domingo, 31 de mayo de 2020

CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE PANDEMIA - PENTECOSTÉS - Conferencia Episcopal Argentina


La siguiente es una guía para poder celebrar en nuestras casas, en este tiempo de pandemia.
Los textos que están en rojo (rúbricas) no son para leer en voz alta y tienen la función de dar algunas indicaciones sobre lo que hay que ir haciendo. De acuerdo a las posibilidades de la persona y/o grupo familiar se realizará todos o algunos de los momentos celebrativos propuestos.



Para preparar antes de la celebración:
- Un lugar cómodo que permita el recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño altar con los elementos que a la familia le son significativos: un mantel, una vela encendida, una cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia desde la cual se proclamará el Evangelio.

Iniciamos la celebración
El adulto que guía la celebración (G) invita a todos a hacerse la señal de la cruz, mientras dicen:
G: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Familia, bendigamos al Señor que nos regala su Espíritu
y, que nos invita a compartir la mesa de su Palabra.

Todos responden: Bendito sea Dios, por los siglos.


Recordamos nuestro bautismo
A continuación el que guía la celebración dice:
En este día queremos abrirnos al Espíritu del Padre que cuando creó todo, vio que todas las cosas eran buenas. Para renovar la creación necesitamos el don de Dios. Fue en nuestro Bautismo cuando irrumpió el Espíritu en nuestras vidas. Nos inundó y fuimos transformados, como los apóstoles, en hijas e hijos de Dios, en personas nuevas, llenas de fe, esperanza y amor.
En el bautismo fuimos perdonados, pero nuestra debilidad nos hace caer una y otra vez. Y desde el dolor del pecado nos preguntamos si sería posible volver el tiempo atrás. Nicodemo se preguntaba lo mismo: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». (Jn 3, 4)
La propuesta de Jesús no es volver hacia atrás. Es una propuesta mejor: renacer, renovarse, dejarse levantar por la misericordia y seguir caminando: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Ustedes tienen que renacer de lo alto”». (Jn 3, 5-7)
Renovemos la experiencia bautismal de nuestro nacimiento a la vida de la fe. Por medio del agua y del Espíritu recibamos el perdón que Dios nos vuelve a ofrecer.
En este momento, tomamos el recipiente con agua, y con la mano llevamos algunas gotas sobre nuestra cabeza o nos hacemos la señal de la cruz en la frente.


Ven, Espíritu Santo Creador
Ven, Espíritu Santo Creador,
a visitar nuestro corazón;
repleta con tu gracia viva y celestial
nuestras almas, que tú creaste por amor.

Tú que eres llamado Consolador,
don del Dios Altísimo y Señor,
vertiente viva, fuego que es la caridad,
y también espiritual y divina unción.

En cada sacramento te nos das,
dedo de la diestra paternal;
eres tú la promesa que el Padre nos dio;
con tu palabra enriqueces nuestro cantar.

Nuestros sentidos has de iluminar,
los corazones enamorar
y nuestro cuerpo presa de la tentación
con tu fuerza continua has de afirmar.

Lejos al enemigo rechaza;
tu paz danos pronto, sin tardar
y, siendo tú nuestro buen guía y conductor,
evitemos así toda sombra de mal.

Concédenos al Padre conocer,
a Jesús, su Hijo, comprender,
y a ti, Espíritu de ambos, por amor,
te creamos con ardiente y sólida fe.

Al Padre demos gloria pues es Dios,
a su Hijo que resucitó,
y también al Espíritu Consolador
por todos los siglos de los siglos honor. Amén

Escuchamos la Palabra Habiendo marcado previamente el texto que se proclamará, alguien toma la Biblia del altar familiar y lee la lectura de Gálatas 5, 16-26. Si se prefiere se puede tomar el texto que transcribimos aquí abajo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 5,16-25

Hermanos:
Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.
Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.
Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por Él.
Palabra de Dios

Respondemos a la Palabra con nuestra plegaria
Los frutos que nombra San Pablo, no son frutos del esfuerzo del cristiano, sino frutos que producen en nosotros los dones del Espíritu Santo, cuando encuentran en nosotros una buena disposición a su obrar. Iremos pidiendo al Señor que derrame sus dones en nosotros para que demos frutos de vida nueva.

