Reflexión de S.E.R. Mons. Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata,
en el programa "Claves para un Mundo
Mejor"
(18 de mayo de 2017)
Hoy
quiero contarles una experiencia que he tenido recientemente y, a partir de
ella, hacer un comentario. Hace poco recibí la consulta de un católico del
interior del país que había oído a su párroco, en la misa dominical, decir en
la homilía que ya no hay distinción entre lo sagrado y lo profano porque la
Iglesia, según ese sacerdote, ha mandado salir al mundo y se ha identificado
con él, de modo que ya no hay más distinción entre sagrado y profano. Le
contesté obviamente a este señor parte de lo que les voy a expresar ahora a
ustedes.
Esta
distinción entre lo sagrado y lo profano viene desde la edad de piedra, por
decirlo de algún modo, y si uno consulta una fenomenología de la cultura, una
fenomenología de la religión, verá que siempre, siempre, el hombre ha
comprendido que una cosa es lo que pasa aquí abajo y otra cosa es la relación
con lo que los antiguos llamaban “el poder” o sea “el poder divino” o sea Dios,
el mundo de Dios.
Además
siempre ha habido, también desde tiempos inmemoriales, acciones sagradas, o sea
dirigidas a Dios, distintas de las acciones cotidianas de los hombres. La
confusión viene de los años posteriores al Concilio Vaticano II, pero no del
mismo Concilio sino de aquello que se ha dado en llamar “el espíritu del
Concilio”, que es contrario al Concilio mismo. Benedicto XVI ha insistido en
que el Concilio debe ser leído a la luz de la gran tradición de la Iglesia, y
si uno lee los documentos del Concilio Vaticano II, con todo su afán de reforma
de la Iglesia, advierte una analogía con otros momentos históricos. Pienso, por
ejemplo en lo que significó el Concilio de Trento para la gran reforma católica
del siglo XVI; podríamos decir que lo es el Concilio Vaticano II para la gran
renovación de la Iglesia a fines del Siglo XX y que continúa hoy día. Pero es
una estafa hablar del “espíritu del Concilio” y hacer decir al Concilio lo
contrario de lo que dijo.
¿Cómo
es posible que no se reconozcan que existen realidades sagradas como la
Santísima Eucaristía, por ejemplo, o la Santa Misa, o el hecho de la oración?
En la oración el hombre se pone en comunicación con Dios y es eso algo distinto
a la relación que uno tiene con las personas que le rodean o la intervención en
acontecimientos propiamente humanos de cualquier carácter de cualquier parte,
aunque sean óptimos.
Por
cierto que estos dos niveles, sagrado y profano, no tienen por qué estar
separados, se distinguen, pero lo sagrado tiene que influir en lo profano
obviamente porque el cristiano, en gracia de Dios, tiene que tratar de que esa
realidad interior se manifieste en su manera de obrar y entonces vaya mejorando
las cosas de este mundo en la medida de lo posible.
Además
no hay que olvidar el mandato de Jesús a sus apóstoles quien, antes de volver
al Padre, les dijo: “vayan y hagan que todas las naciones (pánta ta étné, en
griego, donde étné se referiría a las naciones gentiles, a las naciones
paganas) bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y
enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado y yo estaré con ustedes
siempre hasta el fin de los siglos”. La función de la Iglesia es enseñar lo que
Cristo enseñó, y bautizar, porque el bautismo es una realidad sagrada y el
efecto del bautismo es una realidad sagrada en nosotros, nosotros, por la
gracia de Dios, somos personas sagradas y nuestra actividad religiosa, sacra,
difiere de la actividad profana: nuestra adoración, nuestra relación con Dios.
Esta
es la respuesta que le daba a este pobre hombre preocupado por lo que había
escuchado. ¿Cómo puede un párroco decir una cosa semejante?.
Quiero
leerles un pequeño párrafo del Concilio Vaticano II. Entre los documentos
existe una Constitución que comienza precisamente con las palabras
“Sacrosanctum concilium”, sobre la sagrada liturgia; subrayo lo de sagrada, un
término que todo el tiempo está apareciendo en el texto. El párrafo dice así:
“es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y
dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina y todo esto de
suerte que en Ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo
visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad
futura que buscamos”.
Por
tanto podríamos resumir diciendo que lo profano está ordenado a lo sagrado. Esa
distinción es clarísima; no se puede abolir nunca so pena de perder lo esencial
del cristianismo y, además, so pena de perder la misión que el Señor ha
encomendado a la Iglesia que es llevar a todas las naciones al conocimiento y
el amor de Jesús para que todas ellas puedan encaminarse a la ciudad de los
cielos.
Mons.
Héctor Aguer, arzobispo
de La Plata
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