Domingo de Pentecostés
EL DON DE DIOS ALTÍSIMO
I. Compete a una
persona divina ser don y darse. Pues lo que se dona tiene aptitud y habitud, ya
respecto de aquél por quien se da, ya de aquél a quien se da; toda vez que no
sería dado por alguno si no fuera de él y además se da a uno para que sea de
éste. Ahora bien, una persona divina se dice ser de alguien, o por razón de
origen, como el Hijo es del Padre, o porque alguno la tiene. Tener decimos al
disponer libremente y usar o disfrutar de algo a nuestro arbitrio. De este modo
sólo la criatura racional unida a Dios puede tener una persona divina; las
demás criaturas pueden ser movidas por una persona divina mas no hay en ellas
aptitud para gozar de su posesión y usar de su efecto. La criatura racional
llega alguna vez a ello, como cuando participa del Verbo divino y del Amor
procedente, y hasta poder libremente conocer de verdad a Dios y amarlo como se
debe.
Luego, sola la
criatura racional puede poseer a una persona divina. Pero no puede llegar a
poseerla de este modo por su propia virtud. Luego es necesario que esto le sea
dado de lo alto. Pues se dice que se nos da lo que poseemos de afuera. En este
sentido compete a una persona divina darse y ser don.
(l par., q. XXXVIII,
a. 1)
II. El Espíritu
Santo es un don de Dios. Pues como el Espíritu Santo procede por el modo de
amor con que Dios se ama a sí mismo, y como Dios por el mismo amor se ama a sí
mismo, y a las otras criaturas a causa de su misma bondad, es evidente que el
amor con que Dios nos ama corresponde al Espíritu Santo, como también el amor
con que amamos a Dios, dado que nos hace amadores de Dios.
En cuanto a ambos
amores conviene al Espíritu Santo el ser dado.
1º Por razón del
amor con que Dios nos ama, de la misma manera que decimos de alguien que da su
amor a otro cuando empieza a amarle. Aunque Dios no comienza a amar a nadie en
el tiempo si tenemos en cuenta su divina voluntad con la cual nos ama, sin
embargo el efecto de su amor se produce en alguno en el tiempo, cuando lo atrae
a sí.
2° Por razón del
amor con que nosotros amamos a Dios, pues este amor el Espíritu Santo lo obra
en nosotros; de donde se sigue que por lo que a este amor se refiere él habita
en nosotros y nosotros lo tenemos a él como a alguien de cuya riqueza gozamos.
Y puesto que
proviene al Espíritu Santo del Padre y del Hijo el que por el amor que obra en
nosotros esté en nosotros y sea poseído por nosotros, dícese con razón que nos
es dado por el Padre y por el Hijo. Dícese también que él mismo se nos da a
nosotros en cuanto que el amor por el cual habita en nosotros él lo obra en
nosotros juntamente con el Padre y el hijo.
(Contra Gent., IV,
XXIII).
III. El nombre
propio del Espíritu Santo es don. Entiéndese por don aquello que se da para no
ser devuelto, es decir, lo que no se da con idea de retribución. De aquí que
envuelve la idea de donación gratuita, cuya razón de ser es el amor. Pues
cuando damos algo gratuitamente a otro es porque le desearnos algún bien.
Luego, lo primero que le damos es el amor con que le deseamos algún bien. De
donde se sigue que el amor tiene carácter de primer don, por el cual son dados
todos los dones gratuitos. Si, pues, el Espíritu Santo procede como amor,
síguese que procede como primer don. Por consiguiente, por este don que es el
Espíritu Santo los miembros de Cristo reciben muchos otros dones.
(1ª q. XXXVIII, c.
II)
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