miércoles, 27 de mayo de 2020

Meditaciones del tiempo pascual con textos de Santo Tomás de Aquino 46


Miércoles de la séptima semana de Pascua

LA FUENTE DE TODO CONSUELO


Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación (2 Cor 1, 3).

1. Nosotros bendecimos a Dios, y Dios nos bendice a nosotros, pero de distinta manera. Para Dios, decir es hacer, como dice la Escritura: Él dijo, y fueran hechas las cosas (Sal 32, 9). Para Dios, bendecir es hacer el bien y derramar el bien. Mas nuestro decir no es causal, reconoce solamente, expresa lo que existe. Para nosotros bendecir es lo mismo que reconocer el bien. Luego, cuando damos gracias a Dios, lo bendecimos, esto es, lo reconocernos como bueno y dador de todos los bienes.

Por consiguiente, el Apóstol rectamente da gracias al Padre, porque es misericordioso y consolador.


Los hombres necesitan sobre todo dos cosas:

1º) Que se le quiten los males, y esto lo hace la misericordia, que quita la miseria. El compadecerse es propio del Padre.

2º) Ser sostenido en los males que les sobrevienen, y esto se llama propiamente consolar, pues si el hombre no tuviese algo en que descansar su corazón, cuando le sobrevienen los males, no subsistiría. Entonces, alguien consuela a otro, cuando le lleva algún refrigerio con el que se alivia de los males. Y aun cuando en algunos males puede el hombre ser consolado, descansar y ser fortalecido, sin embargo, sólo Dios es el que nos consuela en todos los males. Por eso dice: Dios de toda consolación, porque sí pecas, te consuela Dios, pues es misericordioso. Si eres afligido, él te consuela, o sacándote de la aflicción con su poder, o juzgando con justicia. Si trabajas, te consuela recompensándote: Yo soy tu galardón (Gen 15, 1). Por eso se dice: Bienaventurados los que lloran (Mt 5, 5).

II. Para que podamos también consolar a los que están en toda angustia (2 Cor 1, 4).

Existe un orden en los dones divinos. Pues Dios da a algunos dones especiales, para que éstos, a su vez, los derramen para utilidad de los demás; así no da la luz al sol para que se alumbre a sí mismo, sino a todo el mundo; por eso quiere que recaiga sobre los otros alguna utilidad de todos nuestros bienes, ya sean riquezas, poder, ciencia, sabiduría. Y así dice el Apóstol: El cual nos consuela en toda nuestra tribulación; pero ¿para qué? No únicamente para nuestro bien personal, sino para que ello aproveche a los demás. Por eso dice: para que podamos también consular.

Podemos consolar a otro por el ejemplo de nuestra consolación; pues quien no ha experimentado consuelo, no sabe consolar. El espíritu el Señor sobre mí... para consolar a todos los que lloran (Is 61, 1-2).

Podemos consolar exhortando a la paciencia en los padecimientos, prometiendo premios eternos. Y de este modo nuestro consuelo se convierte en el consuelo de los otros.
(In II Cor., 1, 3)

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