PREFACIO
No
tengo la menor intención de explicar cómo cayó en mis manos la correspondencia
que ahora ofrezco al público.
En lo que se refiere a los diablos,
la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno
consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y
sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten
igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un
materialista que a un hechicero. El género de escritura empleado en este libro
puede ser logrado muy fácilmente por Cualquiera que haya adquirido la destreza
necesaria; pero no la aprenderán de mí personas mal intencionadas o excitables,
que podrían hacer mal uso de ella.
Se
aconseja a los lectores que recuerden que el diablo es un mentiroso. No debe
aceptarse como verídico, ni siquiera desde su, particular punto de vista, todo
lo que dice Escrutopo. No he tratado de identificar a ninguno de los seres
humanos mencionados en las cartas, pero me parece muy improbable que los
retratos que hacen, por ejemplo, del padre Spike, o de la madre del paciente,
sean enteramente justos. El pensamiento desiderativo se da en el Infierno lo
mismo que en la Tierra.
Para
terminar, debiera añadir que no se ha hecho el menor esfuerzo para esclarecer
la cronología de las cartas. La número XVII parece haber sido redactada antes
de que el racionamiento llegase a ser drástico, pero, por lo general, el
sistema de fechas diabólico no parece tener relación alguna con el tiempo
terrestre, y no he intentado recomponerlo. Evidentemente, salvo en la medida en
que afectaba, de vez en cuando, al estado de ánimo de algún ser humano, la
historia de la Guerra Europea carecía de interés para Escrutopo.
C. S. LEWIS
Magdalen College, 5 de
julio de 1941
"La mejor forma
de expulsar al diablo, si no se rinde ante el texto de las Escrituras, es
mofarse y no hacerle caso porque no puede soportar el desprecio."
LUTERO
"El diablo... el espíritu
orgulloso... no puede aguantar que se mofen de él..."
TOMÁS MORO
I
Mi
querido Orugario:
Tomo
nota de lo que dices acerca de orientar las lecturas de tu paciente y de
ocuparte de que vea muy a menudo a su amigo materialista, pero ¿no estarás
pecando de ingenuo? Parece como si creyeses que los razonamientos son el
mejor medio de librarle de las garras del Enemigo. Si hubiese vivido hace unos
(pocos) siglos, es posible que sí: en aquella época, los hombres todavía sabían
bastante bien cuándo estaba probada una cosa, y cuándo no lo estaba; y una vez
demostrada, la creían de verdad; todavía unían el pensamiento a la acción, y
estaban dispuestos a cambiar su modo de vida como consecuencia de una cadena de
razonamientos. Pero ahora, con las revistas semanales y otras armas semejantes,
hemos cambiado mucho todo eso. Tu hombre se ha acostumbrado, desde que era un
muchacho, a tener dentro de su cabeza, bailoteando juntas, una docena de
filosofías incompatibles. Ahora no piensa, ante todo, si las doctrinas son
"ciertas" o "falsas", sino "académicas" o
"prácticas", "superadas" o "actuales",
"convencionales" o "implacables". La jerga, no la
argumentación, es tu mejor aliado en la labor de mantenerle apartado de la
iglesia. ¡No pierdas el tiempo tratando de hacerle creer que el materialismo es
la verdad! Hazle pensar que es poderoso, o sobrio, o valiente; que es la
filosofía del futuro. Eso es lo que le importa.
La
pega de los razonamientos consiste en que trasladan la lucha al campo propio
del Enemigo: también Él puede argumentar, mientras que en el tipo de propaganda
realmente práctica que te sugiero, ha demostrado durante siglos estar muy por
debajo de Nuestro Padre de las Profundidades. El mero hecho de razonar despeja
la mente del paciente, y, una vez despierta su razón, ¿quién puede prever el
resultado? Incluso si una determinada línea de pensamiento se puede retorcer
hasta que acabe por favorecernos, te encontrarás con que has estado reforzando
en tu paciente la funesta costumbre de ocuparse de cuestiones generales y de
dejar de atender exclusivamente al flujo de sus experiencias sensoriales
inmediatas. Tu trabajo consiste en fijar su atención en este flujo. Enséñale a
llamarlo "vida real" y no le dejes preguntarse qué entiende por
"real".
Recuerda que no es, como tú, un espíritu puro. Al no haber sido
nunca un ser humano (¡oh, esa abominable ventaja del Enemigo!), no te puedes
hacer idea de hasta qué punto son esclavos de lo ordinario. Tuve una vez un
paciente, ateo convencido, que solía leer en la Biblioteca del Museo Británico.
Un día, mientras estaba leyendo, vi que sus pensamientos empezaban a tomar el
mal camino. El Enemigo estuvo a su lado al instante, por supuesto, y antes de
saber a ciencia cierta dónde estaba, vi que mi labor de veinte años empezaba a
tambalearse. Si llego a perder la cabeza, y empiezo a tratar de defenderme con
razonamientos, hubiese estado perdido, pero no fui tan necio. Dirigí mi ataque,
inmediatamente, a aquella parte del hombre que había llegado a controlar mejor,
y le sugerí que ya era hora de comer. Presumiblemente —¿sabes que nunca se
puede oír exactamente lo que les dice?—, el Enemigo contraatacó diciendo
que aquello era mucho más importante que la comida; por lo menos, creo que ésa
debía ser la línea de Su argumentación, porque cuando yo dije: "Exacto: de
hecho, demasiado importante como para abordarlo a última hora de la mañana",
la cara del paciente se iluminó perceptiblemente, y cuando pude agregar:
"Mucho mejor volver después del almuerzo, y estudiarlo a fondo, con la
mente despejada", iba ya camino de la puerta. Una vez en la calle, la
batalla estaba ganada: le hice ver un vendedor de periódicos que anunciaba la
edición del mediodía, y un autobús número 73 que pasaba por allí, y antes de
que hubiese llegado al pie de la escalinata, ya le había inculcado la
convicción indestructible de que, a pesar de cualquier idea rara que pudiera
pasársele por la cabeza a un hombre encerrado a solas con sus libros, una sana
dosis de "vida real" (con lo que se refería al autobús y al vendedor
de periódicos) era suficiente para demostrar que "ese tipo de cosas"
no pueden ser verdad. Sabía que se había salvado por los pelos, y años después
solía hablar de "ese confuso sentido de la realidad que es la última
protección contra las aberraciones de la mera lógica". Ahora está a salvo,
en la casa de Nuestro Padre.
¿Empiezas a coger la idea? Gracias a ciertos procesos que pusimos
en marcha en su interior hace siglos, les resulta totalmente imposible creer en
lo extraordinario mientras tienen algo conocido a la vista. No dejes de
insistir acerca de la normalidad de las cosas. Sobre todo, no intentes
utilizar la ciencia (quiero decir, las ciencias de verdad) como defensa contra
el Cristianismo, porque, con toda seguridad, le incitarán a pensar en
realidades que no puede tocar ni ver. Se han dado casos lamentables entre los físicos
modernos. Y si ha de juguetear con las ciencias, que se limite a la economía y
la sociología; no le dejes alejarse de la invaluable "vida real".
Pero lo mejor es no dejarle leer libros científicos, sino darle la sensación
general de que sabe todo, y que todo lo que haya pescado, en conversaciones o
lecturas es "el resultado de las últimas investigaciones". Acuérdate
de que estás ahí para embarullarle; por como habláis algunos demonios jóvenes,
cualquiera creería que nuestro trabajo consiste en enseñar.
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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