«Soy consciente de que, en ciertos ambientes, la idea misma del milagro
parece impensable y pasada de moda –escribía el doctor Oliviéri,
pre- sidente de la Oficina Médica de Lourdes entre 1959 y 1971… Por eso,
cuando se habla ante esas personas de curaciones milagrosas, siempre responden
lo mismo: esos hechos –dicen– o bien no han sido estudiados, o bien se explican
por toda suerte de causas naturales… o bien serán explicables más tarde…
Finalmente, lo que es común a todas esas explicaciones es esa razón fundamental
a priori de que “los milagros no existen”. A ello puedo responder lo siguiente:
“Los milagros existen”. Como lo reconocía el gran Carrel, las curaciones de
Lourdes son un hecho contra el cual ninguna afirmación puede sostenerse».
Uno de los más célebres y antiguos
milagros de Nuestra Señora de Lourdes fue la curación de Pedro de Rudder. El 16
de febrero de 1867, al dirigirse al trabajo cerca de Jabbeke (Bélgica), Pedro
de Rudder se encuentra con dos jóvenes que talan árboles cerca del castillo.
Uno de los árboles ha caído en un campo contiguo y los leñadores se esfuerzan
en llevarlo a la carretera con la ayuda de palancas. Pedro se ofrece a ayudarles.
De repente, el árbol se desploma y el tronco le aplasta la pierna izquierda.
Enseguida llaman a un médico, pero sólo puede constatar la fractura de la tibia
y el peroné; para mantener los huesos rotos e intentar soldarlos, envuelve la
pierna en una venda almidonada. Durante las semanas siguientes, el sufrimiento
de Pedro va en aumento: se ha formado una llaga gangrenosa que ataca ahora los
tejidos musculares colindantes. Transcurren doce meses sin mejora alguna: el
lisiado, que cuenta entonces con 44 años, permanece inmovilizado en la cama,
sin ninguna esperanza de curación. Los médicos le aconsejan la amputación, pero
él lo rechaza.
«¿Qué haces?»
Transcurren ocho años. En 1875, Pedro
decide ir en peregrinación a Oostakker, localidad donde se ha acondicionado
una réplica de la “Gruta de Lourdes”, en honor de las apariciones de la Virgen
Inmaculada a santa Bernardita. El 5 de abril, Pedro se dirige al castillo de
Jabbeke y confiesa al vizconde su proyecto: irá a Oostakker para implorar su
curación. Movida por la curiosidad, la novia del vizconde pide ver la herida.
El tullido desenrolla las vendas y el mal aparece, tan grande como la palma de
la mano: las dos partes de los huesos rotos están separadas por una llaga
supurante, y no existe ninguna apariencia de cicatrización. Pedro puede girar
el pie, con el talón hacia adelante y los dedos hacia atrás. El 7 de abril,
apoyado en muletas y con la ayuda de su esposa, el herido emprende la ruta. Al
llegar a Oostakker, tras un momento de reposo, Pedro bebe un poco de agua y,
con sus muletas, da dos vueltas alrededor de la Gruta. Luego, se sienta,
agotado, ante la imagen de la Virgen, en uno de los bancos reservados a los
peregrinos. Implora el perdón de todos sus pecados y, después, pide a Nuestra
Señora la gracia de poder volver a trabajar, a fin de mantener a su familia. De
repente, siente una sacudida y una conmoción. Sin darse cuenta de lo que hace,
se levanta sin ningún apoyo, pasa entre las filas de los peregrinos y acaba
arrodillándose ante la estatua. De súbito, vuelve en sí y exclama: «¡Yo, de
rodillas! ¿Dónde estoy, Dios mío?». Se levanta en el acto, transportado,
radiante, y se dirige devotamente a dar la vuelta a la Gruta. «¿Qué pasa? ¿Qué
haces, qué haces?» –exclama su mujer. Acuden alrededor de Pedro y le preguntan;
no hay duda: puede mantenerse de pie y caminar; sus dos piernas lo llevan
fácilmente y sin dolor. ¡Gracias, Señora!
