SAN JUAN
PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 25 de octubre de 1995
Miércoles 25 de octubre de 1995
El rostro de la Madre del Redentor
(Lectura:
capítulo 19 del evangelio de san Juan, versículos 25-27)
1. El Concilio al afirmar que a la Virgen María "se la
reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor" (Lumen
gentium, 53) señala el vínculo que existe entre la maternidad de María
y la redención.
Después de haber tomado conciencia
del papel materno de María, venerada en la doctrina y en el culto de los
primeros siglos como Madre virginal de Jesucristo y, por consiguiente, Madre de
Dios, en la edad Media la piedad y la reflexión teológica de la Iglesia
profundizan su colaboración en la obra del Salvador.
Este retraso se explica por el hecho
de que el esfuerzo de los Padres de la Iglesia y de los primeros concilios
ecuménicos, al centrarse en el misterio de la identidad de Cristo, dejó
necesariamente en la sombra otros aspectos del dogma. Sólo progresivamente la
verdad revelada se podrá explicitar en toda su riqueza. En el decurso de los
siglos la mariología se orientará siempre en función de la cristología. La
misma maternidad divina de María es proclamada en el concilio de Éfeso, sobre
todo para afirmar la unidad personal de Cristo. De forma análoga sucede con la
profundización de la presencia de María en la historia de la salvación.
2. Ya al final del siglo II, san Ireneo, discípulo de san
Policarpo, pone de relieve la aportación de María a la obra de la salvación.
Comprendió el valor del consentimiento de María en el momento de la
Anunciación, reconociendo en la obediencia y en la fe de la Virgen de Nazaret
en el mensaje del ángel la antítesis perfecta a la desobediencia e incredulidad
de Eva, con efectos benéficos sobre el destino de la humanidad. En efecto, como
Eva causó la muerte, así María, con su sí, se convirtió en causa de
salvación para sí misma y para todos los hombres (cf. Adv.
haer. 3.22 4: SC 211, 441). Pero se trata de una
afirmación que no desarrollaron de modo orgánico y habitual los otros Padres de
la Iglesia.
Esa doctrina, en cambio, es sistemáticamente
elaborada por primera vez, al final del siglo X, en la Vida de
María, escrita por un monje bizantino, Juan el Geómetra. Aquí María
está unida a Cristo en toda la obra redentora, participando, de acuerdo con el
plan divino, en la cruz y sufriendo por nuestra salvación. Permaneció unida a
su Hijo "en toda acción, actitud y voluntad" (Vida de
María, Bol. 196 f. 122 v.). La asociación de María a la obra salvífica
de Jesús se realiza mediante su amor de Madre, un amor animado por la gracia,
que le confiere una fuerza superior: la más libre de pasión se muestra la más
compasiva (cf. ib. Bol. 196, f. 123 v.).
3. En Occidente, san Bernardo, muerto el año 1153,
dirigiéndose a María, comenta así la presentación de Jesús en el templo:
"Ofrece tu Hijo, Virgen santísima, y presenta al Señor el fruto de tu
seno. Para nuestra reconciliación con todos ofrece la hostia santa, agradable a
Dios" (Sermo 3 in Purif., 2: PL 183, 370).
Un discípulo y amigo de san
Bernardo, Arnaldo de Chartres, destaca en particular la ofrenda de María en el
sacrificio del Calvario. Distingue en la cruz "dos altares: uno en el
corazón de María; otro en el cuerpo de Cristo. Cristo inmolaba su carne; María,
su alma. María se inmola espiritualmente en profunda comunión con Cristo y suplica
por la salvación del mundo: "Lo que la Madre pide, el Hijo lo aprueba y el
Padre lo otorga" (De septem verbis Domini in cruce, 3: PL 189,
1.694).
Desde esa época otros autores
exponen la doctrina de la cooperación especial de María en el sacrificio
redentor.
4. Al mismo tiempo, en el culto y en la piedad cristiana,
se desarrolla la mirada contemplativa sobre la compasión de
María, representada significativamente en las imágenes de la Piedad. La
participación de María en el drama de la cruz hace profundamente humano ese
acontecimiento y ayuda a los fieles a entrar en el misterio: la compasión de la
Madre hace descubrir mejor la pasión del Hijo.
Con la participación en la obra
redentora de Cristo, se reconoce también la maternidad espiritual y universal
de María. En Oriente, Juan el Geómetra dice de María: "Tú eres nuestra
madre". Dando gracias a María "por las penas y los sufrimientos
padecidos por nosotros", pone de relieve su afecto maternal y su calidad
de madre con respecto a todos los que reciben la salvación (cf. Discurso
de despedida sobre la dormición de la gloriosísima Nuestra Señora Madre de
Dios, en A. Wenger, L'Assomption de la T.S. Vierge dans la
tradition byzantine, 407).
También en Occidente la doctrina de
la maternidad espiritual se desarrolla con san Anselmo, que afirma: "Tú
eres la madre (...) de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la
salvación y de los salvados" (cf. Oratio 52, 8: PL 158,
957 A).
María siempre es venerada como Madre
de Dios, pero el hecho de ser nuestra madre confiere a su maternidad divina un
nuevo rostro y a nosotros nos abre el camino para una comunión más intima con
ella.
5. La maternidad de María con respecto a nosotros no
consiste sólo en un vínculo afectivo: por sus méritos y su intercesión, ella
contribuye de forma eficaz a nuestro nacimiento espiritual y al desarrollo de
la vida de la gracia en nosotros. Por este motivo, se suele llamar a
María Madre de la gracia, Madre de la vida.
El titulo Madre de la
vida, que ya usaba san Gregorio de Nisa, lo explicó así Guerrico
d'Igny, muerto en el año 1157: "Ella es la Madre de la Vida de la que
viven todos los hombres: al engendrar en sí misma esta vida, en cierto modo
regeneró a todos los que la vivirían. Sólo uno fue engendrado, pero todos
nosotros fuimos regenerados" (In Assumpt. I, 2: PL 185,
188).
Un texto del siglo XIII, el Mariale, usando
una imagen atrevida, atribuye esta regeneración al "parto doloroso"
del Calvario, con el que "se convirtió en madre espiritual de todo el
género humano"; en efecto, "en sus castas entrañas concibió, por
compasión, a los hijos de la Iglesia" (Q. 29, par. 3).
6. El concilio Vaticano II, después de haber afirmado que
María "colaboró de manera totalmente singular a la obra del
Salvador", concluye así: "Por esta razón es nuestra Madre en el orden
de la gracia" (Lumen gentium 61), confirmando, de ese modo, el
sentir eclesial que considera a María junto a su Hijo como Madre espiritual de
toda la humanidad.
María es nuestra Madre: esta
consoladora verdad, que el amor y la fe de la Iglesia nos ofrecen de forma cada
vez más clara y profunda, ha sostenido y sostiene la vida espiritual de todos
nosotros y nos impulsa, incluso en los momentos de sufrimiento, a la confianza
y a la esperanza.
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