La siguiente es una
guía para poder celebrar en nuestras casas, en este tiempo de pandemia.
Los textos que
están en rojo (rúbricas) no son para leer en voz alta y tienen la función de
dar algunas indicaciones sobre lo que hay que ir haciendo. De acuerdo a las
posibilidades de la persona y/o grupo familiar se realizará todos o algunos de
los momentos celebrativos propuestos.
Para preparar antes de la
celebración:
- Un lugar cómodo que permita el
recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño altar con los elementos
que a la familia le son significativos: un mantel, una vela encendida, una
cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia desde la cual se
proclamará el Evangelio.
Iniciamos la celebración
El adulto que
guía la celebración (G) invita a todos a hacerse la señal de la cruz, mientras
dicen:
G: En el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Familia, bendigamos al Señor que nos regala su Espíritu
y, que nos invita a compartir la mesa de su Palabra.
Todos
responden: Bendito sea Dios, por los siglos.
Recordamos nuestro bautismo
A continuación
el que guía la celebración dice:
En este día queremos
abrirnos al Espíritu del Padre que cuando creó todo, vio que todas las cosas
eran buenas. Para renovar la creación necesitamos el don de Dios. Fue en
nuestro Bautismo cuando irrumpió el Espíritu en nuestras vidas. Nos inundó y
fuimos transformados, como los apóstoles, en hijas e hijos de Dios, en personas
nuevas, llenas de fe, esperanza y amor.
En el bautismo
fuimos perdonados, pero nuestra debilidad nos hace caer una y otra vez. Y desde
el dolor del pecado nos preguntamos si sería posible volver el tiempo atrás.
Nicodemo se preguntaba lo mismo: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es
viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a
nacer?». (Jn 3, 4)
La propuesta de
Jesús no es volver hacia atrás. Es una propuesta mejor: renacer, renovarse,
dejarse levantar por la misericordia y seguir caminando: «Te aseguro que el que
no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que
nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes
de que te haya dicho: “Ustedes tienen que renacer de lo alto”». (Jn 3, 5-7)
Renovemos la
experiencia bautismal de nuestro nacimiento a la vida de la fe. Por medio del
agua y del Espíritu recibamos el perdón que Dios nos vuelve a ofrecer.
En este momento, tomamos el recipiente con agua, y con la mano
llevamos algunas gotas sobre nuestra cabeza o nos hacemos la señal de la cruz
en la frente.
Ven, Espíritu Santo
Creador
Ven, Espíritu Santo
Creador,
a visitar nuestro
corazón;
repleta con tu
gracia viva y celestial
nuestras almas, que
tú creaste por amor.
Tú que eres llamado
Consolador,
don del Dios
Altísimo y Señor,
vertiente viva,
fuego que es la caridad,
y también espiritual
y divina unción.
En cada sacramento
te nos das,
dedo de la diestra
paternal;
eres tú la promesa
que el Padre nos dio;
con tu palabra
enriqueces nuestro cantar.
Nuestros sentidos
has de iluminar,
los corazones
enamorar
y nuestro cuerpo
presa de la tentación
con tu fuerza
continua has de afirmar.
Lejos al enemigo
rechaza;
tu paz danos pronto,
sin tardar
y, siendo tú nuestro
buen guía y conductor,
evitemos así toda
sombra de mal.
Concédenos al Padre
conocer,
a Jesús, su Hijo,
comprender,
y a ti, Espíritu de
ambos, por amor,
te creamos con
ardiente y sólida fe.
Al Padre demos
gloria pues es Dios,
a su Hijo que resucitó,
y también al
Espíritu Consolador
por todos los siglos
de los siglos honor. Amén
Escuchamos la
Palabra Habiendo marcado previamente el texto que se proclamará, alguien toma
la Biblia del altar familiar y lee la lectura de Gálatas 5, 16-26. Si se
prefiere se puede tomar el texto que transcribimos aquí abajo.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de
Galacia 5,16-25
Hermanos:
Yo los exhorto a que
se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los
deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu
contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo
el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están
sometidos a la Ley.
Se sabe muy bien
cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje,
idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias,
ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y
orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los
que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.
Por el contrario, el
fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y
confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás,
porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus
pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos
conducir también por Él.
Palabra de Dios
Respondemos a la Palabra con nuestra plegaria
Los frutos que nombra San Pablo, no son frutos del esfuerzo del
cristiano, sino frutos que producen en nosotros los dones del Espíritu Santo,
cuando encuentran en nosotros una buena disposición a su obrar. Iremos pidiendo
al Señor que derrame sus dones en nosotros para que demos frutos de vida nueva.