Un médico examina el miembro y descubre
que la pierna y el pie, que estaban muy hinchados momentos antes, han
recuperado el volumen normal, de tal modo que las vendas han caído ellas solas;
la llaga ha cicatrizado, los huesos rotos se han juntado a pesar de la
distancia que los separaba y ambas piernas tienen la misma longitud. En
agradecimiento a su curación, Pedro regresará cuatrocientas veces a la Gruta
durante los veintitrés años que vivirá aún en este mundo. Sin resentirse nunca
más de su mal, ejercerá su oficio de jardinero hasta su muerte a la edad de
setenta y cinco años, en 1898. Para poder asegurarse mejor sobre la autenticidad
de la curación, después de su muerte se exhumaron los huesos de sus piernas,
que permitieron dar testimonio de la realidad objetiva de la lesión, así como
de la consolidación. Se realizó un molde de esos huesos, que se encuentra en la
Oficina Médica de Lourdes. En 1908, el obispo de Brujas declaró que era
procedente ver en la curación de Pedro de Rudder un milagro atribuido a una
intervención de Dios, obtenida mediante la intercesión de la Santísima Virgen
María.
Un largo proceso
La curación de Pedro de Rudder tuvo
lugar en Bélgica, pero es sobre todo en la misma Lourdes donde tienen
lugar muchas curaciones. En 2011, por ejemplo, se notificaron cuarenta y ocho
casos de curaciones a la Oficina Médica de Lourdes. En el momento de su
creación, en 1884, ésta se denominaba Oficina de Consultas. Los médicos que
allí se encuentran, creyentes o no creyentes, verifican la realidad de cada
curación alegada por los enfermos, y después estudian de cerca esas curaciones
para ver si presentan un carácter extraordinario que la ciencia médica no pueda
explicar. Tras los exámenes practicados por la Oficina Médica, si al menos los
dos tercios de los médicos consideran que una curación es cierta, duradera y
médicamente inexplicable, el expediente se trasmite a la instancia médica
superior, el Comité Médico Internacional de Lourdes, creado en 1947. Totalmente
independiente de la Oficina Médica, ese comité tiene la sede en París y se
reúne una vez al año. Está formado por unos treinta miembros elegidos por
cooptación y nombrados por el obispo de Tarbes y Lourdes. Están representadas
en él la mayor parte de las disciplinas médicas y la mayor parte de sus
miembros son profesores catedráticos o jefes de servicio de hospitales
universitarios, de diferentes nacionalidades. Para cada caso, un miembro del
comité, especialista de la enfermedad en cuestión, redacta un informe que será
interpretado por todos los miembros. Al final de ese proceso, que dura varios
años, éstos responden a la siguiente pregunta: ¿la curación constatada
constituye un fenómeno contrario a las observaciones y a las previsiones de la
experiencia médica, y científicamente inexplicable? Si los dos tercios de los
miembros del comité responden positivamente a dicha pregunta, el expediente se
traslada al obispo de la diócesis de donde es originaria la persona curada.
Corresponde entonces al obispo, si lo considera oportuno, declarar que la
curación ha sido milagrosa. Entonces constituye una comisión que investigará
nuevamente sobre la curación, y especialmente sobre sus circunstancias en el
plano espiritual. Finalmente, toma la decisión de reconocer o no, oficialmente,
la curación como un milagro.
Desde las apariciones de Lourdes,
sesenta y siete curaciones han sido reconocidas de ese modo como milagrosas (en
otoño de 2011, el Comité Internacional de Lourdes reconoció como inexplicables
otras dos curaciones). Sin embargo, el número real de curaciones auténticas y
completas es mucho mayor. «Entre los numerosos enfermos curados en Lourdes cada
año –señala el padre Laurentin–, algunos de ellos no lo declaran y conservan
esa gracia con discreción. Conozco varios casos así. Entre los que lo declaran,
muchos no poseen suficientes elementos para formar un expediente que atestigüe
la enfermedad y su carácter. Entre quienes pueden presentar un expediente,
muchos casos se descartan, bien porque el expediente está incompleto, bien
porque la prueba falla en un punto cualquiera…» (Lourdes. Histoire authentique
des apparitions, París, Lethielleux, 1961-1964). En 1993, el presidente de la
Oficina Médica estimaba que de las aproximadamente 6.000 declaraciones de
curación contabilizadas por las instancias médicas de Lourdes desde las
apariciones, alrededor de 2.000 casos pueden considerarse como curaciones
extraordinarias.
