viernes, 8 de mayo de 2020

Meditaciones del tiempo pascual con textos de Santo Tomás de Aquino 27


Viernes de la cuarta semana de Pascua

EL DON DE LA PIEDAD


Toda la materia moral se divide en tres partes: las cosas deleitables, que sigue el amor carnal; las cosas difíciles, de las que huye; y las comunicables que se refieren a otro, las cuales más bien consisten en acción que en pasión.

En cada una de ellas interviene la dirección de las virtudes y de los dones, pero de manera diferente. Porque la virtud dirige tornando como regla algo humano, mas el don toma lo divino como regla.

En los deleites, la virtud se inspira en la dignidad humana, que nosotros envilecemos por los deleites temporales. Mas el don se inspira en la dignidad divina a la que nosotros tememos ofender por esos bienes terrenos; lo cual pertenece al temor. Y lo mismo hay que decir del don de fortaleza, y de las virtudes que tienen por fin soportar las dificultades o combatirlas.


Así también acaece en las relaciones con el prójimo. Porque en ellas las virtudes dirigen tomando por medida algo humano, esto es, la conveniencia o la deuda. Pero el don toma en esto por regla al mismo Dios; de modo que, como ya se ha dicho, por el don de fortaleza el hombre emprende cosas difíciles usando del poder divino como suyo, por la confianza, e igualmente se comunica con otro usando de Dios como de sí mismo, esto es, que ejecute como unido a Dios las cosas que convienen en esas relaciones. Por lo cual el Señor exhorta a imitar la liberalidad del Padre celestial, el cual hace nacer su sol sobre buenos y malos (Mt 5, 45). Y porque esta comunicación de las cosas divinas se llama piedad, por eso también el don que torna la medida divina en las relaciones con los demás llámase piedad.

Aunque la virtud de la piedad se ejercita para con Dios, torna, en esto, algo de humano por medida, es decir, el beneficio recibido de Dios; razón por la cual le somos deudores. Mas el don de piedad toma, en esto, por medida algo divino: honrar a Dios, no porque seamos sus deudores, sino porque Dios es digno de honor. Por este modo el mismo Dios se da honor a sí mismo.

El don de la piedad no es lo mismo que el de la misericordia, pues la misericordia tiende a aliviar las miserias de los prójimos, porque están unidos por la sangre o la amistad o la semejanza de naturaleza, tornando en todo por medida algo humano, como las demás virtudes. Pero el don de piedad se mueve a remediar las miserias de los prójimos por un motivo divino: porque son hijos de Dios o están dotados de la semejanza divina. Por lo cual tiene con más propiedad el nombre de piedad, que significa algo divino.
(3. Dist. XXXIV, q. III, a. 2)

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