El apostolado de la piedad casera.
Lo que enseñaba un maestro
Decía un maestro mío que el
pueblo andaluz era tan intensamente piadoso, que en un puesto de verduras, en
cinco minutos, se hacían más invocaciones jaculatorias a Dios que en un
convento de religiosas extranjeras en un día entero.
Y lo probaba con el
siguiente diálogo cogido al azar de cualquier puesto de nuestras plazas de
abastos:
-¿A cuánto están las papas?
-A cuatro gordas, hija.
-¡El durcísimo
nombre de Jezú! ¡Ave María Purísima!
¡Aplaca, Señor, tu ira!... ¡Ni que fueran las papas pa el rey Heroe o pa
Ponsio Pilato...!
-Dios me libre de tené cuenta con estos herejes, ¿te
enteras?, que las papas están a
cuatro gorda pa lo cristiano por la grasia de Dios y de nuestro Señó Jesucristo... que sabe tú que jasta pierdo casi el dinero
de mano a mano.
-Permita Dió que lo que tú pierda me lo jaye yo... ¡ay! ¡padrecito de mi arma! ¡Que no se va pudiendo ya comé ni papa en paseo!
Y contraponía mi maestro a
esta escena en esa y parecidas formas repetidas en las que el nombre de Dios y
el recurso a Él y a los motivos sobrenaturales brotan a cada paso, escenas de
sorpresas, sustos, admiraciones ocurridas en otros países y aun entre personas
religiosas y lo más que obtenían de los sorprendidos, asustados y admirados era
un, ¡oh! un ¡ah! o un ¡uf! más o menos prolongado y sostenido.
Lo que se va echando de menos
Tenía nuestro pueblo tan
metido en su entraña el sentir cristiano, el espíritu de fe, el criterio
sobrenatural, que cuanto veía, oía, sentía y entendía era siempre al través de
esa fe viva visto, oído, sentido y entendido.
Así, para la noticia triste
de uno que caía enfermo tenía al punto en su boca la frase y la oración: «el
Señor lo alivie»; para la noticia del agonizante, la de «el Señor lo recoja en
buena hora»; para la de la muerte, la de «el Señor le dé la gloria», y miles
parecidas.
Para expresar la admiración o la sorpresa, el
¡Dios mío! ¡Jesús! ¡Ave María Purísima! ¡santo Dios! para atraer la compasión o
manifestar la gratitud, el «por amor de Dios», «Dios se lo pague», «por las
ánimas benditas»; «por la salvación de su alma», a más de las cristianísimas
formas para el saludo y la despedida, los pésames y las enhorabuenas, como el
«Dios guarde», «alabado sea el santísimo Sacramento», «Ave María», «santos y
buenos días nos dé Dios», «quede usted con Dios», «que el Señor nos reúna en el
cielo», «si Dios quiere», «Dios mediante» y miles y miles de frases tan
corteses como castizas, tan cristianas como finas con que nuestro pueblo
embalsamaba y ungía con unción de hermoso y esperanzador sobrenaturalismo su
conversación, sus sentimientos y su vida.
La piedad casera
Ésa, ésa es la piedad
excelsa que une y estrecha a los hijos con su Padre Dios hecha manjar y bebida
y respiración y perfume y adorno y encumbramiento de los cristianos.
Ésa es la piedad que yo
llamo casera y que tanto se va echando de menos en los hogares cristianos y
porque se va echando de menos, se va echando de más la peste del laicismo y del
naturalismo en el hogar formado por gentes que todavía se llaman cristianas y
hasta piadosas... ¡Qué feos, fríos,
prosaicos y pesados los hogares descristianizados!
Y ¿los apóstoles?
Hacen falta apóstoles
discretos, pero tenaces, que con la gracia y naturalidad del aire propio y la
espontaneidad del espíritu de familia y con las finas y santas ingenuidades de
las almas apostólicas trabajen por la vuelta de la piedad casera a la conversación, a las expansiones y a las
manifestaciones de la vida del hogar.
Hacen falta apóstoles
menudos y anónimos que sugieran el rezo del responso junto o al paso de un
cadáver, del ángelus y de las ánimas a su hora, de la bendición y acción de
gracias de la comida, del santo rosario en familia, de la invocación piadosa o
jaculatoria en el momento oportuno...
Apóstoles de la piedad
casera, sin sermones ni excomuniones, con caras buenas e ingenios agudos ¡cómo
podéis trabajar por la vuelta de Jesús al hogar!... ¡Al hogar de donde lo va
echando el nuevo paganismo que les va entrando en el vestir, en el hablar, en
el sentir y en el vivir a los viejos cristianos!...
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