domingo, 5 de julio de 2020

CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE PANDEMIA - Domingo XIV tiempo durante el año Ciclo A


La siguiente es una guía para poder celebrar en nuestras casas, en este tiempo de pandemia.
Los textos que están en rojo (rúbricas) no son para leer en voz alta y tienen la función de dar algunas indicaciones sobre lo que hay que ir haciendo. De acuerdo a las posibilidades de la persona y/o grupo familiar se realizará todos o algunos de los momentos celebrativos propuestos.



Para preparar antes de la celebración:
- Un lugar cómodo que permita el recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño altar con los elementos que a la familia le son significativos: un mantel, una vela encendida, una cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia desde la cual se proclamará el Evangelio.

SALMO 26
¡Cantaré y celebraré con mi vida al Señor!

El señor es mi luz y mi Salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?

Aunque venga un ejército contra mí,
mi corazón no temerá;
aunque estalle contra mí la guerra,
no perderé la confianza.

¡Cantaré y celebraré con mi vida al Señor!

Solamente una cosa hoy pido a Dios,
y por ella suspiro:
vivir en la casa del Señor
toda mi vida.

Porque en su templo Él me guardará
en la hora del peligro;
me pondrá en lo más oculto de su casa,
me afirmará sobre una roca.

¡Cantaré y celebraré con mi vida al Señor!

¡Oye, Señor bueno, mi oración,
ten piedad y respóndeme!
¡Señor, mi corazón te habla,
mis ojos, los tuyos buscan!

¡No me rechaces, ni me abandones,
Señor, mi Salvador!
Si mi padre y mi madre me dejaran,
Vos me recibirás.

¡Cantaré y celebraré con mi vida al Señor!

Sé que gozaré de los bienes del Señor
en la tierra de los vivos.
¡Confía en Dios, sé fuerte y animoso;
espera en el Señor!

¡Cantaré y celebraré con mi vida al Señor!

Luego el adulto que guía la celebración (G) invita a todos a hacerse la señal de la cruz, mientras dicen:
Todos: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


G: Familia, bendigamos al Señor, que en su bondad nos invita a compartir la mesa de su Palabra.
Todos responden: Bendito sea Dios, por los siglos.

Y continúa: Para poder hacer esta celebración con espíritu fraterno y en paz, pidamos perdón por nuestras faltas de amor a Dios y entre nosotros:

Todos hacen un breve momento de silencio, y a continuación el que guía la celebración dice:

G: Tú, que te revelas a los pequeños. Señor, ten piedad
Todos: Señor, ten piedad.

G: Tú, que alivias a los afligidos y agobiados. Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.

G: Tú, que eres paciente y humilde de corazón. Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.

G: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Todos: Amén.

Escuchamos la Palabra
Habiendo marcado previamente el texto que se escuchará y puestos todos de pie, alguien toma la Biblia del altar familiar y proclama el evangelio de este domingo Mateo 11, 25-30. Si se prefiere se puede tomar el texto que transcribimos aquí abajo.

Del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 25-30

Jesús dijo:
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Palabra del Señor

Reflexionamos en familia
Se puede hacer una reconstrucción del evangelio, con preguntas para dialogar en familia. Además, puede leerse la siguiente reflexión:

«¡Te alabo, Padre!», dice Jesús al comienzo del evangelio, casi como un grito que confirma aquella invitación del profeta al pueblo de Israel: «¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén!» (Zac. 9,9).
Antes de meternos más en el evangelio conviene que nos preguntemos… ¿en qué momento nosotros alabamos a Dios? ¿lo hacemos? ¿frente a qué situaciones expresamos una alabanza con el corazón pleno? Seguramente la mayor parte de las veces, o todas, refieren a momentos de alegría, de satisfacción y de paz, cuando vemos que se cumplieron nuestros deseos, o se solucionaron nuestros problemas. Y es bueno que así sea.
Pero ¿son esas las situaciones que en las que Jesús alaba al Padre, o en las que el profeta invita a la alabanza a Israel?
En el evangelio de Mateo que leemos durante el ciclo A de la liturgia, estos versículos vienen luego de que Jesús experimenta la poca fe de sus compatriotas y de haberse lamentado de las ciudades de Galilea. Por tanto, más bien es la desilusión y el dolor el contexto de la alabanza de Jesús.
En medio del dolor por la falta de fe de sus hermanos, Jesús alaba a Dios porque nunca deja de revelarse a los pequeños. En la angustia de quien siente el rechazo, Jesús alaba al Padre porque está siempre presente, sosteniendo su vida, y la vida de todos los que se reconocen pequeños, y necesitan ser aliviados en sus penas y fatigas.
Lo mismo encontramos en el mensaje de Zacarías que exhorta a Israel a la alabanza y a llenarse de alegría, aunque se encuentre momentáneamente cautivo, oprimido por otros pueblos. Porque la alegría y la alabanza no vienen del éxito conseguido, sino de la presencia del Dios manso que liberará a quien confía en él.
En medio de lo que nos preocupa y nos amenaza, es necesario alabar a Dios. Porque esa alabanza es la que despierta la esperanza y fortalece el corazón. Ya sea el Covid-19, ya sea la situación económica que nos aplasta, ya sea la soledad que nos deprime o el cansancio de tantas palabras que no dicen nada… ninguna situación puede robarnos la alegría de ver entre nosotros a un Dios humilde que se ofrece como descanso y que, compasivo, nos dice: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré».
En la experiencia de encuentro con Jesús que nunca se apartó de nosotros, podemos repetir hoy sus palabras y clamar al cielo: ¡Te alabamos, Padre, porque te mostraste a tus pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido!
«Que todas tus obras te den gracias, Señor, y tus fieles te bendigan; que anuncien la gloria de tu reino y proclamen tu poder. El Señor es fiel en todas sus palabras y bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados» (Salmo 144, 13c-14)


