CANONIZACIÓN DE 27 SANTOS
MEXICANOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
SAN JUAN PABLO II
Domingo 21 de mayo de 2000
Domingo 21 de mayo de 2000
1. "No amemos de
palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad" (1 Jn 3,
18). Esta exhortación, tomada del apóstol Juan en el texto de la segunda
lectura de esta celebración, nos invita a imitar a Cristo, viviendo a la vez en
estrecha unión con Él. Jesús mismo nos lo ha dicho también en el Evangelio
recién proclamado: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí" (Jn 15,4).
A través de la unión profunda con Cristo, iniciada en el bautismo y
alimentada por la oración, los sacramentos y la práctica de las virtudes
evangélicas, hombres y mujeres de todos los tiempos, como hijos de la Iglesia,
han alcanzado la meta de la santidad. Son santos porque pusieron a Dios en el
centro de su vida e hicieron de la búsqueda y extensión de su Reino el móvil de
su propia existencia; santos porque sus obras siguen hablando de su amor total
al Señor y a los hermanos dando copiosos frutos, gracias a su fe viva en
Jesucristo, y a su compromiso de amar como Él nos ha amado, incluso a los
enemigos.
2. Dentro de la peregrinación jubilar de los mexicanos, la Iglesia
se alegra al proclamar santos a estos hijos de México: Cristóbal Magallanes y
24 compañeros mártires, sacerdotes y laicos; José María de Yermo y Parres,
sacerdote fundador de las Religiosas Siervas del Sagrado Corazón de Jesús, y
María de Jesús Sacramentado Venegas, fundadora de las Hijas del Sagrado Corazón
de Jesús.
Para participar en esta solemne celebración, honrando así la
memoria de estos ilustres hijos de la Iglesia y de vuestra Patria, habéis
venido numerosos peregrinos mexicanos, acompañados por un nutrido grupo de
Obispos. A todos os saludo con gran afecto. La Iglesia en México se regocija al
contar con estos intercesores en el cielo, modelos de caridad suprema siguiendo
las huellas de Jesucristo. Todos ellos entregaron su vida a Dios y a los
hermanos, por la vía del martirio o por el camino de la ofrenda generosa al
servicio de los necesitados. La firmeza de su fe y esperanza les sostuvo en las
diversas pruebas a las que fueron sometidos. Son un precioso legado, fruto de
la fe arraigada en tierras mexicanas, la cual, en los albores del Tercer
milenio del cristianismo, ha de ser mantenida y revitalizada para que sigáis
siendo fieles a Cristo y a su Iglesia como lo habéis sido en el pasado.
3. En la primera lectura hemos escuchado cómo Pablo se movía en
Jerusalén "predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía
también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo" (Hch 9,
28-29). Con la misión de Pablo se prepara la propagación de la Iglesia,
llevando el mensaje evangélico a todas las partes. Y en esta expansión, no han
faltado nunca las persecuciones y violencias contra los anunciadores de la
Buena Nueva. Pero, por encima de las adversidades humanas, la Iglesia cuenta
con la promesa de la asistencia divina. Por eso, hemos oído que "la
Iglesia gozaba de paz [...] Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al
Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo" (Hch 9,31).
Bien podemos aplicar este fragmento de los Hechos de los Apóstoles
a la situación que tuvieron que vivir Cristóbal Magallanes y sus 24 compañeros,
mártires en el primer tercio del siglo XX. La mayoría pertenecía al clero
secular y tres de ellos eran laicos seriamente comprometidos en la ayuda a los
sacerdotes. No abandonaron el valiente ejercicio de su ministerio cuando la
persecución religiosa arreció en la amada tierra mexicana, desatando un odio a
la religión católica. Todos aceptaron libre y serenamente el martirio como
testimonio de su fe, perdonando explícitamente a sus perseguidores. Fieles a
Dios y a la fe católica tan arraigada en sus comunidades eclesiales a las
cuales sirvieron promoviendo también su bienestar material, son hoy ejemplo
para toda la Iglesia y para la sociedad mexicana en particular.
Tras las duras pruebas que la Iglesia pasó en México en aquellos
convulsos años, hoy los cristianos mexicanos, alentados por el testimonio de
estos testigos de la fe, pueden vivir en paz y armonía, aportando a la sociedad
la riqueza de los valores evangélicos. La Iglesia crece y progresa, siendo
crisol donde nacen abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas, donde se
forman familias según el plan de Dios y donde los jóvenes, parte notable del
pueblo mexicano, pueden crecer con esperanza en un futuro mejor. Que el
luminoso ejemplo de Cristóbal Magallanes y compañeros mártires os ayude a un
renovado empeño de fidelidad a Dios, capaz de seguir transformando la sociedad
mexicana para que en ella reine la justicia, la fraternidad y la armonía entre
todos.
4. "Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su
Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó" (1
Jn 3, 23). El mandato por excelencia que Jesús dio a los suyos es
amarse fraternalmente como él nos ha amado (cf. Jn 15,12). En
la segunda lectura que hemos escuchado, el mandamiento tiene un doble aspecto:
creer en la persona de Jesucristo, Hijo de Dios, confesándolo en todo momento,
y amarnos unos a otros porque Cristo mismo nos lo ha mandado. Este mandamiento
es tan fundamental para la vida del creyente que se convierte como en el
presupuesto necesario para que tenga lugar la inhabitación divina. La fe, la
esperanza, el amor llevan a acoger existencialmente a Dios como camino seguro
hacia la santidad.