En este momento,
los diversos miembros de la familia pueden ir leyendo las siguientes oraciones:
- Espíritu de Amor, haznos que nuestro amor sea reflejo del amor
entre el Padre y el Hijo, inmenso, incondicional y personal. Que el amor sea el
distintivo en nuestros vínculos, porque sin amor, nada somos.
- Espíritu de Alegría, otórganos un santo gozo, propio de los que
viven en tu gracia, y que no nos abandone ni en las situaciones difíciles,
porque tú vives en nosotros y nunca nos abandonas.
- Espíritu de Paz, concédenos tu paz, aquella paz que el mundo no
puede dar, el lazo donde encontramos la calma que permite que nada nos turbe,
ni en las circunstancias más extremas, ya que Cristo venció a la muerte y al
dolor.
- Espíritu de Magnanimidad, que nuestro corazón sea grande para
tender a Dios, relativizando lo superfluo y dando el valor justo a cada cosa.
Que no nos falte el ánimo para emprender las cosas de Dios y para resistir y
aguantar cuando los frutos de la lucha tardan.
- Espíritu de Afabilidad, haz que juzguemos y tratemos a todos con
benevolencia sincera y rostro sonriente, reflejo de tu infinita suavidad. Que
no nos falten las palabras amables, los gestos nobles y la hospitalidad.
- Espíritu de Bondad, concédenos el desvivirnos por los demás, y
derramar a manos llenas, cuantas obras buenas nos inspires. Que la solidaridad
y la generosidad sean el distintivo de nuestra vida.
- Espíritu de Confianza, ven a nosotros para hacerle frente a la
tristeza y al desánimo que parecen no terminar. Que tu presencia haga brotar la
confianza y que vivir con calma, aún en medio de la tormenta.
- Espíritu de Mansedumbre, haznos mansos y humildes de corazón, a
ejemplo del Divino Corazón de Jesús, obra maestra de la creación. Que frente a
la prepotencia no nos falte la dulzura en las palabras y las acciones.
- Espíritu de Temperancia, ayudados a conquistar nuestra propia
vida, a hacemos dueños y señores de nuestra existencia, modulando nuestros
sentimientos, nuestros apetitos, debilidades, y optando siempre por el bien,
incluso cuando sea difícil vivirlo.
Para finalizar
este momento, se invita a que cada uno piense interiormente qué fruto del
Espíritu necesita más en vida mientras se puede escuchar el canto “El Espíritu es como el viento” Aquí
El Espíritu es como
el viento,
sopla donde quiere y
oyes su voz,
pero no sabes de
dónde viene ni adónde va.
Hay que ser como
hoja seca y dejarse llevar.
Espíritu Santo, ven
a nosotros...
(ven a nosotros...)
Don del Amor, ven a
nosotros...
(ven a nosotros...)
Fuente de gracia,
ven a nosotros...
(ven a nosotros...)
Consolador, ven a
nosotros...
(ven a nosotros...)
Santificador, ven a
nosotros...
(ven a nosotros...)
Alma de la Iglesia,
ven a nosotros...
(ven a nosotros...)
Ven, Espíritu, a
nuestras almas,
quema nuestros
corazones
con el fuego de tu
amor.
Ayúdanos a amarnos
de verdad.
Haz del nuestro un
Pueblo Santo
que viva en la
unidad
Ven a nosotros,
alégranos,
haz que vivamos en
el amor. (tres veces)
Finalizada la
canción, alguno de los presentes, en nombre de todos, enciende la vela del
altar, diciendo: «Ven, Espíritu Santo, enciende nuestro corazón», y todos
repiten lo mismo.
Nos comprometemos a ser fragancia de Cristo
San Pablo dijo que nosotros mismos “somos la fragancia de Cristo”
un aroma “que conduce a la vida” (2 Cor 2,15.16). El Espíritu Santo nos ha
ungido con su aroma que inunda nuestra vida y hace crecer en nosotros el deseo
de estar con Jesús, de ser más como él y de anunciarlo a todos. Por eso, el
testimonio de nuestra vida lleva consigo el poder de cambiar la atmósfera de
cualquier lugar, como cuando la mujer ungió a Jesús y “toda la casa se llenó
del aroma del perfume” (Jn 12,3). Como signo de nuestro compromiso a ser
“fragancia de Cristo” en nuestros ambientes vamos a realizar este gesto.
