SAN JUAN
PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 13 de septiembre de 1995
Miércoles 13 de septiembre de 1995
El rostro materno de María en
los primeros siglos
(Lectura:
evangelio de san Lucas, capítulo 1, versículos 28-33)
evangelio de san Lucas, capítulo 1, versículos 28-33)
1. En la constitución Lumen gentium, el Concilio
afirma que "los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos
los santos, conviene también que veneren la memoria “ante todo de la gloriosa
siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor" (n. 52).
La constitución conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa,
destacando así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María está
presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos.
En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título
de Madre de Jesús. Es el mismo Lucas quien, en los Hechos
de los Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás,
corresponde a cuanto se dice en los evangelios: "¿No es éste (...) el hijo
de María?", se preguntan los habitantes de Nazaret, según el relato del
evangelista san Marcos (6, 3). "¿No se llama su madre María?", es la
pregunta que refiere san Mateo (13, 55).
2. A los ojos de los discípulos, congregados después de la
Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere todo su
significado. María es para ellos una persona única en su género: recibió la
gracia singular de engendrar al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo
junto a él, y en el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva
maternidad con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él,
con relación a toda la Iglesia.
Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de
Jesús es un titulo de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre
en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, con este titulo los cristianos
quieren afirmar que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el
papel de la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su
función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia. Los
fieles, recordando el lugar que ocupa María en la vida de Jesús, descubren
todos los días su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual.
3. Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad
virginal de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, ya las
primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las
circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador. En
particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos de
conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos
de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el
origen de la revelación sobre el misterio de la concepción virginal por obra
del Espíritu Santo.
Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia
significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la
incluyeron entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad, Jesús, hijo de
José según la ley, por una intervención extraordinaria del Espíritu Santo, en
su humanidad es hijo únicamente de María, habiendo nacido sin intervención de
hombre alguno.
Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja
nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la
generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo.
La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los
Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre
y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como
profesamos en el símbolo nicenoconstantinopolitano. María es la única virgen
que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones
en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María
sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su
maternidad.
Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad cristiana la
difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor ha llamado a ella.
Esta vocación especial, que alcanza su cima en el ejemplo de Cristo, constituye
para la Iglesia de todos los tiempos, que encuentra en María su inspiración y
su modelo, una riqueza espiritual inconmensurable.
4. La afirmación: "Jesús nació de María, la Virgen",
implica ya que en este acontecimiento se halla presente un misterio
trascendente, que sólo puede hallar su expresión más completa en la verdad de
la filiación divina de Jesús. A esta formulación central de la fe cristiana
está estrechamente unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto,
ella es Madre del Verbo encarnado, que es "Dios de Dios (...), Dios
verdadero de Dios verdadero".
El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la fórmula
equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,
23), se atribuyó explícitamente a María sólo después de una reflexión que duró
alrededor de dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto,
comienzan a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.
Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del pueblo
cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es madre
del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza humana y
educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona
divina, que vino para transformar el destino de la humanidad.
5. De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María (Sub
tuum praesidium..., "Bajo tu amparo...") contiene la
invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título no es fruto
de una reflexión de los teólogos, sino de una intuición de fe del pueblo
cristiano. Los que reconocen a Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de
Dios y esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.
El concilio de Éfeso, en el año 431, define el dogma de la
maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el titulo de Theotókos, con
referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a lo largo
de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús, Madre
virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la
maternidad de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. Son
afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad popular, que
contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.
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