7. El apostolado entre los indeseables
«Con los que odiaban yo
estaba pacífico, cuando les hablaba me increpaban sin razón.»
Las tres D
Como de otros apostolados os
puedo decir que son de las tres B, por lo bueno, bonito y barato, este que hoy
os presento, bien puede asegurarse que es el de las tres D.
O sea, difícil, difícil y
difícil.
Es todo una dificultad.
Lo cual si no lo hace muy
apetecible, lo avalora como muy meritorio.
¿Quiénes son los indeseables?
Cuando os explique el campo
de este apostolado, o sea, las personas sobre las que habrá de ejercitarse,
comprenderéis ese misterio de las tres D.
Indeseables han sido
llamados en argot periodístico y
policíaco esos desgraciados profesionales de propagandas subversivas y
espionajes, conspiradores y embaucadores de oficio contra el orden social, y
que, con habilidad suficiente para no pillarse los dedos ni dar la cara en
ninguna de las fechorías por instigación y complicidad de ellos preparadas, se
pasan la vida vigilados por el recelo y temor de la policía y errantes de
destierro en destierro por las protestas y sustos que su presencia va
levantando.
Hombres inofensivos, al parecer, y
hasta simpáticos y atrayentes, disfrazados unas veces de grandes señores, y de
harapientos mendigos otras, pero en realidad, espíritus inquietos, tenebrosos,
oblicuos, egoístas y siempre mal avenidos con la paz y bienestar de los demás,
que por falta de pruebas claras no han podido ser reducidos en un presidio, ni
en un manicomio, a pesar de las grandes afinidades que con los que viven en
esos lugares presentan, han sido clasificados con el nombre, sin duda por
eufemismo, de indeseables, que si no define su naturaleza, explica la posición
que se han ganado con el miedo, la antipatía, el recelo y el funesto augurio
con que por todas partes son recibidos. ¡De nadie deseados!, que bondadosamente
equivale a esto otro: ¡Por todos temidos!
Otros indeseables
Aparte de esos indeseables
públicos de la sociedad y algo a ejemplo de ellos, no es raro encontrar en el
seno de las familias más buenas, de las comunidades más observantes, de las
corporaciones más ordenadas, aun de las reuniones más expansivas de amigos,
individuos que, por sus trazas y procederes, bien se tienen ganado el título de
indeseables, que casi, casi en justicia y en caridad equivalga al de
insoportables.
Y cuenta que no llamo así a
los obstinados descaradamente en el vicio; que esos se llaman malos o viciosos,
y ya se sabe cómo han de ser tratados; ni a los que, por enfermedades o
tribulaciones, pueden ser carga pesada para los que les rodean, para los cuales
la caridad y la compasión tienen sus recetas conocidas; ni a los
clasificadamente locos, que para ellos hay manicomios, o camisas de fuerza.
No son esos los de mi caso,
sino esos otros incalificables e inclasificables, que no pueden ser llamados
malos, porque se dicen y no pocas veces son o parecen buenos; ni enfermos ni
sanos, porque de todo tienen en cada hora del día; ni locos ni cuerdos, porque
para lo uno les sobran razones y para lo otro les faltan; ni amigos ni
enemigos, porque todo lo que les falta de corazón y valor para ser lo uno o lo
otro les sobra de cara para aparentarlo; ni virtuosos ni viciosos, por las
promiscuaciones y variaciones de sentires, quereres y pensares...
Son seres tan atrayentes e
interesantes, cuando son poco conocidos, como repulsivos e insoportables,
cuando son tratados de cerca...
Su partido suele ser, no el
más racional, sino el más ventajoso; su postura, la más airosa, al parecer;
pero, en realidad, la más cómoda; su superior más bueno, el penúltimo, o sea,
el que ya no manda; su mejor amigo, el que está más lejos o de quien, por el
momento, esperan más; su más urgente obligación, salirse con la suya; su
derecho más sagrado, quitar la razón a todo el mundo y no dársela a nadie; tan
elocuentes a veces de palabra, como disolventes con sus ejemplos; Cantones, en
el censurar a los demás, y Sanchos, en su vivir...