Agua potable
Esos hechos han suscitado numerosos
interrogantes y han llevado a buscar las causas naturales que podrían
explicarlos. Se ha indagado sobre las propiedades físicas y químicas del agua
de la Gruta, que ha sido analizada en numerosas ocasiones. El 7 de agosto de
1858, un profesor de química de la Facultad de Ciencias de Toulouse concluía de
la siguiente manera su análisis: «El agua de la Gruta de Lourdes tiene una
composición tal que puede considerarse como un agua potable análoga a la
mayoría de las que se encuentran en las montañas de suelo rico en material
calcáreo. Esta agua no contiene ninguna substancia activa capaz de conferirle
propiedades terapéuticas destacadas» (cf. Henri Lasserre, Notre-Dame de
Lourdes, 1880). Otros análisis realizados posteriormente han dado resultados
semejantes.
A veces se intenta explicar las
curaciones de Lourdes mediante fenómenos psíquicos. No obstante, conviene
destacar que la enorme diversidad de enfermedades curadas (tuberculosis,
esclerosis en placas, enfermedades de Pott, cánceres…) excluye la posibilidad
de un único agente terapéutico natural, físico o psíquico. Entre los médicos
que examinan los casos propuestos, y sobre todo los del Comité Internacional,
hay además especialistas en psiquiatría, perfectamente qualificados.
El doctor Alexis Carrel (1873-1944),
profesor de anatomía de la Facultad de Lyon, también hubo de abordar los
milagros de Lourdes. De hecho, un día de 1902, para hacer un favor a un colega,
ese médico incrédulo acepta acompañar a Lourdes a un tren lleno de enfermos. Se
encarga de una joven agonizante, Marie Bailly, afectada de peritonitis
tuberculosa en fase terminal. Durante una conversación con un amigo que le
cuenta el caso de una religiosa curada súbitamente después de beber agua,
Alexis Carrel murmura: «Interesante caso de autosugestión. De una multitud
rezando se desprende una especie de fluido que actúa con fuerza increíble sobre
el sistema nervioso, pero que fracasa cuando se trata de afecciones orgánicas».
Su amigo intenta sacarlo de su error, pero Alexis permanece inquebrantable:
«Sigo siendo incrédulo. Nadie ha hecho un trabajo científico. El enfermo
tendría que ser examinado por un médico competente inmediatamente antes de la
curación. Evidentemente, el milagro es un absurdo. Pero si el hecho queda
constatado, en condiciones suficientemente concretas para tener la certeza de
no haberse equivocado, habrá que admitirlo. Ningún argumento puede sostenerse
contra la realidad de un hecho… He venido aquí con la única intención de ser un
buen instrumento registrador… Pero sólo con que viera cerrarse una llaga ente
mis ojos, me convertiría en creyente fanático o acabaría loco». Luego, continúa
diciendo: «Además, está esa joven, Marie Bailly… Temo que muera en mis manos.
Si ella se curara, sería verdaderamente un milagro. ¡Creería en todo y me haría
monje!».
A las quince horas
Marie Bailly pide que la sumerjan en el
agua de las piscinas. El doctor Carrel cree que ese baño la matará, pero
no puede oponerse a la voluntad de la enferma. Llegados al lugar, la enferma no
es sumergida en el agua, sino que consideran suficiente realizarle algunas
lociones en el vientre hinchado por la enfermedad, y luego la llevan ante la
Gruta. Carrel la acompaña y murmura: «¡Ah! Cómo me gustaría creer, como todos
esos desdichados, que no solamente eres una exquisita fuente, creada por
nuestros cerebros, ¡oh Virgen María! Cura a esta joven, pues ha sufrido
demasiado. Permite que viva un poco, y haz que yo crea». De repente, ante sus
propios ojos, la moribunda recupera la vida: sus rasgos se colorean, el pulso
es normal, aquel vientre extraordinariamente inflado disminuye poco a poco de
volumen. Con su bolígrafo, Carrel anota la hora exacta en la manga de su
camisa: 14.40h. A las 15 horas, la curación total es un hecho. «¡Estoy curada!»
–dice Marie Bailly. Carrel escribirá: «Sucedía lo imposible. Sucedía lo
inesperado. Acababa de producirse el milagro!».
