El apostolado de las enhorabuenas
Ved aquí un apostolado, al
parecer fácil y hasta casi como de juego, y de hecho poco practicado, quizá por
difícil.
En qué consiste
Sencillamente, en dar con sinceridad la enhorabuena a quien quiera
que sea, amigo o enemigo, alto o bajo, conocido o desconocido, bueno o malo,
por cada acción digna de ella que con serenidad
de juicio les veamos realizar o sepamos ha sido por ellos realizada.
Y subrayo la serenidad de juicio y la sinceridad para prevenirme contra
El enemigo de este apostolado
O sea el amor propio. Este bullicioso e inquieto
vecinito nuestro dispara sus sentimientos de torpe y baja envidia, más de lo
que nosotros podemos creer, con la toga de severo e imparcial crítico y
riguroso depurador de los actos del prójimo, especialmente si lo tiene por
igual o de poco superior categoría y está cerca...
Nuestro amor propio es muy
pródigo en elogios y parabienes para con los que viven en la gran China o poco
más allá y con los que vivieron en los tiempos de Maricastaña... ¡Ah! ¡Qué
hombres aquellos! ¡Qué sabios! ¡Qué...!
Pero a medida que se van
acortando las distancias en el tiempo o en el espacio se va también acortando
la prodigalidad en el parabién...
¡Qué dificultosamente se da
con sinceridad la enhorabuena al
compañero de colegio o carrera por la buena nota a el ascenso ganado, al amigo
por la buena noticia recibida y hasta diría al pariente por el encumbramiento a
que ha sido elevado!... ¡Pícara condición humana, más propicia a compadecer en sus penas y derrotas a
amigos y prójimos que a admirarlos en sus buenas acciones y a gozarse con sus
alegría y triunfos!
Los frutos
La práctica constante y generosa de este
apostolado, ¡qué ricos frutos produce en el apóstol y en los apostolizados!
En el apóstol, ese estar
alerta sobre las buenas cualidades, obras y ventajas, y no sobre los defectos
del prójimo, para alabarlas y gozarse en ellas, es una trituración constante
del amor propio y de su hija natural la envidia y a la vez un adelgazamiento y
refinación de la caridad, que mientras más benigna en el pensar, en el sentir y
en el hablar, más caridad es.
Y en el apostolizado, porque, a la corta o a la larga, en esa sinceridad,
nobleza y benevolencia tan desinteresada, con que es aplaudido y agasajado por
su amigo o su enemigo, tiene que reconocer la caridad fina de Cristo y dejarse
prender por sus lazos.
Un ejemplo
Y que vale por una gran
prueba.
El Maestro divino, en el momento quizá más
negro de su pasión, cuando recibe el beso del apóstol traidor, todavía tiene
para Judas una palabra buena, la palabra de ¡amigo! y una acción mejor, la de
dejarse besar por aquella boca sacrílega y fementida.
Si el Maestro encuentra todavía razón para
aquella palabra y aquella acción, ¿nos parecemos a Él cuando andamos regateando
elogios, y esquivando atenciones a los prójimos con los que tan pródigos somos
en censuras y severos juicios?
Corazón grande y generoso que palpitas en la
Hostia callada del Sagrario: ¡que los corazones, que te tocan cada día o muchos
días, se hagan cada vez más grandes y generosos en regatear censuras envidiosas
y en prodigar alabanzas y enhorabuenas...!
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