Card. Albino Luciani
Carta a San Bernardino de
Siena
(Publicada en Ilustrísimos
Señores)
“SIETE REGLAS” QUE AUN
SIRVEN
Querido santo
sonriente:
El Papa Juan
apreciaba tanto tus sermones escritos, que quiso proclamarte doctor de la
Iglesia. Pero murió y, hasta el momento, nada se ha hecho. ¡Una pena!
Pero lo que el buen
Papa apreciaba no eran tus sermones en latín, estudiados, pulidos, bien
divididos, sino tus sermones en italiano, tomados de viva voz, rebosantes de
vida, fervor religioso, sentido del humor y sabiduría práctica. Acariciaba
quizá el propósito de nombrarte “Doctor sonriente”, junto al “Melifluo”
Bernardo, al “Angélico” Tomás, al “Seráfico” Buenaventura, al “Consolador”
Francisco de Sales.
Pensaba que en un
tiempo en que se emplean palabras difíciles, erizadas de ismos nebulosos, para
expresar hasta las cosas más fáciles dcl mundo, sería oportuno poner de relieve
al fraile que había enseñado: “Habla claro, de modo que quien te escuche marche
contento e iluminado, y no deslumbrado”.
Y todo menos
“deslumbrados” se quedaron ante tu sermón los profesores y estudiantes de la
Universidad de Siena en junio de 1427. Les hab1aste del “modo de estudiar”, les
propusiste “siete reglas” y concluiste: “Las cuales siete reglas, si las
observas fielmente, en poco tiempo te volverás un hombre o una mujer de
provecho”.
Con tu permiso,
abreviándolas y … domesticándolas, intento ahora evocar tus «siete reglas» para
los estudiantes de hoy.
Los cuales son gente
buena y simpática. pero no corren ningún peligro de quedar «deslumbrados», por
la sencilla razón de que quieren hacer por si mismos su propia experiencia de las
cosas. No quieren recibir, ni de ti ni de mi, «modelos de comportamiento», que
huelen a moralismo a un kilómetro de distancia. Y, probablemente, no leerán
estas líneas, pero yo las escribo igualmente. Te escribo a ti.
También Einaudi
escribió los “Sermones inútiles” y, sin embargo, a alguien le habrán resultado
útiles.
***
Primera regla, el
aprecio. Uno no llega nunca a estudiar en serio si primero no aprecia el
estudio. No llega a formarse una cultura si antes no estima la cultura. Un
estudiante dobla la espalda sobre el libro. Tú escribes: Muy bien, así «no te
hierve el cerebro, como a esos otros jovenzuelos, que, en vez de leer libros,
no hacen sino frotar el asiento». Ama los libros, así entrarás en contacto con
los grandes hombres del pasado: “les hablarás y ellos te responderán; te
escucharán y tú les escucharás, y obtendrás de ello gran placer».
¿Qué será, en
cambio, del estudiante en paro? Será «corno un cerdo en la pocilga, que come,
bebe y duerme». Será un «don nadie», que no hará nada en la vida.
Entendámonos: para
una auténtica cultura hay que apreciar también, además de los libros, la
conversación, el trabajo en grupo, el intercambio de experiencias. Todas estas
cosas nos estimulan a ser activos y no sólo receptivos. Nos ayudan a ser
nosotros mismos en el estudio, a comunicar a los otros nuestras ideas de manera
original; favorecen la atención respetuosa hacia el prójimo.
Pero que no
disminuya nunca nuestra estima por los grandes “maestros”. Ser confidentes de
grandes ideas vale más que ser inventores de mediocres. Decía Pascal: “Quien
sube sobre los hombros de otro ve mas lejos que el, aunque sea mas pequeño”.
***
Segunda regla, la
separación. Separarse al menos un poco. de lo contrario, no se estudia en
serio. También los atletas deben abstenerse de muchas cosas. El estudiante
tiene algo de atleta, y tú, querido fray Bernardino, le has presentado toda una
lista de cosas «prohibidas».