VENGAN A MÍ
Vengan a mí todos,
Vengan a mí, vengan a mí.

Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra,
te ocultaste a los necios.

Te revelaste a los pobres y pequeños;
sí, Padre, así lo has querido.

Vengan a mí los agobiados,
Yo los aliviaré.

Carguen mi yugo y aprendan de mí,
soy manso y humilde.

Encontrarán alivio en mí,
mi yugo es suave y mi carga liviana..

Confesamos nuestra fe
G: Como familia de Dios vamos a expresar con alegría nuestra de fe diciendo: «Creo, Señor»

Alguno de los presentes va proponiendo las fórmulas de fe, a las que todos responden.

Lector: En Dios Padre, creador del cielo y de la tierra…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, que padeció bajo el poder de Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, que subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, y que desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna…
Todos: «Creo, Señor»


Presentamos nuestra oración
G: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”, dice el Señor. Por eso con confianza le presentamos nuestras intenciones. A cada intención respondemos: “Escúchanos, Padre bueno”.
Lector: Para que la Iglesia anuncie el Evangelio con la sencillez y pobreza de Jesús, pidamos al Padre.

Para que los hombres y mujeres que son dirigentes en nuestro país pongan sus conocimientos y capacidades para ayudar especialmente a los más afectados por la pandemia, pidamos al Padre.

Para que los enfermos, los afligidos y agobiados por esta situación que estamos viviendo encuentren alivio en sus dificultades, pidamos al Padre.

Para que los trabajadores encuentren sentido a sus esfuerzos y no pierdan la esperanza en estos tiempos difíciles, pidamos al Padre.

Para que siguiendo el ejemplo de los sencillos y humildes, alabemos siempre al Padre, pidamos al Padre.

Quien lo desee, puede agregar intenciones.
Después, quien anima la oración, dice: Concluyamos nuestra celebración en familia, diciendo juntos la oración que Jesús enseñó a los apóstoles: Padre nuestro que estás en el cielo…

G: Oremos.
Dios Padre, que te revelas a los pequeños y das tu herencia a los pacientes,
haznos pobres, libres y alegres, a imitación de Cristo tu Hijo,
para llevar con él el suave yugo de la cruz
y anunciar a los hombres la alegría que viene de ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Pedimos a Dios su bendición
Quien anima la oración, invocando la bendición de Dios, y santiguándose, dice:
El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.
Y todos responden: Amén.

O bien:

Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y misericordioso,
 el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Y todos responden: Amén.



Cantad a María
Cantad a María la Reina del cielo,
del hombre consuelo, de Dios alegría.

/Cantad, cantad,
cantad a María./ (bis)

Cantad a María, la virgen sin mancha,
la llena de gracia, por Dios elegida.

Cantad a María, la estrella del alba,
que anuncia a las almas el Sol de alegría.

Cantad a María, que dio de su carne
el Cuerpo y la Sangre al Verbo de Vida.

Una vez que se ha pedido la bendición de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones, preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.

Invocación del Papa Francisco a San José

Protege, Santo Custodio, este país nuestro.
Ilumina a los responsables del bien común,
para que ellos sepan - como tú - cuidar a las personas
a quienes se les confía su responsabilidad.
Da la inteligencia de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar físico de los hermanos.
Apoya a quienes se sacrifican por los necesitados: l
os voluntarios, enfermeros, médicos,
que están a la vanguardia del tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de su propia seguridad.
Bendice, San José, la Iglesia:
a partir de sus ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José, a las familias:
con tu silencio de oración, construye armonía entre padres e hijos,
 especialmente en los más pequeños.
Preserva a los ancianos de la soledad:
asegura que ninguno sea dejado en la desesperación
por el abandono y el desánimo.
Consuela a los más frágiles,
alienta a los que flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen Madre, suplica al Señor
que libere al mundo de cualquier forma de pandemia.
Amén.

Invocación a la protección de
San José Gabriel del Rosario Brochero

Señor, de quien procede todo don perfecto,
Tú esclareciste a San José Gabriel del Rosario,
por su celo misionero, su predicación evangélica
y su vida pobre y entregada;
concede con su intercesión, la gracia que te pedimos:
por su entrega en la asistencia de los enfermos y moribundos
de la epidemia de cólera que azotó a la ciudad de Córdoba,
te pedimos por nuestra Patria y el mundo entero,
líbranos de la actual pandemia y de todo mal.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén


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