4. El apostolado de los ángeles de la parroquia.
Algo de historia
Decía
yo, siendo arcipreste de Huelva, en la plática del retiro espiritual del primer
viernes de agosto de 1911 a las Marías:
«¡Qué contento estaría yo si
llegara a contar en cada calle de mi parroquia con dos ángeles custodios de carne, hueso y alma grande que, en compañía de los ángeles invisibles,
de los vecinos de aquella calle, tomaran a pechos el cooperar cerca de esos
vecinos a la obra de los ángeles y de su cura!».
Estos ángeles de la calle -proseguía yo- tendrían a su cuidado el velar
por los enfermos de la misma calle, de cuya alma nadie se acuerda; por los
pequeñuelos no bautizados por abandono de sus padres; por los niños sin escuela
o en escuelas malas; por los viejecitos y doncellas sin amparo; por los
descuidados en el cumplimiento pascual y de los días festivos; por los
aficionados a lecturas peligrosas o malas y por todos los que de alguna manera
están alejados de la parroquia y de los sacramentos.
La obra de estos ángeles de la calle ha de ser obra de atracción a la parroquia, obra de
procurar el contacto entre las necesidades, tanto espirituales, como morales y
materiales de la feligresía, con su madre la parroquia y su Padre el párroco.
Necesidad de los ángeles
Hace urgente esta obra el
aislamiento, cada vez mayor, en que van quedando las parroquias, sobre todo,
las de numerosa feligresía.
En estas parroquias, de una
parte, la escasez de clero parroquial; de otra, sus múltiples atenciones y
ocupaciones, impiden o dificultan el que el párroco pueda dedicarse a visitar y
conocer a sus feligreses, como desea y manda la santa madre Iglesia, fundada en
las palabras del Maestro: «El buen pastor conoce a sus ovejas y sus ovejas lo
conocen a él.»
Es un hecho tan triste como
cierto que en esas parroquias el párroco vive tan desconocido para la mayor
parte de los vecinos como uno cualquiera de éstos.
Preguntad a muchos de los
vecinos de esas calles de casas de seis y siete pisos por el nombre de su cura,
¿qué digo su cura?, de la parroquia a que pertenecen y no sabrán dar respuesta.
Y no se crea que se trata de
impíos que tienen cortada toda comunicación con la iglesia, sino que en
multitud de casos se trata de cristianos y cristianas que tienen adornadas sus
casas con cuadros de santos y que oyen misa de cuando en cuando y hacen novenas
a sus santos favoritos.
Nosotros, los que estamos al frente de
parroquias populosas, sabemos por triste experiencia toda la espantosa verdad
de ese abismo que hay entre innumerables feligreses y su parroquia.
Un caso
Yo llevo al frente de mi
parroquia cerca de diez años, cruzo a pie mi feligresía en todas direcciones
con bastante frecuencia, entro en donde me dejan, saludo a todo el que me mira,
hablo con todo el que me encuentro, tengo en las escuelas del sagrado Corazón
cerca de mil chiquillos, que se renuevan incesantemente, y predico dentro y
fuera de mi parroquia. Y, a pesar de todos estos medios de promulgación, todavía de entre mis cerca de veinte mil feligreses,
tengo algunos que no saben cómo me llamo, y que, cuando se acercan a mí para
algo que les tiene cuenta, me preguntan por el cura de la parroquia, y, sin que
se tome a andaluzada, no son pocos los que se llegan a las puertas de mi casa
preguntando a mi padre si él es el arcipreste de Huelva... y cuenta que entre
otras insignias arciprestales,
ostenta mi padre unos hermosísimos bigotes.
Y es lo que me digo: si
estas gentes no conocen a su cura, ¿qué interés van a tener en llamarlo a sus
casas cuando estén enfermos y en asistir a las funciones y sermones de su
parroquia y qué medios le quedan al párroco de enterarse de sus enfermedades y
apuros?
Y así van corriendo los
tiempos y los acontecimientos, dejando cada vez más solo al cura en su
parroquia y cada vez más apartados de él a sus feligreses. Y esta
incomunicación ¡es tan funesta!
Una pregunta
¿Cómo salvar ese abismo entre la parroquia
y sus parroquianos? ¿Quién o qué tenderá el puente por el que el cura vaya a
sus feligreses y los feligreses a su cura?
A eso va la obra de los ángeles de la calle.
A multiplicar los ojos y
los oídos y las manos y el corazón y el celo del cura, a fin de que puedan
llegar a todas las casas de su feligresía; a poner bocas en la puerta de cada
casa que repita en ellas lo que aquellos vecinos no quieren oír en su iglesia,
a hacer y a decir sensiblemente lo que invisiblemente están haciendo los
ángeles de aquellas pobres almas apartadas...