Minuciosamente, en el transcurso de la
tarde y de la noche, estudia el caso y anota los detalles. Otros dos médicos
añaden sus constataciones a las suyas. También interroga a la agraciada por el
milagro: «¿Qué piensa hacer ahora? – Me dirigiré a las religiosas de San
Vicente de Paúl, me aceptarán y curaré a los enfermos». A la vez feliz e
incomodado por la aventura, Carrel, después de haber errado largo tiempo
durante la noche, penetra en la basílica, se sienta junto a un viejo campesino
y, con la cabeza entre las manos, pronuncia esta plegaria: «Virgen dulce,
socorro de los enfermos que te imploran humildemente, mírame. Creo en ti. Has
querido responder a mi duda mediante un milagro apabullante. No soy capaz de
verlo y todavía tengo dudas. Pero mi mayor deseo y el principal objetivo de
todas mis aspiraciones es creer».
Sin embargo, aún no es el momento de la
conversión. Los milagros, incluso si se constatan debidamente, demuestran que
resulta lógico creer, que hay que creer. Pero el acto de fe procede de una
gracia sobrenatural, que exige el concurso de la libertad del hombre. Alexis
Carrel necesitará muchos años para llegar a la plenitud de la fe. De regreso a
Lyon, expone en un artículo leal todos los hechos de los que ha sido testigo,
sin formular ninguna conclusión. Santa Edith Stein describió un estado anímico
que se asemeja al de Carrel en aquel momento de su vida: «Puedo desear
ardientemente la fe religiosa sin que por ello me sea concedida. Supon–gamos
que un ateo convencido siente, en el transcurso de una experiencia religiosa,
la existencia de Dios. No puede sustraerse a la cuestión de la fe sin penetrar
en su esfera; no la deja actuar en él, sino que se aferra a su visión
científica del mundo, que debería verse turbada».
«¡Que florezca el desierto!»
En agosto de 1909, Alexis Carrel está
otra vez en Lourdes. En la sala de reconocimiento de la Oficina de
Constataciones, se prepara para fotografiar dos fístulas de la articulación
coxofemoral de un enfermo cuando, ante su mirada, se cierran en un instante.
Pero esa nueva curación, de la que es testigo directo, todavía no es motivo de
su retorno a la fe. Sus investigaciones médicas le valen en 1912 el premio
Nobel de medicina (es el “padre” de varias técnicas médicas modernas) y son
motivo de numerosas reflexiones sobre el hombre; en ellas acaba constatando que
la ciencia experimental no basta para decir quién es, pues no alcanza su alma
espiritual. En 1935 publica su obra maestra: El hombre, ese desconocido.
Durante el verano de 1937, conoce al padre Alexis Presse, fundador de la abadía
cisterciense de Boquen, en Bretaña. La amistad que ambos entablan le ayudará
sobremanera a retornar a la fe. Considera entonces que su carrera científica
solamente ha abordado “la superficie de la vida”, y escribe en su diario el 3
de noviembre de 1938: «Señor, mi vida ha sido un desierto, pues no te he
conocido. ¡Haz que, a pesar del otoño, florezca el desierto! ¡Que cada minuto
de los días que me queden, lo consagre a ti!». Y en 1940, en un artículo sobre
la oración, escribirá: «Ese Dios tan asequible a quien sabe amar se esconde a
quien sólo sabe pensar».
Alexis Carrel muere el 5 de noviembre de
1944, después de recibir los últimos sacramentos. El padre Presse escribirá:
«Algunos han aseverado que no era católico (al final de su vida). Todavía le
estoy escuchando decir con fuerza: “Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia
Católica quiere que creamos, y en eso no hallo dificultad alguna, pues no
encuentro ninguna oposición real con los datos incuestionables de la ciencia”».
Los milagros que Dios realiza por
intercesión de los santos van destinados a sostener la fe, que es necesaria
para tener acceso a la vida eterna. El motivo de creer no radica en el hecho de
que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de
nuestra razón natural. Creemos a causa de la autoridad de Dios mismo que revela
y que no puede engañarse ni engañarnos. Sin embargo, para que el homenaje de
nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios
interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su
Revelación. De ese modo, los milagros de Cristo y de los santos, las profecías,
la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad son
signos certísimos de la Revelación, adaptados a la inteligencia de todos:
constituyen motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe
no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu (cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, 156).