Extraigo aquí solo
dos: malas compañías y malas lecturas. “Un libertino echa a perder a todos. Una
manzana podrida, puesta junto a las sanas, corrompe a todas las demás”. ¡Ojo
–escribes- con los libros de Ovidio y con “otros libros de amoríos”! Dejando en
paz a Ovidio, hoy hablarías explícitamente de libros y fotonovelas indecentes,
de películas y droga. Pero conservarías intacto el siguiente apóstrofe: “Cuando
tú, padre, tienes un hijo estudiando en Bolonia, o donde sea, y oyes que se ha
enamorado, no le mandes más dinero. Llámale a casa, que no aprenderá nada, como
no sean cancioncillas y sonetos…, y será luego un “parásito en tu casa”.
“¡Eficaz remedio
éste de recortar las provisiones!” Pero hoy ya no resulta: el Estado sustituye,
si es necesario, a los padres, dando al universitario un «préstamo al honor» o
un salario adelantado.
Queda aún una
esperanza: que el estudiante se aplique, por propia iniciativa, el «remedio del
saltimbanqui ».
Lo conoces: subido
en una silla, el saltimbanqui enseña una caja cerrada a los campesinos que le
rodean, atónitos y con la boca abierta, un día de mercado: “Aquí dentro, dice,
está el remedio más eficaz contra las coces de mulo. Cuesta poco, muy’ poco, y
supone una fortuna». Muchos lo compran. Pero a uno de los compradores le entran
ganas de abrir la caja: con gran sorpresa no encuentra sino dos metros de
cuerda. Levanta la voz para protestar: “Esto es un timo”. “Nada de
timo—responde el charlatán—, Tu aléjate del mulo la distancia de esa cuerda y
veras como no puede darte una coz».
Es el remedio
clásico y radical que proponéis los predicadores. Vale para todos,
especialmente para los estudiantes que se encuentran hoy expuestos a mil
peligros. ¡Separación! De todos los mulos que dan coces morales.
***
Tercera regla,
tranquilidad. «Nuestra alma es como el agua. Cuando está tranquila, es como el
agua remansada; pero, cuando está removida, se enturbia». Por lo tanto, SI se
quiere aprender, profundizar y recordar, hay que tranquilizar y dejar reposar
la mente. ¿Cómo es posible llenar la cabeza de todos esos personajes de las
novelas, del cine, de la televisión, de los deportes, tan vivos, entrometidos
y, a veces, envilecedores y contaminantes, y Luego pretender que recuerde las
nociones de los libros de texto, que en comparación con aquellos carecen de
vida e interés?
La mente del
estudiante requiere un vacío de silencio a su alrededor, para que pueda
mantenerse tranquila y limpia. Tú, fray Bernardino, sugieres pedírselo al
Señor. Llegas incluso a sugerirnos la jaculatoria adecuada: “Da, Señor, reposo
a nuestra mente”. Nuestros estudiantes sonreirán al oírlo; suelen estar
acostumbrados a otro tipo de jaculatorias. Pero no importa: un poco de silencio
y de oración en medio de tanto barullo cotidiano no hace daño a nadie.
***
Cuarta regla, orden,
equilibrio, justo medio, tanto en las cosas del cuerpo como en las del
espíritu. ¿Comer? Si—escribes-—, pero ni poco ni mucho. Todos los extremos son
malos, la vía del medio es la mejor. No pueden llevarse dos cargas: el estudio
y el poco comer, el demasiado corner y el estudio, porque lo primero te
consumirá y lo segundo te embotará el cerebro. ¿Dormir? También, pero ni poco
ni mucho…, es mejor levantarse a tiempo… con la mente sobria.
El espíritu tiene
necesidad de orden, por ello continúas: «No pongas el carro delante de los
bueyes…, mejor es aprender poca ciencia, y aprenderla bien, que mucha y rnala.
Salvator Rosa está de acuerdo contigo cuando escribe: Si estás enharinado, que
te frian. El “enharinamiento” la superficialidad, el “poco mas o menos”, no son
cosas serias. Tú aconsejas también tener simpatías personales entre los
diversos autores y materías: «inclinate por un doctor mas que por otro, por un
libro más que por .,….., pero no desprecies a ninguno».
