III. El
CORAZÓN DE JESÚS, A PESAR DE SU INMOVILIDAD Y SILENCIO APARENTES EN El
SAGRARIO, NO ESTÁ OCIOSO NI CALLADO
Y la virtud del Señor estaba allí
para sanarlos
(Lc 5,17)
He
aquí una pregunta que a no pocos cristianos y, diré más, piadosos, dejará
perplejos:
¿Qué hace y
qué dice el Corazón de Jesús?
¡No
habían parado mientes en que en el Sagrario hay quien pueda hablar y hable!,
¡quien pueda obrar en el Sagrario virtud!
¿Verdad
que para muchos cristianos la idea del Sagrario es esto: Un lugar de mucho
respeto, porque en él habita un Señor muy alto, muy grande, muy poderoso, todo
majestad, pero muy callado y muy quieto?
Y
no es que no crean que Jesucristo en el Sagrario esté todo entero como en el
Cielo.
Creen
ciertamente que está allí con divinidad y alma y cuerpo y por consiguiente con
ojos que ven, con oídos que oyen, con manos que se pueden mover, con boca que
puede hablar...
Sí,
la fe de todo esto la tienen, pero es una fe que se quedó sólo en la cabeza y
no bajó al corazón y mucho menos a la sensibilidad.
Es
una fe que, por quedarse allí estancada, apenas se ha convertido en luz de
aquella vida, en criterio, en calor, en amor, en persuasión íntima, en
entusiasmo, en impulsor de acción y de acción decidida.
Le
pasa a esa fe lo que a las semillas de plantas grandes sembradas en macetas
pequeñas.
Por
muy fecunda que sea la semilla, por mucha agua y luz con que la regaléis, si no
dais a sus raíces tierra y lugar para su expansión, no conseguiréis sino una
planta raquítica y encogida.
Y
hay cristianos que hacen eso mismo con su fe, de tal modo la ahogan en su
rutinario modo de ver y entender que, sin que se pueda negar que tienen fe,
ésta apenas si da señales de vida y de influencia.
Me
he convencido hace tiempo de que el mal de muchísima gente no es no saber cosas
buenas, sino no darse cuenta de las cosas buenas que saben.
Mucha
ignorancia hay, y de cosas religiosas es una ignorancia que espanta; pero con
ser tan grande, es mucho más la que yo llamaría falta de darse cuenta.