Viernes de la cuarta semana de Pascua
EL DON DE LA PIEDAD
Toda la materia moral
se divide en tres partes: las cosas deleitables, que sigue el amor carnal; las
cosas difíciles, de las que huye; y las comunicables que se refieren a otro,
las cuales más bien consisten en acción que en pasión.
En cada una de ellas
interviene la dirección de las virtudes y de los dones, pero de manera
diferente. Porque la virtud dirige tornando como regla algo humano, mas el don
toma lo divino como regla.
En los deleites, la
virtud se inspira en la dignidad humana, que nosotros envilecemos por los
deleites temporales. Mas el don se inspira en la dignidad divina a la que
nosotros tememos ofender por esos bienes terrenos; lo cual pertenece al temor.
Y lo mismo hay que decir del don de fortaleza, y de las virtudes que tienen por
fin soportar las dificultades o combatirlas.
Así también acaece en
las relaciones con el prójimo. Porque en ellas las virtudes dirigen tomando por
medida algo humano, esto es, la conveniencia o la deuda. Pero el don toma en
esto por regla al mismo Dios; de modo que, como ya se ha dicho, por el don de
fortaleza el hombre emprende cosas difíciles usando del poder divino como suyo,
por la confianza, e igualmente se comunica con otro usando de Dios como de sí
mismo, esto es, que ejecute como unido a Dios las cosas que convienen en esas
relaciones. Por lo cual el Señor exhorta a imitar la liberalidad del Padre
celestial, el cual hace nacer su sol sobre buenos y malos (Mt 5, 45). Y porque
esta comunicación de las cosas divinas se llama piedad, por eso también el don
que torna la medida divina en las relaciones con los demás llámase piedad.
Aunque la virtud de la
piedad se ejercita para con Dios, torna, en esto, algo de humano por medida, es
decir, el beneficio recibido de Dios; razón por la cual le somos deudores. Mas
el don de piedad toma, en esto, por medida algo divino: honrar a Dios, no
porque seamos sus deudores, sino porque Dios es digno de honor. Por este modo
el mismo Dios se da honor a sí mismo.
El don de la piedad no
es lo mismo que el de la misericordia, pues la misericordia tiende a aliviar
las miserias de los prójimos, porque están unidos por la sangre o la amistad o
la semejanza de naturaleza, tornando en todo por medida algo humano, como las
demás virtudes. Pero el don de piedad se mueve a remediar las miserias de los
prójimos por un motivo divino: porque son hijos de Dios o están dotados de la
semejanza divina. Por lo cual tiene con más propiedad el nombre de piedad, que
significa algo divino.
(3.
Dist. XXXIV, q. III, a. 2)
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