***
Quinta regla,
perseverancia. La mosca, apenas se posa sobre una flor, pasa, voluble y
agitada, a otra; el abejorro se detiene un poco más, pero le gusta hacer ruido
con las alas; la abeja, en cambio, silenciosa y trabajadora, se detiene, liba a
fondo el néctar, lo lleva a casa y nos regala la miel. Así escribía San
Francisco dc Sales, y me parece que tú estarías totalmente de acuerdo con él:
nada de estudiantes mosca, nada de estudiantes-abejorro; te gusta la fuerza de
voluntad, tenaz y operativa, y no te falta razón.
En la escuela y en
la vida, no basta desear, hace falta querer. No basta comenzar a querer, sino
que hay que seguir queriendo. Y no basta siquiera Seguir, sino que es necesario
saber comenzar a querer de nuevo, cada vez que uno se ha parado por pereza,
fracasos o caídas. La mayor desgracia de un joven estudiante, más que Ia poca
memoria, es una voluntad débil, Su mayor fortuna, más que un gran talento, es
una voluntad firme y tenaz. Pero ésta solo se templa al sol de la gracia de
Dios, sólo se calienta al fuego de las grandes ideas y de los grandes ejemplos.
***
Sexta regla,
discreción. Lo cual quiere decir: no correr más de lo que te permitan tus
piernas; no coger tortícolis de tanto mirar a metas demasiado altas; no
comenzar demasiadas cosas a la vez; no pretender resultados de la noche a la
mañana.
Ser el primero de la
clase es interesante, pero no lo es para ml, si ml talento es limitado.
Trabajaré con empeño y me daré por satisfecho si llego a ser cuarto o quinto.
Me gustaría aprender a tocar el violín, pero no lo hago porque perjudica a mis
estudios y la gente diría de mi: “quien mucho abarca poco aprieta”.
***
Séptima regla,
delectación, es decir, estudiar con gusto. No se puede perseverar en el estudio
si no se le saca un poco de gusto. El gusto no se tiene al principio, sino que
va llegando poco a poco. Al comenzar siempre hay algún obstáculo: la pereza que
hay que superar, ocupaciones agradables que nos atraen más, la dificultad de la
materia. El gusto llega más tarde, como un premio por el esfuerzo hecho.
Tú escribes: «Sin
necesidad de ir a estudiar a Paris, aprende del animal que tiene las uñas
partidas (es decir, del buey), el cual primero come y traga y luego rumia poco
a poco». El buey va saboreando el heno poco a poco, mientras sea sabroso y
agradable, hasta el fin. Lo mismo deberíamos hacer con los libros de texto,
alimento de nuestra mente.
***
¡Querido San
Bernardino! Eneas Silvio Piccolomini, paisano tuyo y Papa con el nombre de Pío
II, escribió que, a tu muerte, los señores mas poderosos de Italia se
repartieron tus reliquias. A los pobres de Siena, que tanto te querían, no les
quedó nada de ti. Les dejaron sólo el asno sobre el que montaste en ocasiones,
cuando te sentías cansado de tanto viajar en los últimos años de tu vida. Las
mujeres de Siena vieron un día pasar al pobre animal, lo pararon, lo esquilaron
y se quedaron con aquellos pelos como reliquia.
En vez del asno, yo
he esquilado y «desplumado», echándolo a perder, uno de tus bellísimos
sermones. Estas plumas, ¿Las llevará todas el viento? ¿No habrá quizás alguien
que recoja alguna?
Cardenal albino Luciani
Septiembre 1972
Septiembre 1972
Bernardino de Siena, Santo de la Iglesia Católica.(1380-1444),
franciscano, predicador de excepcional elocuencia, dejó numerosas obras en
latín y en romance. En 1427 propuso a los estudiantes dela Universidad de Siena
“siete reglas”para ayudarles a hacerse hombres de provecho. Luciani vuelve a
proponérselas a los jóvenes de hoy.
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