¿No os gusta,
terminaba yo la plática a
mis Marías, no os gusta ese oficio de
ángeles de vuestra calle? ¿No es,
después de todo, parte de vuestro oficio de Marías,
que habéis de buscar compañía para vuestro Sagrario? ¡Qué dos títulos tan
preciosos para ganarse el cariño agradecido del Corazón de Jesús: María de su Sagrario y ángel de su parroquia!
Ahora, vosotras
responderéis.
¿Cómo me respondieron?
No muchas, que nunca estas
obras de trabajo y pisoteo del amor propio tuvieron bulla de golosos, pero sí
muy decididas y valientes se me presentaron en demanda de
Instrucciones para los ángeles
Las que les di, atendiendo a
que no contaba con ángeles para todas
las calles, fueron:
1ª Que formando parejas fueran cada
una de éstas, en la calle de su custodia, de casa en casa y de piso en piso,
invitando a sus vecinos a que entronizaran en sus hogares el sagrado Corazón de
Jesús.
2ª Con el fin de que esta
entronización fuera real y no aparente o meramente oficial, que trabajaran
porque a la entronización precediera la confesión y comunión de toda o la mayor
parte de la familia.
3ª Que para salir al
encuentro de dificultades, los ángeles
se ofrecieran a tener y cuidar los niños pequeños de las madres pobres mientras
iban al templo, a preparar a los que alegaran ignorancia, el examen de
conciencia y demás disposiciones para la buena recepción de los santos
sacramentos.
4ª Que el Banco del Amo regalaría los cuadros de la entronización, con marco,
cristal y todo a los que no pudiesen comprarlo.
5ª Que se contentaran con
proponer, invitar y suplicar y que evitasen a todo trance las discusiones con
los vecinos visitados.
6ª Que de camino preguntasen con discreción sobre el bautismo de los
pequeñuelos y el casamiento de los padres.
Y 7ª Que no perdieran de
vista que, sacaran o no fruto visible, siempre
ganarían, por lo menos, haber dado gusto al Corazón de Jesús y cooperado
con Él a la salvación de las almas.
En marcha
Preparadas con estas
instrucciones y con los alientos y la bendición, que, sin duda alguna, debió
darles el Amo desde el Sagrario, se echaron a la calle mis parejitas de ángeles el lunes siguiente al primer viernes
de la invitación.
¿El resultado?
En confianza os diré que
todo el valor y aliento que yo había tratado de infundir en los ángeles me faltaba a mí. Sufría, por
anticipado, como hechos a mí los fríos recibimientos, las malas caras, las
respuestas duras, los tratos groseros que me temía encontraran en no pocas de
sus visitas.
¡Ahí era nada presentarse en
las casas de feligreses obreros, lectores asiduos de periódicos rabiosos muchos
de ellos, que jamás van a la iglesia y que pasan los veinte y los treinta años
sin confesar ni comulgar, y presentarse no a darles bonos de pan o buenos
acomodos, sino a proponerles lisa y llanamente que confiesen y comulguen y
vayan a misa y coloquen en lo principal de sus casas como a Amo y Señor al
Corazón de Jesús!
Les digo a ustedes, para
confesión y confusión de mi falta de confianza, que la primera tarde que
salieron los ángeles, entre las que
mandé a mi propia hermana, sudé todo lo sudable y temblé como en mis buenos
tiempos de estudiante en vísperas de examen.
¡Desconfiado de mí! ¿No
debía saber yo que el generoso Corazón de Jesús no podía dejar solas a
aquellas valientes? ¿No debía esperar hasta un milagro en favor de aquellas
enviadas suyas que sólo contaban con Él y sólo por Él trabajaban?
¡Que lección
recibí aquella tarde y he
seguido recibiendo después!
Cierto que los ángeles de mi parroquia se encontraron
con alguna de aquellas cosas desagradables que yo temía; pero cierto también
que ellas, como yo, vemos sorpresas agradabilísimas y que tan cerca sentimos el
auxilio del Amo, que sólo por su invitación, familias enteras, totalmente
incomunicadas con Dios durante veinte y hasta cuarenta años, se reconciliaron
con Él; multitud de niños, ya mayores, se bautizaron, y no pocos ayuntamientos se santificaron.
La siguiente lista de
entronizaciones del sagrado Corazón de Jesús da una idea del fruto obtenido con
la visita de los ángeles.
