Lunes de la quinta semana de Pascua
FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO
Mis flores son frutos
de honor y de riquezas (Eclo 24, 23).
I. De dos maneras
puede ser el fruto: adquirido, por el trabajo o por el estudio; y producido,
como es producido el fruto por el árbol. Las obras del Espíritu Santo se llaman
frutos, no como alcanzados o adquiridos, sino como producidos; mas el fruto que
es alcanzado tiene razón de fin último, no así el fruto producido. No obstante,
el fruto así tomado encierra dos cosas: es lo último del que lo produce, como
el fruto es lo último que produce el árbol, y es suave y deleitable, como dice
la Escritura: Su fruto dulce a mi garganta (Cant 2, 3).
Así, pues, las obras
de las virtudes y del espíritu son algo último en nosotros. Porque el Espíritu
Santo está en nosotros por gracia, mediante la cual adquirirnos el hábito de
las virtudes, y con él somos poderosos para obrar de acuerdo a la virtud. Son
también deleitables. Tenéis vuestro fruto en santificación (Rom 6, 22), es
decir, en obras santificadas, y por lo tanto se llaman frutos.
Se llaman, además,
flores con relación a la bienaventuranza futura, porque así como de las flores
se concibe la esperanza del fruto, igualmente de las obras virtuosas se concibe
la esperanza de la vida eterna y de la bienaventuranza. Y así como en la flor
se da cierta incoación del fruto, de la misma manera en las obras de las
virtudes existe cierta incoación de la bienaventuranza que tendrá lugar cuando
se perfeccionen el conocimiento y la caridad.
Por consiguiente, las
obras de las virtudes han de apetecerse por sí mismas de dos maneras: o porque
encierran en sí mismas la dulzura, o la causa de la bienaventuranza, que es su
fin; del mismo modo que una medicina dulce se apetece formalmente por sí misma,
pues tiene en sí algo que la hace apetecible, la dulzura, y también se apetece
por el fin, que es la salud.
II. Por todo esto se
ve por qué el Apóstol llama efectos a las obras de la carne, y a los frutos del
espíritu los llama frutos. Pues se llama fruto algo final y suave por sí. Mas
lo que se produce de otro, contra naturaleza, no tiene razón de fruto, sino que
es producido por otro germen.
Las obras de la carne
y de los pecados están fuera de la naturaleza de las cosas que Dios ha sembrado
en nuestra naturaleza. Pues Dios depositó ciertas semillas en la naturaleza
humana, es decir, el apetito natural del bien y el conocimiento, y añadió,
además, los dones de la gracia. Por lo tanto, puesto que las obras de las
virtudes son naturalmente producidas por aquéllos, se llaman frutos, y no obras
de la carne; frutos del espíritu, que nacen en el alma por la semilla de la
gracia espiritual.
Es claro que las obras
de las virtudes se llaman frutos del espíritu, no sólo porque encierran en sí
suavidad y dulzura, sino también porque son cierto producto final, según la
conveniencia de los dones.
La diferencia entre
dones, bienaventuranzas, virtudes y frutos se establece del modo siguiente: en
la virtud debe considerarse el hábito y el acto. El hábito de la virtud
perfecciona para obrar bien. Si perfecciona para obrar al modo humano, se llama
virtud; si perfecciona para obrar de un modo sobrehumano, se llama don.
El acto deja virtud, o
es perfectivo, y en este caso se llama bienaventuranza, o es deleitoso, y así
es fruto.
(In Gal., V)
No hay comentarios:
Publicar un comentario