viernes, 24 de julio de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 116


Viernes de la 16ª semana

OBSERVANCIA DE LA PALABRA DE DIOS



I. Si alguno oyere mis palabras y no las guardare, no le juzgo yo (Jn 12, 47).

Debe advertirse que son bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan, creyéndola interiormente en el corazón y practicándola exteriormente con las obras. Mas los que la oyen y no procuran practicarla, se hacen por ello más culpables: no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados (Rom 2, 13). Y Santiago: Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla (Stgo. 1, 22).

Si alguno oyere mis palabras y no las guardare, no le juzgo yo (Jn 12, 47). De dos maneras puede decirse que alguien condena a otro; o como juez o como causa de condenación. Pues no solamente condena al homicida el juez que dicta la sentencia, sino también le condena el mismo homicidio perpetrado, que es causa de su condenación. Así, pues, dice (Jesús): No le juzgo yo, es decir, no soy yo causa de su condenación, sino él mismo. Por ello dice Oseas: Tu perdición, Israel, de ti; sólo en mí está tu socorro (Os 13, 9). Y esto, precisamente, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo (Jn 12, 47), esto es, no he sido enviado para condenar, sino para salvar.

II. El que me desprecia, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue (Jn 11, 48). Como si dijese: Los que no guardan mis palabras, creyendo y practicando, no quedarán impunes, quienesquiera que sean. La razón se funda en que, si no reciben la palabra de Dios, desprecian lo dicho por Dios, cuyo Verbo es él mismo, como el que no obedece el mandato de su Señor. Y dice Job: Huid, pues, de la vista de la espada, porque espada hay vengadora de iniquidades; y tened entendido que hay juicio (Job 19, 29).


III. La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrimero (Jn 12, 48). Lo que equivale a decir, según San Agustín: Soy Yo el que juzgare. Porque Cristo aludió a sí mismo en sus discursos, y se anunció a sí mismo. Pues Él es la palabra que habló, ya que habló de sí mismo, como dice San Juan: Si yo doy testimonia de mí mismo, verdadero es mi testimonio; porque sé de dónde vine, y adónde voy (Jn 8, 14). Como si dijese: Lo mismo que les he hablado y que, sin embargo, ellos despreciaron, eso mismo les juzgará.
(In Joan., XII)

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