Primer Domingo. - Seis.
Segundo. - Cuarenta y seis.
Tercero. - Ochenta y dos.
Cuarto. – Sesenta
Y así en adelante.
Añádase a estos datos el no
menos expresivo de que la mayor parte de los individuos de esas familias
confesaron y comulgaron, no faltando quien hiciera su primera comunión, a los
cincuenta años, y a otras edades, también altas. ¡Qué generosidad la de nuestro Amo!
Capítulo aparte merece el
relato de otros resultados y de no pocos edificantes pormenores de estas
entronizaciones, que a los que los hemos visto, como a los que los conozcan,
harán repetir muchas veces:
«¡Qué generosidad la de
nuestro Amo!».
Los ángeles en acción callejera
Tomándolo de El Granito de Arena de entonces, voy a
contar a los amigos una de las muchas fiestas que celebraron por barrios
obreros de entronización del Corazón de Jesús, y de aquí podrán colegir lo
mucho y bueno que recogieron estos ángeles.
Dice «El Granito»: «Después de haber recorrido de punta a cabo una
calle y de haber invitado a sus vecinos masculinos y femeninos a que
entronicen, primero en sus almas, con una buena confesión y comunión, y luego
en sus casas al Amo bendito, señalan de ordinario la tarde del domingo para la
fiesta de la entronización.
Se escoge una casa de zaguán
o patio amplio y sobre un altarito con la más vistosa colcha de la calle y
adornado con las flores de todas las macetas vecinas, se colocan graciosamente
distribuidos, todos los cuadros del sagrado Corazón que han de ser bendecidos.
Es frecuente, también, que
las ventanas y balcones de la calle luzcan colchas y blondas de lo más
guardadito en el fondo del arca.
A la hora señalada,
encontraréis a más del padre vicario o uno de sus coadjutores y la pareja de ángeles de la calle, a todos los vecinos
de las casas apalabradas, a los
chiquillos de la calle e islas adyacentes, abonados perpetuos a todo
espectáculo gratuito, y a la banda de música de las escuelas del sagrado
Corazón dispuestas a agasajar a su Amo con los más finos y sonoros de sus
acordes.
Reunidos todos
en
medio de la calle, si el altar se ha colocado en el zaguán, o en el patio de la
casa, si se ha colocado en éste, y obtenido el silencio compatible con el
concurso y el local, procede el sacerdote a la bendición de las imágenes y a la
recitación, con voz de todos sus pulmones, del acto de consagración de todas
aquellas familias.
Una marcha real, tocada con todas sus ganas por los chiquillos de la
banda, acompaña la colocación del cuadro en el sitio principal de la casa, que
lleva a cabo el jefe de ella. Fórmase a continuación una procesión, con niños y
niñas de la calle, llevando cada uno un cuadro sobre el pecho para hacer su
distribución por las casas.
Es un espectáculo
por demás pintoresco el de
esas procesiones extralitúrgicas. Los ángeles,
que van a la cabeza, se detienen ante las puertas de las casas que quieren
entronizar al Amo, detiénense todos y, adelantándose el sacerdote, toma en las
manos de uno de los niños un cuadro y lo entrega al o a la jefe de aquella
casa, que lo recibe de rodillas, mientras dice: Aquí tenéis al Corazón de Jesús
que quiere reinar sobre vuestra casa, ¿lo recibís de buena voluntad?.
De ordinario la respuesta es
más llorada que hablada.
Que Él reine siempre y os
bendiga a todos, y coreada por el canto de los niños y de los ángeles, del himno nacional del sagrado
Corazón, y por los acordes de la música y por los truenos de algún que otro
cohete, sigue la procesión avanzando por la calle y deteniéndose ante las
puertas hasta distribuir el último cuadro.
Cierto
que no todo es vida y dulzura en estas fiestas, que no
faltan puertas cerradas en señal de protesta, y puertas entornadas por respeto
humano y caras desdeñosas o feroces y otros agasajos
del tiznado, pero también es
cierto que el Corazón de Jesús entra en aquellas casas, no de contrabando, sino
con las puertas abiertas de par en par, y en ellas se queda, no para estar
ocioso, sino para seguir ejerciendo entre aquellas pobres familias sus oficios
de Salvador y maestro. ¡Tiene en esos barrios tanto que iluminar, que curar,
que consolar, que salvar!
Si vieran ustedes
con qué dejo tan sabroso nos
retiramos de esas fiestas, ángeles y Marías, chiquillos y músicos, espectadores
e invitados, contentos todos de haber contribuido a levantar nuevos tronos al
buenísimo Corazón de Jesús, en donde quizá por muchos años lo habría tenido
levantado el demonio! Y que éstos no son tronos de un día, sino de duración, lo
acredita lo que os voy a contar.