No obstante, más allá de los milagros
físicos, Lourdes es un lugar donde se producen numerosas curaciones
espirituales (conversiones, regresos a la práctica religiosa, reconciliaciones
interiores…). Un teólogo mariano resaltaba lo siguiente: «A Lourdes acuden
miles de personas que ni siquiera piensan en pedir la curación corporal; han
venido, no para ver o porque han visto milagros, sino para una renovación
espiritual. Sin ningún milagro exterior, los peregrinos continuarían al mismo
ritmo, pues se perpetuarían los milagros internos de conversión de corazones,
¡que son mucho más importantes!» (C. Balic, o.f.m., Un double problème
d’actualité: miracles et guérisons de Lourdes, 1960). Jean-Pierre Bély, la
sexagésima sexta persona cuya curación (9 de octubre de 1987) fue reconocida
como milagrosa, da testimonio de que primero sintió una paz y un gozo
espiritual intensos, tras haber recibido la Unción de los enfermos; la curación
física se produjo más tarde. Todos los agraciados por un milagro de Lourdes
vieron cómo su vida se transformaba físicamente, pero también espiritualmente.
«Aquí nos gusta…»
El mensaje que dirigió la Virgen María a
santa Bernardita es, ante todo, un mensaje de curación interior, es
decir, de conversión y oración. El 14 de agosto de 1983, en Lourdes, el Papa
Juan Pablo II recuperaba ese mensaje: «Digámoslo francamente: nuestro mundo
necesita conversión… En la actualidad, el propio significado del pecado ha
desaparecido en parte, porque el significado de Dios se pierde. Se ha pensado
en construir un humanismo sin Dios, y la fe corre sin cesar el riesgo de
aparecer como una originalidad de algunos, sin cometido necesario para la
salvación de todos. Las conciencias se han oscurecido, como en el momento del
pecado original, sin distinguir ya entre el bien y el mal… Resulta difícil
convencer a este mundo de la miseria de su propio pecado, así como de la
salvación que Dios le ofrece sin cesar… Así pues, la Virgen sin pecado nos
recuerda aquí esa necesidad espiritual, y nos dice, como a Bernardita: Rezad
por los pecadores, venid a lavaros, a purificaros, a alcanzar una nueva vida…
Porque, si bien María representa el enemigo de Satán, lo contrario del pecado,
aquí se muestra como la amiga de los pecadores, como Cristo que comía y vivía
en medio de ellos, como el Santo de Dios. Es la Buena Nueva que vuelve a
presentar a este mundo, a cada uno de nosotros. Es posible, es bueno, es vital
encontrar, volver a encontrar el camino de Dios… De hecho, es como si aquí (en
Lourdes), el respeto humano y todas sus reticencias –que con demasiada frecuencia
bloquean la conversión y la expresión religiosa– quedaran naturalmente
superados. Aquí rezamos, nos gusta rezar, nos gusta reconciliarnos con Dios,
nos gusta venerar la Eucaristía, aquí reservamos un sitio de honor a los pobres
y a los enfermos. Es un lugar excepcional de gracias. ¡Alabado sea Dios!».
Al día siguiente, el 15 de agosto, el
Papa exhortaba a los fieles a guardar preciosamente la fe: «No dejéis que las
certezas de la fe se disuelvan o se extingan al viento de ideologías ateas o
simplemente de reconsideraciones sistemáticas e irreflexivas. No dejéis que la
indiferencia religiosa substituya la fe en el Hijo de Dios vivo, ni que el
materialismo práctico ahogue la aspiración hacia Dios con la que estáis
marcados… Rezad, vosotros también, rezad más… y procurad, jóvenes y adultos,
alimentar vuestra fe… No os modeléis a partir de las costumbres del mundo, y
sobre todo no os desaniméis. La vida según Cristo es posible, porque nos ha
sido concedido el Espíritu Santo… No dejéis desamparadas a las nuevas
generaciones por la ignorancia religiosa, sino que vuestra familia, vuestro
entorno, reconozcan la firmeza de vuestras convicciones en coherencia con
vuestra vida. ¡Expresad la esperanza que está en vosotros!».
Pidamos a la humilde santa Bernardita que
nos ayude a seguir esas recomendaciones del beato Juan Pablo II.
Dom
Antoine Marie osb
Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com
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