sábado, 11 de julio de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 103


Sábado de la 14ª semana

LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS


El alma se endulza con los buenos consejos del amigo (Prov 27, 9).

Porque lo mejor para el hombre es unirse con su alma a Dios y a las cosas divinas; pero es imposible que el hombre que se ocupa intensamente en cosas diversas, pueda con bastante libertad de espíritu tender hacia Dios. Por eso, en la ley cristiana se dan los consejos evangélicos, por los cuales los hombres se apartan, en cuanto es posible, de las ocupaciones de la vida presente.

La solicitud humana se dirige comúnmente a tres cosas: a la propia persona, a lo que hará y dónde vivirá; a las personas que están más cercarías, como la esposa y los hijos, y a procurar las cosas exteriores, de las cuales necesita el hombre para sustentar su vida. Así, pues, para desarraigar del hombre la preocupación por las cosas exteriores, la ley divina ha dado el consejo de la pobreza, a fin de que se desembarace de las cosas de este mundo, cuya solicitud puede conturbar el alma. Por eso dice el Señor: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme (Mt 19, 21). Para cortar la preocupación de la esposa y de los hijos, se da al hombre el consejo de la virginidad o continencia. Acerca de la virginidad no tengo precepto del Señor. Doy, no obstante, un consejo, como quien, por la misericordia de Dios, es digno de crédito. Por tanto, pienso que es cosa buena, a causa de la necesidad presente, quedarse el hombre así (1 Cor 7, 25-26). Para cortar la solicitud del hombre sobre sí mismo, se da el consejo de la obediencia, por la cual el hombre confía al superior la ordenación de sus actos: Obedeced a vuestros superiores y estadles, sumisos; porque ellos velan, como que han de dar cuenta de vuestras almas (Hebr 13, 17).

Mas porque la suma perfección de la vida humana consiste en que el alma del hombre se ocupe de Dios, esos tres consejos parecen disponer, sobre todo, a dicha dedicación, y también parecen pertenecer convenientemente al estado de perfección; no como perfecciones en sí mismos, sino como disposiciones a la perfección; la cual consiste en que el hombre se ocupe de Dios. Pueden también (los consejos) llamarse efectos y signos de perfección. Si el espíritu del hombre es atacado con vehemencia por el amor y el deseo de alguna cosa resulta comprensible que posponga todo lo demás. De aquí proviene que, cuando el hombre es llevado con fervor a las cosas divinas, por el amor y el deseo, en lo cual evidentemente consiste la perfección, es lógico que rechace de sí todo lo que pueda retardar su encuentro con Dios, es decir, no sólo el afán por los negocios del mundo y el afecto a la esposa y a los hijos, sino también a sí mismo.


Siendo los tres consejos mencionados disposiciones para la perfección; y también efectos y señales de ella, se dice convenientemente que están en estado de perfección los que de esos consejos hacen voto a Dios. Pero la perfección, a la que los consejos disponen, reside en la ocupación del alma en Dios. Por eso se llaman religiosos los que profesan dichos consejos; como si se dedicaran a sí mismos y sus cosas a Dios a modo de sacrificio: sus bienes, por la pobreza, el cuerpo por la continencia, y la voluntad, por la obediencia. Así, pues, la religión consiste en el culto divino.
(Contra Gentiles, lib. III, cap. 131).

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