SANTO PADRE
FRANCISCO
EN EL QUINTO CENTENARIO
EN EL QUINTO CENTENARIO
DEL
NACIMIENTO DE
SAN FELIPE NERI
Al reverendo padre
Mario Alberto avilés, c.o.
Procurador general de la
Confederación del Oratorio de San Felipe Neri
El quinto centenario
del nacimiento de san Felipe Neri, nacido en Florencia el 21 de julio de 1515,
me ofrece la feliz ocasión de unirme espiritualmente a toda la Confederación
del Oratorio para recordar a quien vivió durante sesenta años en la Urbe,
mereciendo el apelativo de «Apóstol de Roma». Su itinerario existencial estuvo
profundamente marcado por la relación con la persona de Jesucristo y por el
compromiso de orientar hacia Él las almas confiadas a su cuidado espiritual; en
la hora de la muerte, recomendó: «Quien quiera algo que no sea Cristo, no sabe
lo que quiere; quien pida algo que no sea Cristo, no sabe lo que pide». De esta
ferviente experiencia de comunión con el Señor Jesús nació el Oratorio,
realidad eclesial caracterizada por una intensa y gozosa vida espiritual:
oración, escucha y conversación sobre la Palabra de Dios, preparación para
recibir dignamente los sacramentos, formación en la vida cristiana a través de
la historia de los santos y de la Iglesia, obras de caridad en favor de los más
pobres.
También gracias al
apostolado de san Felipe, el compromiso por la salvación de las almas volvía a
ser una prioridad en la acción de la Iglesia; se comprendió nuevamente que los
pastores debían estar con el pueblo para guiarlo y sostener su fe. Felipe fue
guía para muchos, anunciando el Evangelio y administrando los sacramentos. En
particular, se dedicó con gran pasión al ministerio de la confesión, hasta la
tarde de su último día terreno. Su preocupación era seguir constantemente el
crecimiento espiritual de sus discípulos, acompañándolos en las dificultades de
la vida y abriéndolos a la esperanza cristiana. Ciertamente, su misión de
«cincelador de almas» se beneficiaba del atractivo singular de su persona,
caracterizada por el calor humano, la alegría, la mansedumbre y la suavidad.
Estas peculiaridades suyas tenían su origen en su ardiente experiencia de
Cristo y en la acción del Espíritu divino, que le había dilatado el corazón.
El padre Felipe, en su
método formativo, se sirvió de la fecundidad de los contrastes: enamorado de la
oración íntima y solitaria, en el Oratorio enseñaba a rezar en comunión
fraterna; fuertemente ascético, incluso en su penitencia corporal, proponía el compromiso
de la mortificación interior basada en la alegría y la serenidad del juego;
apasionado anunciador de la Palabra de Dios, fue un predicador tan parco en
palabras que se redujo a pocas frases cuando lo embargaba la conmoción. Este
fue el secreto que hizo de él un auténtico padre y maestro de las almas. Su
paternidad espiritual se transparenta en todo su obrar, caracterizado por la
confianza en las personas, por el rechazo de los tonos hoscos y enfadados, por
el espíritu de fiesta y alegría, por la convicción de que la gracia no suprime
la naturaleza sino que la sana, fortalece y perfecciona.
Además, san Felipe Neri
sigue siendo un modelo de la misión permanente de la Iglesia en el mundo. La
perspectiva de su acercamiento al prójimo, para testimoniar a todos el amor y
la misericordia del Señor, puede constituir un valioso ejemplo para obispos, sacerdotes,
personas consagradas y fieles laicos. Desde los primeros años de su presencia
en Roma ejerció un apostolado de la relación personal y de la amistad como
camino privilegiado para abrir al encuentro con Jesús y el Evangelio. Así lo
testimonia su biógrafo: «Una vez se acercaba a este, otra a aquel, y de
inmediato todos se hacían amigos de él». Le gustaba la espontaneidad, rechazaba
el artificio, elegía los medios más divertidos para educar en las virtudes
cristianas, proponiendo al mismo tiempo una sana disciplina que implicaba el
ejercicio de la voluntad de acoger a Cristo en lo concreto de la propia vida.
Su profunda convicción era que el camino de la santidad se funda en la gracia
de un encuentro —con el Señor— accesible a cualquier persona, de cualquier
estado o condición, que lo acoja con el asombro de los niños.
El estado permanente de
misión de la Iglesia requiere de vosotros, hijos espirituales de san Felipe
Neri, que no os contentéis con una vida mediocre; al contrario, en la escuela
de vuestro fundador estáis llamados a ser hombres de oración y testimonio para
atraer a las personas hacia Cristo. En nuestros días, sobre todo en el mundo de
los jóvenes, tan queridos para el padre Felipe, hay una gran necesidad de
personas que recen y sepan enseñar a rezar. Con su «intensísimo afecto por el
Santísimo sacramento de la Eucaristía, sin el cual no podía vivir» —como
declaró un testigo en el proceso de canonización—, nos enseña que la Eucaristía
celebrada, adorada y vivida es la fuente de la cual beber para hablar al
corazón de los hombres. En efecto, «con Jesucristo siempre nace y renace la
alegría» (Evangelii gaudium, 1). Que esta alegría, característica del
espíritu oratoriano, sea siempre el clima de fondo de vuestras comunidades y de
vuestro apostolado.
San Felipe se dirigía
afectuosamente a la Virgen con la invocación «Virgen madre, Madre virgen», convencido
de que estos dos títulos dicen lo esencial de María. Que ella os acompañe en el
camino de una adhesión cada vez más fuerte a Cristo y en el compromiso de un
celo cada vez más verdadero al testimoniar y anunciar el Evangelio. Mientras os
pido que recéis por mí y por mi ministerio, acompaño estas reflexiones con una
especial bendición apostólica, que imparto de corazón a todos los miembros de
las congregaciones oratorianas, a los laicos de los Oratorios seculares y a
cuantos están asociados a vuestra familia espiritual.
Vaticano, 26 de mayo de
2015
Francisco
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