CEC 529, 583, 695: la Presentación en
el Templo
529 La Presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 22-39) lo
muestra como el Primogénito que pertenece al Señor (cf. Ex 13,2.12-13). Con Simeón y Ana, toda la
expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición bizantina llama
así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado,
"luz de las naciones" y "gloria de Israel", pero también
"signo de contradicción". La espada de dolor predicha a María anuncia
otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios
ha preparado "ante todos los pueblos".
583 Como los
profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de
Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su
nacimiento (Lc. 2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en
el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2,
46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión
de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su ministerio público estuvo
jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas
judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10,
22-23).
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es
también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha
convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el
signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de
Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es
necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de
Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del
Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David
(cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera
única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el
Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu
Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu
Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a
ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus
curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de
entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente
"Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el
Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la
humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto [...] que realiza la
plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión
de San Agustín (Sermo 341, 1, 1: PL 39, 1493; Ibíd., 9, 11: PL 39, 1499)
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