Sexto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 577-582: Jesús
y la Ley
CEC 1961-1964: la
Ley antigua
CEC 2064-2068: el
Decálogo en la Tradición de la Iglesia
CEC 577-582: Jesús
y la Ley
Jesús y la Ley
577 Al comienzo
del Sermón de la Montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley
dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la
gracia de la Nueva Alianza:
«No penséis que he
venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar
cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase
una "i" o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por
tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a
los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los
observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cielos» (Mt 5,
17-19).
578 Jesús, el
Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se
debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores
preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer
perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia
confesión, jamás han podido cumplir la Ley en su totalidad, sin violar el menor
de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13,
38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de
Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley
constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley,
pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2,
10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).
579 Este principio
de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en
su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos
judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo
(cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una
casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11,
39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios
que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos
los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).
580 El
cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador
que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4,
4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el
fondo del corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por
"aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha
convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús
cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3,
13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos
de la Ley" (Ga 3, 10) porque "ha intervenido su muerte
para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9,
15).
581 Jesús fue
considerado por los judíos y sus jefes espirituales como un "rabbi"
(cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36).
Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley
(cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6,
6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos
que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su
interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien tiene
autoridad y no como los escribas" (Mt 7, 28-29). La misma
Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la
que en Él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,
1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo
divino su interpretación definitiva: "Habéis oído también que se dijo a
los antepasados [...] pero yo os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta
misma autoridad divina, desaprueba ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7,
8) de los fariseos que "anulan la Palabra de Dios" (Mc 7,
13).
582 Yendo más
lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan
importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido
"pedagógico" (cf. Ga 3, 24) por medio de una
interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede
hacerle impuro [...] —así declaraba puros todos los alimentos— . Lo que sale
del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón
de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7, 18-21).
Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se
vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no aceptaban su interpretación
a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba
(cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en
particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con
argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7,
22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios
(cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo
(cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.
CEC 1961-1964: la
Ley antigua
La Ley antigua
1961 Dios, nuestro
Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley,
preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades
naturalmente accesibles a la razón. Estas están declaradas y autentificadas en
el marco de la Alianza de la salvación.
1962 La Ley antigua
es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están
resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los
fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo
que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es
esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para
manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:
«Dios escribió en
las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones» (San
Agustín, Enarratio in Psalmum 57, 1)
1963 Según la
tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7, 12) espiritual
(cf. Rm 7, 14) y buena (cf. Rm 7, 16) es
todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf. Ga 3, 24) muestra lo
que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para
cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley
de servidumbre. Según san Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar
el pecado, que forma una “ley de concupiscencia” (cf. Rm 7)
en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera etapa en el
camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano a la
conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que
subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.
1964 La Ley antigua
es una preparación para el Evangelio. “La ley es profecía y
pedagogía de las realidades venideras” (San Ireneo de Lyon, Adversus
haereses, 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado
que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes, los
“tipos”, los símbolos para expresar la vida según el Espíritu. La Ley se
completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y de los profetas,
que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los cielos.
«Hubo [...], bajo el
régimen de la antigua Alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del
Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en
lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva
Alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley nueva:
para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas
temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva Alianza. En todo caso,
aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el
cual “la caridad es difundida en nuestros corazones” (Rm 5,5.)»
(Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 107, a. 1, ad 2).
CEC 2064-2068: el
Decálogo en la Tradición de la Iglesia
El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
2064 Fiel a la
Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha
reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordiales.
2065 Desde san
Agustín, los “diez mandamientos” ocupan un lugar preponderante en la catequesis
de los futuros bautizados y de los fieles. En el siglo XV se tomó la costumbre
de expresar los preceptos del Decálogo en fórmulas rimadas, fáciles de
memorizar, y positivas. Estas fórmulas están todavía en uso hoy. Los catecismos
de la Iglesia han expuesto con frecuencia la moral cristiana siguiendo el orden
de los “diez mandamientos”.
2066 La división y
numeración de los mandamientos ha variado en el curso de la historia. El
presente catecismo sigue la división de los mandamientos establecida por san
Agustín y que ha llegado a ser tradicional en la Iglesia católica. Es también
la de las confesiones luteranas. Los Padres griegos hicieron una división algo
distinta que se usa en las Iglesias ortodoxas y las comunidades reformadas.
2067 Los diez
mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres
primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del
prójimo.
«Como la caridad
comprende dos preceptos de los que, según dice el Señor, penden la ley y los
profetas [...], así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están
escritos en una tabla y siete en la otra» (San Agustín, Sermo 33,
2, 2).
2068 El Concilio de
Trento enseña que los diez mandamientos obligan a los cristianos y que el
hombre justificado está también obligado a observarlos (cf DS 1569-1670). Y el
Concilio Vaticano II afirma que: “Los obispos, como sucesores de los Apóstoles,
reciben del Señor [...] la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar
el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres, por la fe, el bautismo
y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación” (LG 24).
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