SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 1 de mayo de 1996
La nueva hija de Sión
(Lectura: Sofonías,
capítulo 3, versículos 14-18)
1. En el momento de la
Anunciación María, "excelsa Hija de Sión" (Lumen gentium, 55), recibe
el saludo del ángel como representante de la humanidad, llamada a dar su
consentimiento a la encarnación del Hijo de Dios.
La primera palabra que
el ángel le dirige es una invitación a la alegría: chaire, es decir, alégrate.
El término griego fue traducido al latín con Ave, una sencilla
expresión de saludo, que no parece corresponder plenamente a las intenciones
del mensajero divino y al contexto en que tiene lugar el encuentro.
Ciertamente, chaire era
también una fórmula de saludo, que solían usar a menudo los griegos, pero las
circunstancias extraordinarias en que es pronunciada no pertenecen al clima de
un encuentro habitual. En efecto, no conviene olvidar que el ángel es
consciente de que trae un anuncio único en la historia de la humanidad; de ahí
que un saludo sencillo y usual sería inadecuado. Por el contrario, parece más
apropiado a esa circunstancia excepcional la referencia al significado
originario de la expresión chaire, que es alégrate.
Como han notado constantemente
sobre todo los Padres griegos citando varios oráculos proféticos, la invitación
a la alegría conviene especialmente al anuncio de la venida del Mesías.
2. El pensamiento se
dirige, ante todo, al profeta Sofonías. El texto de la Anunciación
presenta un paralelismo notable con su oráculo: "¡Exulta, hija de Sión, da
voces jubilosas, Israel; alégrate con todo el corazón, hija de Jerusalén!"
(So 3, 14). Ese oráculo incluye una invitación a la alegría:
"Alégrate con todo el corazón" (v. 14); una alusión a la presencia
del Señor: "El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti" (v. 15);
la exhortación a no tener miedo: "No temas, Sión. No desmayen tus
manos" (v. 16); y la promesa de la intervención salvífica de Dios:
"En medio de ti está el Señor como poderoso salvador" (v. 17). Las
semejanzas son tan numerosas y exactas que llevan a reconocer en María a la
nueva hija de Sión, que tiene pleno motivo para alegrarse porque Dios
ha decidido realizar su plan de salvación.
Una invitación análoga
a la alegría, aunque en un contexto diverso, viene de la profecía de Joel: "No
temas, suelo; alégrate y regocíjate, porque el Señor hace grandezas (...).
Sabréis que en medio de Israel estoy yo" (Jl 2, 21. 27).
3. También es
significativo el oráculo de Zacarías, citado a propósito del ingreso
de Jesús en Jerusalén (cf. Mt 21, 5; Jn 12, 15). En él el
motivo de la alegría es la venida del rey mesiánico: "¡Alégrate
sobremanera, hija de Sión; grita de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que
viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde (...). Proclamará la paz a las
naciones" (Za 9, 910).
Por último, de la numerosa posteridad, signo de bendición divina, el libro de Isaías hace brotar el anuncio de alegría para la nueva Sión: "Regocíjate, estéril que no das a luz; rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no ha tenido los dolores, porque son más numerosos los hijos de la abandonada que los de la casada, dice el Señor" (Is 54, 1).
Los tres motivos de la
invitación a la alegría -la presencia salvífica de Dios en medio de su pueblo,
la venida del rey mesiánico y la fecundidad gratuita y superabundante-
encuentran en María su plena realización y legitiman el rico significado que la
tradición atribuye al saludo del ángel. Éste, invitándola a dar su asentimiento
a la realización de la promesa mesiánica y anunciándole la altísima dignidad de
Madre del Señor, no podía menos de exhortarla a la alegría. En efecto, como nos
recuerda el Concilio: "Con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga
espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de
salvación. Es el momento en que el Hijo de Dios tomó de María la naturaleza
humana para librar al hombre del pecado por medio de los misterios vividos en
su carne" (Lumen gentium, 55).
4. El relato de la
Anunciación nos permite reconocer en María a la nueva hija de Sión, invitada
por Dios a una gran alegría. Expresa su papel extraordinario de madre del
Mesías; más aún, de madre del Hijo de Dios. La Virgen acoge el mensaje en
nombre del pueblo de David, pero podemos decir que lo acoge en nombre de la
humanidad entera porque el Antiguo Testamento extendía a todas las naciones el
papel del Mesías davídico (cf. Sal 2, 8; 72, 8). En la intención de
Dios, el anuncio dirigido a ella se orienta a la salvación universal.
Como confirmación de
esa perspectiva universal del plan de Dios, podemos recordar algunos textos del
Antiguo y del Nuevo Testamento que comparan la salvación a un gran banquete de
todos los pueblos en el monte Sión (cf. Is 25, 6 ss) y que anuncian
el banquete final del reino de Dios (cf. Mt 22, 110).
Como hija de
Sión, María es la Virgen de la alianza que Dios establece con la humanidad
entera. Está claro el papel representativo de María en ese acontecimiento. Y es
significativo que sea una mujer quien desempeñe esa misión.
5. En efecto, como
nueva hija de Sión, María es particularmente idónea para entrar en la
alianza esponsal con Dios. Ella puede ofrecer al Señor, más y mejor que
cualquier miembro del pueblo elegido, un verdadero corazón de Esposa.
Con María, la hija
de Sión ya no es simplemente un sujeto colectivo, sino una persona que
representa a la humanidad y, en el momento de la Anunciación, responde a la
propuesta del amor divino con su amor esponsal. Ella acoge así, de modo muy
particular, la alegría anunciada por los oráculos proféticos, una alegría que
aquí, en el cumplimiento del plan divino, alcanza su cima.
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