2. El apostolado de la santa
curiosidad
El Apostolado es obra, ante
todo, de contacto y como medio
decisivo de ese contacto quiero presentaros, entre serio y broma, pero con toda
la sana intención de que soy capaz, este extraño apostolado de la santa curiosidad.
Reíd lo que queráis, pero no
retiro ni una sola palabra.
Y para demostrároslo
empezaré por la última palabra, no siempre se va empezar por la primera.
Curiosidad
Seguramente todos los que
nos preciamos de tener buen sentido, hemos protestado contra ese feo vicio que
ha dado en llamarse femenino y que sabemos que a veces es común a los dos
sexos.
Y vedme ahora con toda mi
seriedad encaramarme en lo alto de la tribuna de la prensa para deciros: ¡Hay que ser curiosos!
Se encuentra uno en la calle
una niñita pobre que lleva en la mano un vaso o un bote con la etiqueta de la
botica; pregunta de curioso al canto: «Niña, ¿quién está malo en tu casa?
¿Desde cuándo? ¿Qué tiene? ¿Quién te lo gana?...». Las respuestas de estas
preguntas ponen a usted, cura o catequista de aquella niña y de su familia, en
conocimiento de un enfermo y quizá de un necesitado de los auxilios de su
ministerio y de su caridad.
Además, la palabra de
aquella niña, repitiendo cerca de su madre enferma las preguntas llenas de
cariñoso interés del sacerdote, no sabemos hasta dónde penetran y qué
saludables disposiciones despertarán.
Se encuentra usted,
sacerdote, a un obrero con la mano vendada o en cabestrillo; una viejecita
sentada en el umbral de la casa, fatigada del mucho andar; una mujer que pasa
llorando, un joven con cara de convaleciente o de enfermo; un niño que le besa
la mano o le mira con interés... ¡Curiosidad al canto!
¿Qué le pasa? ¿Cómo fue eso?
¿Necesita usted algo? ¿Quiere que le ayude? Y ¡eche usted preguntas y no se canse!
que aquellos pobrecitos a quienes, sin conocer, acomete, no sólo no extrañarán
su curiosidad, sino que la recibirán como gota aliviadora de consuelo. Sus caras, agradecidas, se lo dirán.
¡Pobrecillos los pobres!
¡Despiertan tan poco interés
a su paso por el mundo!
¡Cuántas, cuántas veces les
he oído este gran argumento de la bondad y caridad de las personas que ellos
quieren: mire usted, nos quiere tanto y es tan bueno, que no pasamos una vez
por su lado que no nos pregunte por la familia y por las cosas que nos pasan!
Y por eso llamo
Santa a esa curiosidad.
Porque no es el apetito desordenado del
chisme, ni el insoportable métome en
todo de los colados, sino el fino,
delicado, caritativo interés de saber y descubrir miserias, enfermedades,
penas, alegrías, desolaciones o triunfos para derramar sobre ellos la
irradiación de la luz y el condimento
de la sal de que nosotros, los
sacerdotes, somos depositarios y distribuidores.
Curiosidad santa, porque es efluvio de la santa caridad en que debe
consumirse el corazón de un pastor que ansía conocer a sus ovejas y ser
conocido de ellas.
Santa, porque es instrumento del celo que se ingenia con
introducirse y multiplicarse.
Santa, porque, empezando en la pregunta, al parecer indiferente, no
se detiene, sino en la conquista para el amor del Corazón de Jesús de las almas
por quienes se interesa.
Casos
De este apostolado los
tenéis en el Evangelio. Abrid por cualquiera de sus páginas y veréis al maestro
santo, al Padre bueno, ejerciendo este menudo apostolado.
¿Por qué lloras? ¿Que
quieres que te haga? ¿Qué quieres? ¿Tú crees? ¿Qué buscáis? ¡Si tú supieras!...
Y aquellas mil y mil preguntas dirigidas a otros tantos necesitados en mitad de
la calle, en la puerta del templo, en el campo, en donde quiera que los cogía.
Y ¿recordáis los milagros de
alientos, de renovación de vida, de ensanche de corazones, de resurrección que
obraban aquellas preguntas de santa
curiosidad?
Yo también los recuerdo, al
par que, sin poderlo impedir, pasan por mi cabeza y por mi corazón los daños de
muchas, muchas pobrecitas almas que se consumen de pena o de miseria, porque no
han tenido la dicha de que sobre ellas se inclinen apóstoles de Jesús a ejercer
aquella santa curiosidad del
maestro...
No hay comentarios:
Publicar un comentario