Los frutos
¡Vaya si van siendo
duraderos los frutos de este nuevo apostolado angélico parroquial! En la tierra, a pesar de todas sus malezas
y espinas, de sus durezas y sus hielos, no hay semilla más fecunda que el
sacrificio.
Y más fecunda cuanto esos
sacrificios están más llenos de amor santo y puro del Corazón de Jesús.
Y como sacrificio, y de éste
bueno, bueno, es el que van sembrando estos ángeles,
no hay que extrañar que el fruto se venga a las manos copioso y duradero.
Aparte
del fruto interior de cada
cual, que de cierto sólo ve Dios, y por conjeturas ya vamos viendo los demás, y
aparte de las trescientas
entronizaciones, con su correlativo número de confesiones y comuniones que
van obtenidas hasta la fecha, puedo anotar como fruto cierto de la siembra de los ángeles de mi parroquia:
1º El número, bastante
crecido, de niños grandecitos rezagados
que van siendo bautizados.
2º El aumento muy considerable, me
atrevería a decir, de un ciento por ciento, de asistencia a la misa de precepto
y a los cultos de la parroquia.
Las novenas celebradas desde que
está funcionando la obra de los ángeles
de la parroquia, y, entre ellas, la de la Patrona, se han visto concurridas
como nunca.
3º La frecuencia de
sacramentos de gentes que hacía veinte y más años que no los recibían.
4º Y éste es un fruto muy estimable:
el apostolado que empiezan a ejercer los mismos atraídos por los ángeles entre sus vecinos y conocidos.
Gracias a este apostolado popular,
ya se van presentando feligreses de los desconocidos,
pidiendo que se vaya a su casa a poner el
cuadro del Corazón de Jesús, como el que han puesto en casa de tal o cuál
vecino.
Y 5º Sin pretenderlo
directamente, la colocación de la imagen del sagrado Corazón de Jesús en lo
principal y más visible de la casa, está dando una buena batida al respeto
humano y está metiendo a valientes a no pocos acobardados.
Las burlas y los ataques que
de los vecinos de la cáscara amarga reciben por haberse metido en eso del cuadro, quizá en algunos casos intimiden a alguno. Pero se observa
que en otros muchos casos, lejos de meter a los atacados para adentro, los
echan más afuera y confirman más en el buen camino empezado.
Tengo noticias de algunas
batallas caseras libradas en torno a la dulcísima imagen del Corazón de Jesús y
de no pocas victorias alcanzadas por la firmeza de fe y denodado valor de
quienes hace poco no se hubieran atrevido ni a hacer la señal de la cruz en
presencia de un niño.
Un gran fruto
he sacado para mí, también,
de esta campaña angélica.
A más de los alientos con
que he reforzado mi esperanza, no pocas veces tentada en ese flaco, he sacado y
sigo sacando la experiencia de que,
si bien es cierto que hay muchas almas que no vienen porque positivamente no
quieren ni querrán nunca nada con Jesucristo, y otras que no vienen porque no
se lo pide el cuerpo (¡no dan más
razón que ésa!); también es cierto que hay muchas más almas que no vienen
porque no se les ha acercado nadie a decirles en serio: Venga usted.
¡Qué claro estoy viendo
estos días por qué el maestro mandaba con tanta insistencia a sus apóstoles ir! Id y enseñad; pero no esperando que vengan, sino yendo a que oigan...
Quiero cerrar
estas notas que sobre esa
modestísima obra de celo de los ángeles
de mi parroquia he ofrecido a mis hermanos los sacerdotes, y especialmente
los párrocos por si quieren ensayarla con las modificaciones que su celo y las
circunstancias les aconsejen, con este pensamiento del Evangelio.
Hay muchísimas almas que se quedarán
perpetuamente ociosas e inactivas para el negocio de su salvación, si el padre
de familia no sale con frecuencia a
la plaza a buscarlas y a invitarlas a trabajar en la viña.
No se teman dificultades
insuperables: la mayor parte de esas almas paradas
no opondrán más razón ni obstáculos que el de los cesantes del Evangelio: No
hemos tenido a nadie que nos conduzca...
El arcipreste de Huelva».
Y con esas mismas palabras
cierra el obispo de Málaga la presentación del apostolado de los ángeles de la parroquia, añadiendo que
las Marías, enteradas de su oficio,
están haciendo de ángeles a las mil
maravillas.
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