El apostolado de las dos varas, ¿media o entera?
Hace muchos años, cuando
comenzó a alarmarnos la irrupción de la poca tela y del poco pudor de las
mujeres con las faldas entrevés y
cortas y las desnudeces de pecho y brazos, creí yo poner una pica en Flandes proponiendo a los amantes de la vergüenza el apostolado de la media vara... de tela a los trajes que se iban acortando y
encogiendo.
Al cabo de una porción de
años de crecientes e inverosímiles acortamientos y encogimientos de tela y...
de pudor, debo confesar que el apostolado de la media vara debe ser abolido por del todo insuficiente y sustituido
por el de la vara entera y... no
permita Dios que llegue a hacerse necesario el de las dos varas.
¡Que al paso que vamos, los
salvajes de las selvas van a estar más cubiertos que nuestras elegantes
civilizadas!
Las dos varas
Y ¡vaya! que para que no me tomen la delantera esta
vez, desde luego, me decido por el Apostolado
de las dos varas... ¡pero no de tela las dos! y permitidme que me enfade,
que motivos sobran para arder de indignación.
Dos varas, a saber: una real de tela para empalmarla a tanto medio vestido de niña y de mujer
semidesnuda, y otra... ¿lo diré sin que se me asusten ni escandalicen mis
sensibles y susceptibles aludidas?... otra simbólica, o sea, de corrección ¡así! que mida y decore las espaldas de tanto padre y marido y jefe que tolera,
permite, aprueba, si no llega a imponer tiranamente a sus respectivas hijas,
mujeres y súbditas la desnudez impúdica y bochornosa de la moda triunfante.
¿Razones?
Y si la alarma que os levanta el apostolado propuesto
os deja todavía con ganas y serenidad para pedir y entender razones, os diré
que el empleo de la primera vara, o
sea, la de tela, no tiene duda que está justificadísimo y que es urgentísimo,
si no es que la pobre sociedad en que
nos ha tocado vivir está llamado ya a sumergirse en los lagos de
pestilente betún de Sodoma y Gomorra...
Y el empleo de la segunda, la de corrección, llámese multas, cárcel,
exoneración de derechos civiles y familiares, inhabilitación social, algo que
suprima y castigue esa ausencia de hombría, esa deserción de deberes
elementales y sagrados, esa degradación y rebajamiento de carácter, esa
incomprensible y monstruosa complicidad con la insensatez y la locura, ese
trocar el alto oficio de padre y esposo, sacerdote del hogar, modelador de
almas y forjador de caracteres, por el de paseantes y expositores de muñecas
costosas, barnices, pinturas, bisuterías y dinamitas
destructoras de la pureza y el pudor...
Condeno hechos y salvo las intenciones que a Dios sólo
toca juzgar. Pero ante el hecho, hasta nuestros tiempos nunca visto, de la
desnudez impúdica y provocativa de la esposa y la hija (sin duda más vanidosas
y alocadas que malas), paseadas, exhibidas, y llevadas a bailes
inverosímilmente indecorosos y repugnantes por los propios complacientes
maridos y papás, hay que repetir la palabra del Espíritu Santo a los padres de
familia: «El que perdona la vara, odia a su hijo».
Y si sobre los hijos y los
que del padre dependen no hay quien asiente ni esgrima la vara de la debida
corrección, es preciso, es urgente que por quien tenga autoridad sobre los
padres se impongan correcciones saludables y enérgicas que corten y remedien el
mal de la moda impúdica que está minando los mismos fundamentos de la familia y
de la sociedad.
Un caso fulminante de vara simbólica
Los que lo presenciaron me
cuentan un caso que bien merece ser consignado por la cruda ejemplaridad que
reviste.
Suben y entran en un tranvía
un señor dando el brazo a una señora a la última moda de ropa de menos,
coloretes de más y ausencia total de recato y pudor.
Se sientan frente por frente
a un veterano malagueño de tantos años como buen humor, que desde que entra la
elegante no deja de mirarla desde los pies a la cabeza, con mirada entre
socarrona y alarmada.
Molesto por la insistencia
del mirar, el que parecía marido, en el más agrio y descompuesto de los tonos,
dice al curioso vecino:
-¿Qué mira usted?
Y sin descomponerse el
interrogado y trocando la socarronería de la mirada en severidad de tono,
responde:
-Caballero, miro lo que usted me deja ver...
Un risa estrepitosa del
público móvil y un ¡pare usted! dicho en seco al conductor por el descompuesto
y mohino caballero, fueron el eco del estacazo
tan oportunamente propinado al complaciente marido como incumplidor de sus
deberes conyugales y sociales...
¡Apostolado de las dos varas... Apostolado de la
vergüenza...!
¡Con qué prisa, con qué urgencia debe
extenderse y aplicarse ese apostolado!
Yo, que muchas veces he creído que el mundo se
acababa por falta de calor de caridad
y sobra de frío de egoísmo, hoy estoy
convencido de que se acaba, se muere y se pudre y se lo comen los perros y los
gusanos por ¡indigestión de lujuria y
anemia de vergüenza!
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Almas temerosas de Dios y que aún hacéis caso de vuestros confesores, de vuestros obispos y del
Papa, ¡a empuñar la vara que podáis, de tela
para cubrir desnudeces grandes o chicas, primero en vosotras y después en los
demás, y de corrección para
impedirlas, cortarlas o desagraviarlas! Almas de Marías, de religiosas, de
madres e hijas de familia, todavía
buenas, que sentís pena de ver a Jesús tan lastimado y abofeteado por manos de mujer y ¡quizá como nunca lo hay sido! orad, mortificaos, ofreced
desagravios, y, el mejor de todos, vuestro corazón y vuestra vida lo más purificados que podáis.
¡Se siente tan avergonzado Jesús sacramentado entre tantas desvergüenzas!
de ¡HIJAS SUYAS!... ¡Os lo aseguro!
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