TIEMPO DE CUARESMA
Miércoles de Ceniza
LA MUERTE
Por un hombre entró el
pecado en este mundo, y por el pecado, la muerte (Rom 5, 12)
1º) Si alguno, por su
culpa, es privado de algún beneficio que se le ha dado, la carencia de aquel
beneficio es la pena de aquella culpa. Al hombre, en su primer estado, le fue
concedido por Dios este beneficio: que, mientras su espíritu estuviera sometido
a Dios, se sometiesen las fuerzas inferiores del alma a la mente racional, y el
cuerpo al alma. Mas, puesto que la mente del hombre se apartó por el pecado de
la sujeción a Dios, se siguió que tampoco las fuerzas inferiores se sometiesen
totalmente a la razón; de donde resultó tanta rebelión del apetito carnal
contra la razón, que ni tampoco el cuerpo estuviese enteramente sujeto al alma.
Y de aquí provienen muerte y otros defectos corporales; porque la vida y la
integridad del cuerpo consisten en que éste se someta al alma, como lo
perfectible a su perfección. De donde, por el contrario, la muerte y la
enfermedad y cualquier defecto corporal pertenecen al defecto de sujeción del
cuerpo al alma. Por lo tanto es evidente que, así como la rebelión apetito carnal
contra el espíritu es pena del pecado de los primeros padres, así también la
muerte y todos los defectos corporales.
2º) El alma racional es de
sí inmortal, por eso la muerte no es natural al hombre por parte de su alma,
sino al cuerpo que está compuesto de elementos contrarios, de donde resulta
necesariamente la corruptibilidad; y en cuanto a esto, la muerte es natural al
hombre. Mas Dios, que es el creador del hombre, es omnipotente, por lo cual,
por un efecto de su bondad, eximió al primer hombre de la necesidad de la
muerte, que es consiguiente a tal materia; cuyo beneficio, sin embargo, le ha
sido substraído por el pecado de los primeros padres. Y así, la muerte es
natural por la condición de la materia, y es penal por la pérdida del beneficio
divino, que preserva de la muerte.
(2ª 2ªe , q. CLXIV, a. 1 et
ad 1)
3º) La culpa original y la
actual es removida por Cristo, esto es, por el mismo por quien se quitan
también defectos corporales, conforme a aquello del Apóstol: Vivificará también
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu, que mora en vosotros (Rom 8, 11).
Pero ambas cosas tienen lugar en tiempo oportuno, según el orden de la divina
sabiduría, porque conviene que a la inmortalidad e impasibilidad de la gloria
que fue incoada en Cristo y adquirida para nosotros por Cristo, lleguemos
después de haber sido conformados primeramente con sus sufrimientos. Por
consiguiente, es necesario que su pasibilidad permanezca temporalmente en
nosotros para que merezcamos la impasibilidad de la gloria de una manera
conforme a Cristo.
(1ª 2ª, q. LXXXV, a. 5, ad
2
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