En este momento, los diversos miembros de la familia pueden ir leyendo las siguientes oraciones:

- Espíritu de Amor, haznos que nuestro amor sea reflejo del amor entre el Padre y el Hijo, inmenso, incondicional y personal. Que el amor sea el distintivo en nuestros vínculos, porque sin amor, nada somos.

- Espíritu de Alegría, otórganos un santo gozo, propio de los que viven en tu gracia, y que no nos abandone ni en las situaciones difíciles, porque tú vives en nosotros y nunca nos abandonas.

- Espíritu de Paz, concédenos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar, el lazo donde encontramos la calma que permite que nada nos turbe, ni en las circunstancias más extremas, ya que Cristo venció a la muerte y al dolor.

- Espíritu de Magnanimidad, que nuestro corazón sea grande para tender a Dios, relativizando lo superfluo y dando el valor justo a cada cosa. Que no nos falte el ánimo para emprender las cosas de Dios y para resistir y aguantar cuando los frutos de la lucha tardan.

- Espíritu de Afabilidad, haz que juzguemos y tratemos a todos con benevolencia sincera y rostro sonriente, reflejo de tu infinita suavidad. Que no nos falten las palabras amables, los gestos nobles y la hospitalidad.

- Espíritu de Bondad, concédenos el desvivirnos por los demás, y derramar a manos llenas, cuantas obras buenas nos inspires. Que la solidaridad y la generosidad sean el distintivo de nuestra vida.

- Espíritu de Confianza, ven a nosotros para hacerle frente a la tristeza y al desánimo que parecen no terminar. Que tu presencia haga brotar la confianza y que vivir con calma, aún en medio de la tormenta.

- Espíritu de Mansedumbre, haznos mansos y humildes de corazón, a ejemplo del Divino Corazón de Jesús, obra maestra de la creación. Que frente a la prepotencia no nos falte la dulzura en las palabras y las acciones.

- Espíritu de Temperancia, ayudados a conquistar nuestra propia vida, a hacemos dueños y señores de nuestra existencia, modulando nuestros sentimientos, nuestros apetitos, debilidades, y optando siempre por el bien, incluso cuando sea difícil vivirlo.

Para finalizar este momento, se invita a que cada uno piense interiormente qué fruto del Espíritu necesita más en vida mientras se puede escuchar el canto “El Espíritu es como el viento” Aquí

El Espíritu es como el viento,
sopla donde quiere y oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni adónde va.
Hay que ser como hoja seca y dejarse llevar.


Espíritu Santo, ven a nosotros...
(ven a nosotros...)
Don del Amor, ven a nosotros...
(ven a nosotros...)
Fuente de gracia, ven a nosotros...
(ven a nosotros...)
Consolador, ven a nosotros...
(ven a nosotros...)
Santificador, ven a nosotros...
(ven a nosotros...)
Alma de la Iglesia, ven a nosotros...
(ven a nosotros...)

Ven, Espíritu, a nuestras almas,
quema nuestros corazones
con el fuego de tu amor.
Ayúdanos a amarnos de verdad.
Haz del nuestro un Pueblo Santo
que viva en la unidad

Ven a nosotros, alégranos,
haz que vivamos en el amor. (tres veces)

Finalizada la canción, alguno de los presentes, en nombre de todos, enciende la vela del altar, diciendo: «Ven, Espíritu Santo, enciende nuestro corazón», y todos repiten lo mismo.

Nos comprometemos a ser fragancia de Cristo
San Pablo dijo que nosotros mismos “somos la fragancia de Cristo” un aroma “que conduce a la vida” (2 Cor 2,15.16). El Espíritu Santo nos ha ungido con su aroma que inunda nuestra vida y hace crecer en nosotros el deseo de estar con Jesús, de ser más como él y de anunciarlo a todos. Por eso, el testimonio de nuestra vida lleva consigo el poder de cambiar la atmósfera de cualquier lugar, como cuando la mujer ungió a Jesús y “toda la casa se llenó del aroma del perfume” (Jn 12,3). Como signo de nuestro compromiso a ser “fragancia de Cristo” en nuestros ambientes vamos a realizar este gesto.

Se invita a los presentes a tomar el perfume del altar y ungirse con él la frente (o las manos, el cuello, las orejas, las muñecas, etc.) de modo que se sienta el aroma en el lugar.

