Martes de la quinta semana de Pascua
NÚMERO DE LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO
De la una y de la otra
parte del río, el árbol de la vida, que da doce frutos (Apoc 22, 2). El Apóstol
enumera convenientemente doce frutos, en la epístola a los Gálatas (5, 22-23).
Debe considerarse la distinción de estos frutos según el diverso procedimiento
del Espíritu Santo en nosotros, esto es, según que el espíritu del hombre se
ordene: 1º, en sí mismo; 2º, a las cosas próximas a él; 3º, a las que le son
inferiores.
I. El espíritu del
hombre se ordena en sí mismo, cuando se conduce rectamente en los bienes y
males.
La primera disposición
del corazón del hombre para el bien es por amor, que es la primera afección y
raíz ele todas las afecciones, y por consiguiente se pone la caridad como
primer fruto del espíritu, en la cual se da especialmente el Espíritu Santo,
como en propia semejanza, puesto que él es amor. Al amor de caridad sigue
necesariamente el gozo; porque todo el que ama goza la unión del amado, y la
caridad tiene siempre presente a Dios, a quien ama. Quien permanece en caridad,
en Dios permanece y Dios en. él (1 Jn 4, 16). Por lo cual el gozo es
consecuencia de la caridad.
Mas la perfección del
gozo es la paz en dos conceptos:
1º) En cuanto a la
quietud respecto de las conturbaciones exteriores, pues no puede gozar
perfectamente del bien amado el que en su fruición es perturbado por otras
cosas; y además quien tiene el corazón perfectamente pacífico en un objeto, no
puede ser molestado por ningún otro, porque reputa lo demás como nada. Por lo
cual se dice: Mucha paz para los que aman tu ley; y no hay para ellos tropiezo
(Sal 118, 165), porque no son perturbados por cosas exteriores que les impidan
gozar de Dios.
2º) En cuanto al
sosiego del deseo fluctuante, porque no goza perfectamente de algo aquél a
quien no basta lo que goza, y la paz lleva consigo estas dos cosas, es decir,
que no seamos turbados por las cosas exteriores, y que nuestros deseos reposen
en un solo objeto; por esto, después de la caridad y del gozo, se designa en
tercer lugar la paz.
En los males se halla
bien dispuesta el alma en cuanto a dos cosas: 1º, en no ser perturbada por la
inminencia de males, lo cual corresponde a la paciencia; y 2º, en que tampoco
se turbe por la dilatación de los bienes, lo cual pertenece a la longanimidad;
pues el carecer del bien tiene razón de mal *.
En lo que está cerca
del hombre, es decir, el prójimo, la mente del hombre se dispone bien:
1º) En la voluntad de
hacer el bien, y esto pertenece a la bondad.
2º) En el ejercicio de
la beneficiencia; y a esto responde la benignidad; pues dicen benignos a
aquellos a quienes el fuego del amor enfervoriza para hacer bien a los
prójimos.
3º) En tolerar
ecuánimemente los males causados por aquéllos (los prójimos); a lo cual responde
la mansedumbre, que cohíbe la ira.
4º) En que no
solamente no perjudiquemos a los prójimos con la ira, sino que ni aun con el
fraude o el engaño; y a esto se refiere la fe, en el sentido de fidelidad; pero
si se toma por la fe con la que se cree en Dios, por ésta se ordena el hombre a
lo que está sobre él, sometiendo su entendimiento a Dios, y por consiguiente, a
todas las cosas que son de Dios.
III. Respecto a lo que
es inferior al hombre, éste se dispone bien, en cuanto a las acciones
exteriores, por la modestia, que guarda moderación en todos los dichos y en los
hechos; en cuanto a las concupiscencias inferiores, por la continencia y la
castidad, ya se distingan estas dos en el sentido de que la castidad refrena al
hombre de lo lícito; ya en que el continente sufre las concupiscencias, sin
dejarse seducir, y el casto ni las sufre ni sucumbe.
(1ª 2ae , q. LXX, a.
3)
Nota:
* Ethic., lib. V, cap.
3.
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