miércoles, 1 de julio de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 93


Miércoles de la 13ª semana

AMOR DESORDENADO DE SÍ MISMO


Aquél que ama la iniquidad, aborrece su alma (Sal 10, 6).

I. Se dice que el hombre es alguna cosa según su principalidad; mas lo principal en el hombre es el espíritu racional; lo secundario es la naturaleza sensitiva y corporal. A lo primero llama el Apóstol hombre interior; a lo segundo, exterior. (2 Cor 4). Los hombres buenos creen que lo principal en ellos es la naturaleza racional, o sea el hombre interior, por lo que piensan, según esto, ser lo que son; al paso que los malos consideran como principal en ellos naturaleza sensitiva y corporal, esto es, el hombre exterior; por lo cual como no se conocen rectamente a sí mismos, no se aman verdaderamente; sino que aman lo que ellos opinan ser ellos mismos.

II. Pero los buenos, conociéndose verdaderamente a sí mismos, se aman también verdaderamente.

Y esto se prueba por cinco cosas, que son propias de la amistad.

1º) Todo amigo quiere ante todo que su amigo exista y viva; 2º) quiere bienes para él; 3º) ejecuta cosas buenas para él; 4º) vive con él agradablemente; 5º) concuerda con él, compartiendo por igual sus penas y sus alegrías. Según esto, los buenos se aman a sí mismos en cuanto al hombre interior, puesto que quieren conservarlo en toda su integridad, y le desean bienes, que son los bienes espirituales; dedican su actividad a conseguirlos y con gusto vuelven a su propio corazón, porque en él encuentran buenos pensamientos para el presente, el recuerdo de las buenas acciones pasadas y la esperanza de las futuras, por las cuales se produce la deleitación. Igualmente no toleran en sí mismos la disensión de la voluntad, porque toda su alma tiende hacia un mismo fin.


III. Por el contrario, los malos no quieren conservarse en la integridad del hombre interior, ni apetecen los bienes espirituales, ni trabajan con ese fin, ni les agrada vivir con él volviendo a su corazón, porque allí encuentran males tanto presentes como pasados y futuros, que aborrecen; ni aun concuerdan con él porque su conciencia les remuerde, según aquello del Salmo (49, 21): Te argüiré, y te pondré delante de tu cara. De la misma manera puede probarse que los malos se aman a sí mismos según la corrupción del hombre exterior; pero no es así como los buenos se aman a sí mismos.

Así, pues, el amor de sí mismo, que es el principio del pecado, es el que es propio de los malos y llega hasta el desprecio de Dios; porque los malos desean los bienes exteriores hasta el punto de despreciar los espirituales.
(2ª 2ae , q. XXV, a. 7)

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