Pedimos el Espíritu
Quien anima la celebración explica el gesto a realizar. Lo puede hacer con sus propias palabras o con las que siguen:

Realicemos ahora el gesto con el que los primeros cristianos significaban la recepción del Espíritu Santo: la imposición de manos.
Es posible que a alguno le parezca un gesto extraño, pero pensemos que no se trata de un gesto litúrgico dentro de un rito sacramental, sino un gesto sencillo de un bautizado que ora por otro hermano.
Lo hacemos en profundo silencio. Imponemos las manos a los que están a nuestro lado. Al hacerlo, pedimos en silencio que el Espíritu descienda sobre nuestro hermano y que lo llene de sus dones. Y si estamos solos, éste es el momento para pasar por el corazón los rostros de aquellos sobre quienes pedimos que descienda el Espíritu de Dios.

Quien anima, continúa:
Ahora, dejemos que el Espíritu que vive en nosotros nos ayude a orar al Padre, con las palabras que Jesús nos enseñó: Padre nuestro, que estás en el cielo…

Oración final
(adaptación de un escrito del Card. Pironio: Queremos ver a Jesús. Retiro en el Vaticano)
G: Oremos. Padre, danos la fortaleza del Espíritu Santo, ya que en ella fuimos consagrados como profetas y testigos. Que tu Espíritu nos enseñe a saborear la alegría de la cruz, la fecundidad del desprendimiento, y la suprema libertad de la pobreza. Que tu Espíritu nos dé equilibrio y audacia y nos comunique el coraje de Dios para vencer la falsa prudencia de la carne y asumir con serena fortaleza las responsabilidades de nuestra misión. Que tu Espíritu nos haga pobres y sencillos, e impida que seamos flojos y tengamos miedo. Danos tu Espíritu, Padre, para ser tus profetas y testigos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Y todos responden: Amén.

Pedimos a Dios su bendición
Quien anima la oración, invocando la bendición de Dios, y santiguándose, dice:
El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.
Y todos responden: Amén.

O bien:

Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y misericordioso,
 el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Y todos responden: Amén.

Envíanos, Padre, tu Espíritu Santo
que nos prometiera tu Hijo el Señor.

Que venga a tu Iglesia
con sus siete dones
y nos dé el coraje de vivir tu amor.

Que nos dé su Ciencia,
su Sabiduría,
el Entendimiento y el don de oración.

Nos traiga el Consejo,
la Piedad de hijos,
nos dé Fortaleza y el Temor de Dios.

Sus lenguas de fuego,
repártelas, Padre,
y danos a todos la paz y el amor.

Tu Espíritu Santo
nos llene de gozo
y sea en nosotros Palabra de Dios.

Una vez que se ha pedido la bendición de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones, preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.

Invocación del Papa Francisco a San José

Protege, Santo Custodio, este país nuestro.
Ilumina a los responsables del bien común,
para que ellos sepan - como tú - cuidar a las personas
a quienes se les confía su responsabilidad.
Da la inteligencia de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar físico de los hermanos.
Apoya a quienes se sacrifican por los necesitados: l
os voluntarios, enfermeros, médicos,
que están a la vanguardia del tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de su propia seguridad.
Bendice, San José, la Iglesia:
a partir de sus ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José, a las familias:
con tu silencio de oración, construye armonía entre padres e hijos,
 especialmente en los más pequeños.
Preserva a los ancianos de la soledad:
asegura que ninguno sea dejado en la desesperación
por el abandono y el desánimo.
Consuela a los más frágiles,
alienta a los que flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen Madre, suplica al Señor
que libere al mundo de cualquier forma de pandemia.
Amén.

Invocación a la protección de
San José Gabriel del Rosario Brochero

Señor, de quien procede todo don perfecto,
Tú esclareciste a San José Gabriel del Rosario,
por su celo misionero, su predicación evangélica
y su vida pobre y entregada;
concede con su intercesión, la gracia que te pedimos:
por su entrega en la asistencia de los enfermos y moribundos
de la epidemia de cólera que azotó a la ciudad de Córdoba,
te pedimos por nuestra Patria y el mundo entero,
líbranos de la actual pandemia y de todo mal.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén


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