Lunes después de Pentecostés
CÓMO NOS MUEVE EL ESPÍRITU SANTO HACIA DIOS
I*. Cosa muy propia de la amistad es, sin duda, conversar con el
amigo. Ahora bien, la conversación del hombre con Dios tiene lugar por medio de
la contemplación, como decía el Apóstol: Nuestra conversación está en los
cielos. Si, pues, el Espíritu Santo nos hace amadores de Dios, síguese que a él
también debemos el llegar a ser contempladores de Dios, como leemos en la
segunda carta a los Corintios, 3, 18: Así todos nosotros, registrando a cara
descubierta la gloria del Señor, somos transformados de claridad en claridad en
la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Cor 3, 18).
II. Es también
propio de la amistad sentirse feliz en presencia del amigo, alegrarse de sus
dichos y hechos, y encontrar en él consuelo en todas las aflicciones; por eso
en las tristezas buscamos principalmente el consuelo en los amigos. Y como
quiera que el Espíritu Santo nos constituye amigos de Dios, y hace que él
habite en nosotros y nosotros en él, síguese que recibamos de Dios, por el
Espíritu Santo, gozo y consuelo contra todas las adversidades y pruebas del
mundo. Por eso el Espíritu Santo es llamado por el Señor Paráclito, esto es,
Consolador.
III. Igualmente es
propio de la amistad consentir en los deseos del amigo; mas la voluntad de Dios
se nos manifiesta por medio de sus preceptos; corresponde, por tanto, al amor
con que amamos a Dios cumplir sus mandatos. Y como el Espíritu Santo es quien
nos hace amar a Dios, por él también en cierto modo somos movidos a cumplir los
preceptos de Dios.
IV. Notemos, sin
embargo, que los hijos de Dios son movidos por el Espíritu Santo, no como
siervos, sino como libres. Porque siendo libre el que es causa de sí mismo,
ejecutamos libremente lo que hacemos por nosotros mismos, esto es, lo que
hacemos voluntariamente; y lo que hacemos contra nuestra voluntad no lo hacemos
libremente sino servilmente. Mas el Espíritu Santo nos inclina a obrar de tal
modo, que lo hacemos libremente, por lo mismo que nos hace amar a Dios. Así,
pues, los hijos de Dios son movidos libremente por el Espíritu Santo a obrar
por amor y no servilmente por el temor. Por eso dice el Apóstol: No habéis
recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez con temor, sino que
habéis recibido el espíritu de adopción de hijos (Rom 8, 15).
(Contra Gentiles,
lib. 4, cap. 22)
Nota:
* En el calendario
litúrgico actual aquí continúa de nuevo el Tiempo Ordinario. 134
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