,
54, 3: PG 25, 192B). Unigenitus [...] Dei Filius, suae
divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines
deos faceret factus homo ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo
hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que,
habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de
Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer
Nocturno, Lectura I).
461 Volviendo
a tomar la frase de san Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1,
14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios
haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra
salvación. En un himno citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la
Encarnación:
«Tened entre vosotros
los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo
en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte de cruz» (Flp 2, 5-8; cf. Liturgia de las Horas,
Cántico de las Primeras Vísperas de Domingos).
CEC 2822-2827:
“hágase tu voluntad”
III. «Hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo»
2822 La
voluntad de nuestro Padre es “que todos los hombres [...] se salven y lleguen
al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 3-4). El “usa de
paciencia [...] no queriendo que algunos perezcan” (2 P 3, 9;
cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que
nos dice toda su voluntad es que “nos amemos los unos a los otros como él nos
ha amado” (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10,
25-37).
2823 Él
nos ha dado a “conocer [...] el Misterio de su voluntad según el benévolo
designio que en Él se propuso de antemano [...] hacer que todo tenga a Cristo
por Cabeza [...] a Él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano
según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su
Voluntad” (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice
plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.
2824 En
Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida
perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: “He
aquí que yo vengo [...] oh Dios, a hacer tu voluntad” (Hb 10,
7; Sal 40, 8-9). Sólo Jesús puede decir: “Yo hago siempre lo
que le agrada a Él” (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge
totalmente esta Voluntad: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,
42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús “se
entregó a sí mismo por nuestros pecados [...] según la voluntad de Dios” (Ga 1,
4). “Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de
una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 10).
2825 Jesús,
“aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia” (Hb 5,
8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y
pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en Él! Pedimos a nuestro
Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su
designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente
impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo,
podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo
siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8,
29):
«Adheridos a Cristo,
podemos llegar a ser un solo espíritu con Él, y así cumplir su voluntad: de
esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo» (Orígenes, De
oratione, 26, 3).
«Considerad cómo
[Jesucristo] nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no
depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. Él ordena a cada
fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice
“Que tu voluntad se haga” en mí o en vosotros “sino en toda la tierra”: para
que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio
sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra
ya no sea diferente del cielo» (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum homilia
19, 5).
2826 Por
la oración, podemos “discernir cuál es la voluntad de Dios” (Rm 12,
2; Ef 5, 17) y obtener “constancia para cumplirla” (Hb 10,
36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante
palabras, sino “haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,
21).
2827 “Si
alguno [...] cumple la voluntad [...] de Dios, a ése le escucha” (Jn 9,
31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la
Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de
intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y
con todos los santos que han sido “agradables” al Señor por no haber querido
más que su Voluntad:
«Incluso podemos, sin
herir la verdad, cambiar estas palabras: “Hágase tu voluntad en la tierra como
en el cielo” por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo;
en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la
voluntad del Padre» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2,
6, 24).
No hay comentarios:
Publicar un comentario