Este se puede decir que fue el camino emprendido por José María de
Yermo y Parres, que vivió su entrega sacerdotal a Cristo adhiriéndose a Él con
todas sus fuerzas, a la vez que se destacaba por una actitud primordialmente
orante y contemplativa. En el Corazón de Cristo encontró la guía para su
espiritualidad, y considerando su amor infinito a los hombres, quiso imitarlo
haciendo la regla de su vida la caridad.
El nuevo Santo fundó las Religiosas Siervas del Sagrado Corazón de
Jesús y de los Pobres, denominación que recoge sus dos grandes amores, que
expresan en la Iglesia el espíritu y el carisma del nuevo santo. Queridas hijas
de San José María de Yermo y Parres: vivid con generosidad la rica herencia de
vuestro fundador, empezando por la comunión fraterna en comunidad y
prolongándola después en el amor misericordioso al hermano, con humildad,
sencillez y eficacia, y, por encima de todo, en perfecta unión con Dios.
5. "Permaneced en mí y yo en vosotros [...] El que permanece
en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer
nada" (Jn 15, 4.5). En el evangelio que hemos escuchado, Jesús
nos ha exhortado a permanecer en Él, para unir consigo a todos los hombres.
Esta invitación exige llevar a cabo nuestro compromiso bautismal, vivir en su
amor, inspirarse en su Palabra, alimentarse con la Eucaristía, recibir su
perdón y, cuando sea el caso, llevar con Él la cruz. La separación de Dios es
la tragedia más grande que el hombre puede vivir. La savia que llega al
sarmiento lo hace crecer; la gracia que nos viene por Cristo nos hace adultos y
maduros a fin de que demos frutos de vida eterna.
Santa María de Jesús Sacramentado Venegas, primera mexicana
canonizada, supo permanecer unida a Cristo en su larga existencia terrena y por
eso dio frutos abundantes de vida eterna. Su espiritualidad se caracterizó por
una singular piedad eucarística, pues es claro que un camino excelente para la
unión con el Señor es buscarlo, adorarlo, amarlo en el santísimo misterio de su
presencia real en el Sacramento del Altar.
Quiso prolongar su obra con la fundación de las Hijas del Sagrado
Corazón de Jesús, que siguen hoy en la Iglesia su carisma de la caridad con los
pobres y enfermos. En efecto, el amor de Dios es universal, quiere llegar a
todos los hombres y por eso la nueva Santa comprendió que su deber era
difundirlo, prodigándose en atenciones con todos hasta el fin de sus días,
incluso cuando la energía física declinaba y las duras pruebas que pasó a lo
largo de su existencia habían mermado sus fuerzas. Fidelísima en la observancia
de las constituciones, respetuosa con los obispos y sacerdotes, solícita con
los seminaristas, Santa María de Jesús Sacramentado es un elocuente testimonio
de consagración absoluta al servicio de Dios y de la humanidad doliente.
6. Esta solemne celebración nos recuerda que la fe comporta una
relación profunda con el Señor. Los nuevos santos nos enseñan que los
verdaderos seguidores y discípulos de Jesús son aquellos que cumplen la voluntad
de Dios y que están unidos a Él mediante la fe y la gracia.
Escuchar la Palabra de Dios, armonizar la propia existencia, dando
el primer espacio a Cristo, hace que la vida del ser humano se configure a Él.
"Permaneced en mí y yo en vosotros", sigue siendo la invitación de
Jesús que debe resonar continuamente en cada uno de nosotros y en nuestro
ambiente. San Pablo, acogiendo este mismo llamado pudo exclamar: "vivo yo,
pero no soy yo; es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20). Que la
Palabra de Dios proclamada en esta liturgia haga que nuestra vida sea auténtica
permaneciendo existencialmente unidos al Señor, amando no sólo de palabra sino
con obras y de verdad (cf. 1 Jn 3,18). Así nuestra vida será
realmente "por Cristo, con Él y en Él".
Estamos viviendo el Gran Jubileo del Año 2000. Entre sus objetivos
está el de "suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad" (Tertio millennio
adveniente, 42). Que el ejemplo de estos nuevos Santos, don de
la Iglesia en México a la Iglesia universal, mueva a todos los fieles, con
todos los medios a su alcance y sobre todo con la ayuda de la gracia de Dios, a
buscar con valentía y decisión la santidad.
Que la Virgen de Guadalupe, invocada por los mártires en el momento
supremo de su entrega, y a la que San José María de Yermo y Santa María de
Jesús Sacramentado Venegas profesaron tan tierna devoción, acompañe con su
materna protección los buenos propósitos de quienes honran hoy a los nuevos
Santos y ayude a los que siguen sus ejemplos, guíe y proteja también a la
Iglesia para que, con su acción evangelizadora y el testimonio cristiano de
todos sus hijos, ilumine el camino de la humanidad en el tercer milenio. Amen.
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