Sábado de la cuarta semana de Pascua
NÚMERO DE LAS BIENAVENTURANZAS
Algunos
establecieron una triple bienaventuranza; porque unos la cifraron en la vida
voluptuosa, otros en la vida activa, y otros en la vida contemplativa. Por eso
el Señor señaló algunas bienaventuranzas como destructoras del obstáculo de la
felicidad voluptuosa.
I. La vida
voluptuosa consiste en dos cosas:
1.ª) En la afluencia
de los bienes exteriores, sean riquezas u honores; de los que el hombre se
retrae por la virtud, que le aconseja usar de ellos con moderación; mas por el
don, de un modo más excelente, despreciándolos totalmente el hombre. Por eso se
pone como primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espíritu;
porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3), lo cual puede referirse al
desprecio de las riquezas o al desprecio de los honores; y sé hace por la
humildad.
2.ª) La vida
voluptuosa consiste en seguir las propias pasiones, ya sea la irascible, ya la
concupiscible. La virtud impide seguir la pasión de la irascibilidad, para que el hombre no sobrepase
los límites razonables en cosas superfluas; pero por el don se hace de modo más
excelente, de suerte que el hombre esté totalmente sereno respecto de ella,
conforme a la voluntad divina. Por eso se fija por segunda bienaventuranza:
Bienaventurados los mansos (Ibíd. 4).
La virtud impide
seguir las pasiones de la concupiscencia por un uso moderado de tales pasiones;
mas el don las desecha totalmente, si es necesario; y aún más, aceptando
voluntariamente el llanto si es preciso. De ahí la tercera bienaventuranza:
Bienaventurados los que lloran (Ibíd. 5).
II. La vida activa
consiste principalmente en las cosas que entregamos al prójimo, o por razón de
débito, o por espontáneo beneficio.
A lo primero nos
dispone la virtud, para que no rehusemos pagar al prójimo lo que le debemos, lo
cual pertenece a la justicia; pero el don nos induce a esto mismo con afecto
más generoso, a saber, con un deseo ferviente de cumplir las obras de justicia,
semejante al deseo ardiente con que desean el alimento y la bebida el
hambriento y el sediento. De ahí la cuarta bienaventuranza: Bienaventurados los
que han hambre y sed de justicia (Ibíd. 6).
Por lo que se
refiere a las dádivas espontáneas, la virtud nos perfecciona para que las demos
a aquéllos a quienes dicta la razón que debemos donarlas, por ejemplo, a los
amigos, o a nuestros parientes, lo cual corresponde a la virtud de la largueza.
Mas el don, por reverencia a Dios, solamente considera la necesidad en aquéllos
a quienes presta gratuitos beneficios. Por eso se dice: Cuando das una comida,
o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ...sino llama a los
pobres, lisiados, etc. (Lc 14, 11.13), lo cual es, con propiedad, compadecerse.
De ahí la quinta bienaventuranza: Bienaventurados los misericordiosos (Ibíd.
7).
III. Las cosas
pertenecientes a la vida contemplativa, o son la misma bienaventuranza final, o
alguna incoación de ella; y por tanto no se incluyen en las bienaventuranzas
como méritos, sino como premios.
Pero se asignan como
méritos los efectos de la vida activa, con los que el hombre se dispone para la
vida contemplativa, y el efecto de la vida activa, en cuanto a las virtudes y
dones con que el hombre se perfecciona en sí mismo, es la pureza de corazón,
para que éste no se manche con pasiones. De ahí la sexta bienaventuranza:
Bienaventurados los limpios de corazón (Ibíd. 8).
Por fin, en cuanto a
las virtudes y dones con que el hombre se perfecciona en orden al prójimo, el
efecto de la vida activa es la paz, según aquello 105 de Isaías: Obra de la
justicia será la paz (32, 17). Y por tanto la séptima bienaventuranza es:
Bienaventurados los pacíficos (Mt 5, 9).
(1ª 2ae ., q. LXIX,
a. 3).
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