BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 22 de febrero de 2006
La Cátedra de San Pedro don de
Cristo a su Iglesia
(La audiencia general del miércoles 22 de febrero
se celebró en dos momentos sucesivos: el primero en la basílica de San
Pedro y el segundo en la sala Pablo VI.)
(En la Basílica de San Pedro)
Queridos amigos, deseo dar una
cordial bienvenida a todos los presentes en esta basílica, cuyo ábside hoy está
adornado e iluminado con ocasión de la fiesta de la Cátedra del apóstol Pedro.
En particular, os saludo a vosotros, queridos estudiantes y profesores del
colegio San Francisco de Lodi, que conmemoráis el cuarto centenario de vuestra
escuela, fundada por los padres barnabitas; así como a vosotros, queridos
alumnos y profesores del instituto María Inmaculada de Roma.
La fiesta de hoy, que nos invita a mirar a la Cátedra de
san Pedro, nos estimula a alimentar la vida personal y comunitaria con la fe
fundada en el testimonio de san Pedro y de los demás Apóstoles. Si imitáis su
ejemplo, también vosotros, queridos amigos, podréis ser testigos de Cristo en
la Iglesia y en el mundo.
(En la sala Pablo VI)
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia latina celebra hoy la fiesta de la Cátedra de
San Pedro. Se trata de una tradición muy antigua, atestiguada en Roma desde el
siglo IV, con la que se da gracias a Dios por la misión encomendada al apóstol
san Pedro y a sus sucesores. La "cátedra", literalmente, es la sede
fija del obispo, puesta en la iglesia madre de una diócesis, que por eso se
llama "catedral", y es el símbolo de la autoridad del obispo, y en
particular de su "magisterio", es decir, de la enseñanza evangélica
que, en cuanto sucesor de los Apóstoles, está llamado a conservar y transmitir
a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia
particular que le ha sido encomendada, llevando la mitra y el báculo pastoral,
se sienta en la cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y pastor, el
camino de los fieles en la fe, en la esperanza y en la caridad.
¿Cuál fue, por tanto, la "cátedra" de san Pedro?
Elegido por Cristo como "roca" sobre la cual edificar la Iglesia (cf. Mt 16,
18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de
Pentecostés. La primera "sede" de la Iglesia fue el Cenáculo, y es
probable que en esa sala, donde también María, la Madre de Jesús, oró
juntamente con los discípulos, a Simón Pedro le tuvieran reservado un puesto
especial.
Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad
situada a orillas del río Oronte, en Siria (hoy en Turquía), en aquellos
tiempos tercera metrópoli del imperio romano, después de Roma y Alejandría en
Egipto. De esa ciudad, evangelizada por san Bernabé y san Pablo, donde
"por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos"
(Hch 11, 26), por tanto, donde nació el nombre de cristianos para
nosotros, san Pedro fue el primer obispo, hasta el punto de que el Martirologio
romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración
específica de la Cátedra de San Pedro en Antioquía.
Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto,
tenemos el camino desde Jerusalén, Iglesia naciente, hasta Antioquía, primer
centro de la Iglesia procedente de los paganos, y todavía unida con la Iglesia
proveniente de los judíos. Luego Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio,
símbolo del "Orbis" —la "Urbs" que expresa el
"Orbis", la tierra—, donde concluyó con el martirio su vida al
servicio del Evangelio. Por eso, la sede de Roma, que había recibido el mayor
honor, recogió también el oficio encomendado por Cristo a Pedro de estar al
servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de
todo el pueblo de Dios.
Así, la sede de Roma, después de estas emigraciones de san
Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la "cátedra" de
su obispo representó la del Apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su
rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo
san Ireneo, obispo de Lyon, pero que venía de Asia menor, el cual, en su
tratado Contra las herejías, describe la Iglesia de Roma como
"la más grande, más antigua y más conocida por todos, que la fundaron y
establecieron los más gloriosos apóstoles Pedro y Pablo"; y añade:
"Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente
estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes"
(III, 3, 2-3). A su vez, un poco más tarde, Tertuliano afirma:
"¡Cuán feliz es esta Iglesia de Roma! Fueron los Apóstoles mismos quienes
derramaron en ella, juntamente con su sangre, toda la doctrina" (La
prescripción de los herejes, 36). Por tanto, la cátedra del Obispo de
Roma representa no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su
misión de guía de todo el pueblo de Dios.
Celebrar la "Cátedra" de san Pedro, como hacemos
nosotros, significa, por consiguiente, atribuirle un fuerte significado espiritual
y reconocer que es un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y
eterno, que quiere congregar a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la
salvación.
Entre los numerosos testimonios de los santos Padres, me
complace recordar el de san Jerónimo, tomado de una de sus cartas, escrita al
Obispo de Roma, particularmente interesante porque hace referencia explícita
precisamente a la "cátedra" de Pedro, presentándola como fuente
segura de verdad y de paz. Escribe así san Jerónimo: "He decidido
consultar la cátedra de Pedro, donde se encuentra la fe que la boca de un
Apóstol exaltó; vengo ahora a pedir un alimento para mi alma donde un tiempo
fui revestido de Cristo. Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por
eso, me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro.
Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia" (Cartas I,
15, 1-2).
Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica
de San Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la Cátedra del Apóstol,
obra madura de Bernini, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenido
por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de Occidente, san
Agustín y san Ambrosio, y dos de Oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio.
Os invito a deteneros ante esta obra tan sugestiva, que hoy se puede admirar
decorada con muchas velas, para orar en particular por el ministerio que Dios
me ha encomendado.
Elevando la mirada hacia la vidriera de alabastro que se
encuentra exactamente sobre la Cátedra, invocad al Espíritu Santo para que
sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio diario a toda la Iglesia.
Por esto, como por vuestra devota atención, os doy las gracias de corazón.
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