Se invita a
los presentes a tomar el perfume del altar y ungirse con él la frente (o las
manos, el cuello, las orejas, las muñecas, etc.) de modo que se sienta el aroma
en el lugar.
Pedimos el Espíritu
Quien anima la
celebración explica el gesto a realizar. Lo puede hacer con sus propias
palabras o con las que siguen:
Realicemos ahora el gesto con el que los primeros cristianos
significaban la recepción del Espíritu Santo: la imposición de manos.
Es posible que a alguno le parezca un gesto extraño, pero pensemos
que no se trata de un gesto litúrgico dentro de un rito sacramental, sino un
gesto sencillo de un bautizado que ora por otro hermano.
Lo hacemos en profundo silencio. Imponemos las manos a los que
están a nuestro lado. Al hacerlo, pedimos en silencio que el Espíritu descienda
sobre nuestro hermano y que lo llene de sus dones. Y si estamos solos, éste es
el momento para pasar por el corazón los rostros de aquellos sobre quienes
pedimos que descienda el Espíritu de Dios.
Quien anima,
continúa:
Ahora, dejemos que el Espíritu que vive en nosotros nos ayude a
orar al Padre, con las palabras que Jesús nos enseñó: Padre nuestro, que estás
en el cielo…
Oración final
(adaptación de
un escrito del Card. Pironio: Queremos ver a Jesús. Retiro en el Vaticano)
G: Oremos. Padre, danos
la fortaleza del Espíritu Santo, ya que en ella fuimos consagrados como
profetas y testigos. Que tu Espíritu nos enseñe a saborear la alegría de la
cruz, la fecundidad del desprendimiento, y la suprema libertad de la pobreza.
Que tu Espíritu nos dé equilibrio y audacia y nos comunique el coraje de Dios
para vencer la falsa prudencia de la carne y asumir con serena fortaleza las
responsabilidades de nuestra misión. Que tu Espíritu nos haga pobres y
sencillos, e impida que seamos flojos y tengamos miedo. Danos tu Espíritu,
Padre, para ser tus profetas y testigos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Y todos
responden: Amén.
Pedimos a Dios su bendición
Quien anima la oración, invocando la
bendición de Dios, y santiguándose, dice:
El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.
Y todos responden: Amén.
O bien:
Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y
misericordioso,
el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
Y todos responden: Amén.
Envíanos, Padre, tu
Espíritu Santo
que nos prometiera
tu Hijo el Señor.
Que venga a tu
Iglesia
con sus siete dones
y nos dé el coraje
de vivir tu amor.
Que nos dé su
Ciencia,
su Sabiduría,
el Entendimiento y
el don de oración.
Nos traiga el
Consejo,
la Piedad de hijos,
nos dé Fortaleza y
el Temor de Dios.
Sus lenguas de
fuego,
repártelas, Padre,
y danos a todos la
paz y el amor.
Tu Espíritu Santo
nos llene de gozo
y sea en nosotros
Palabra de Dios.
Una vez que se ha pedido la bendición
de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones,
preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.
Invocación del Papa
Francisco a San José
Protege, Santo
Custodio, este país nuestro.
Ilumina a los
responsables del bien común,
para que ellos
sepan - como tú - cuidar a las personas
a quienes se les
confía su responsabilidad.
Da la inteligencia
de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar
físico de los hermanos.
Apoya a quienes se
sacrifican por los necesitados: l
os voluntarios,
enfermeros, médicos,
que están a la
vanguardia del tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de
su propia seguridad.
Bendice, San José,
la Iglesia:
a partir de sus
ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José,
a las familias:
con tu silencio de
oración, construye armonía entre padres e hijos,
especialmente
en los más pequeños.
Preserva a los
ancianos de la soledad:
asegura que ninguno
sea dejado en la desesperación
por el abandono y
el desánimo.
Consuela a los más
frágiles,
alienta a los que
flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen
Madre, suplica al Señor
que libere al mundo
de cualquier forma de pandemia.
Amén.
Invocación a la
protección de
San José Gabriel
del Rosario Brochero
Señor, de quien
procede todo don perfecto,
Tú esclareciste a
San José Gabriel del Rosario,
por su celo
misionero, su predicación evangélica
y su vida pobre y
entregada;
concede con su
intercesión, la gracia que te pedimos:
por su entrega en
la asistencia de los enfermos y moribundos
de la epidemia de
cólera que azotó a la ciudad de Córdoba,
te pedimos por
nuestra Patria y el mundo entero,
líbranos de la
actual pandemia y de todo mal.
Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Amén
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