¡Tipo extraño! ¿verdad? ¡Pero
desgraciadamente, no raro!
Extrañeza que ha inducido a no pocos médicos y
psicólogos a considerarlos, más como tipos clínicos, que como tipos morales;
más como enfermos, que como seres responsables, y se han inventado y, con más o
menos acierto aplicando los nombres de histerismo, neurastenia, psicastenia,
etc., etc.
Sea sólo por enfermedad o
por temperamento, como ocurre no pocas veces, sea por estado moral o por un
poco de todo, que quizá sea lo más frecuente y que yo clasificaría de egoismitis crónica, complicada con falta
de educación y sobra de nervios, lo cierto es que los desgraciados poseedores
de los caracteres señalados se hacen y son en la familia, comunidad o reunión
en donde les toque vivir o estar, cargas insoportables y verdaderos indeseados
e indeseables.
¿Sus apóstoles?
¿Quién los apostoliza?
¿Quién es el valiente que se pone a
ganar para Dios y para la paz y la unión con razones a quien no las da nunca;
con buenos ejemplos a quien para todos ellos tiene un ridículo; con favores y mimos
a quien está tan pronto para recibirlos, como para no agradecerlos, con buena
cara a quien se insolenta con ella, con saludable rigor a quien contesta con
exasperaciones iracundas a los que cree dominables, o con sumisiones fingidas a
los que juzgan dominadores?
¿Cómo se puede hacer bien a
estos pobrecillos indeseables?
Y como, al fin y al cabo,
tienen alma redimida con la misma sangre divina que la mía, y como son prójimos
y hermanos míos por la carne o por el espíritu, si yo amo de verdad a Dios,
Padre nuestro, de ellos y mío, no puedo, no debo pagar la indeseabilidad de
ellos con la indiferencia mía, ni mucho menos con la aversión o el odio, a que
constantemente ellos están haciendo oposiciones con sus irregulares procederes.
¿Cómo se puede hacer bien a los indeseables?
Y aquí surgen las tres D del principio con magnitud
aterradora.
¿Cómo hacer bien al alma de
un hombre o de una mujer (que no escasean las indeseables) que unas veces obran
como si no la tuvieran y otras como si tuvieran dos o más, según la
multiplicidad y posturas que adoptan?
¿No son esos desgraciados
los que el Espíritu Santo definió con aquellas palabras: «El varón doble de
ánimo es inconstante y embustero?».
Pero hasta un grado y con un tesón y fingimiento
inconcebibles...
Y como todos tenemos indeseables en grado
máximo o mínimo, por lo menos para postre de nuestras comidas, me limito a
decir lo probado por la experiencia.
La receta del apostolado
1º El indeseable, chico o
grande, es prójimo y hermano mío.
2º Mientras viva, pues, si
es un enfermo curable del cuerpo o del alma, debo, por caridad, hacer algo para
curarlo, y si incurable, por compadecerlo.
3º Por muy atinadamente que yo proceda, lo más
probable es que mis palabras o mis obras le caigan mal; pero mis oraciones y
sacrificios por él nos harán siempre bien a él y a mí, aunque ni él ni yo lo
veamos. No hay calmante más eficaz para la venganza que rezar un Padrenuestro o
hacer un sacrificio oculto por el que la provoca.
4º Para que aun mis palabras
y mis obras le hagan siempre bien, aunque no me lo agradezca ni reconozca, me
conviene conocer bien lo que es y tratarlo como si fuera lo que debiera ser,
buen superior, buen súbdito, buen amigo, buen vecino, etcétera.
5º Dios no pide a mi apostolado
fruto, sino trabajo con buena intención.
Y 6º Que desde el punto y
hora en que el Corazón de Jesús, el más digno de ser deseado y querido de todos
los hombres, ha venido a parar, por la rudeza y la injusticia de éstos, a ser
el indeseado de los Sagrarios de la tierra, ¿no sería justo y útil que el
tiempo que tuviéramos para indignarnos con los indeseables, lo invirtiéramos en
compadecerlo y desagraviarlo...?
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