De una Carta de san Luis Gonzaga
dirigida a su madre
Pido para ti, ilustre señora, que goces siempre de la gracia y del consuelo del Espíritu Santo. Al llegar tu carta, me encuentro todavía en esta región de los muertos. Pero un día u otro ha de llegar el momento de volar al cielo, para alabar al Dios eterno en la tierra de los que viven. Yo esperaba poco ha que habría realizado ya este viaje antes de ahora. Si la caridad consiste, como dice san Pablo, en alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran, ha de ser inmensa tu alegría, madre ilustre, al pensar que Dios me llama a la verdadera alegría, que pronto poseeré con la seguridad de no perderla jamás.
Te he de confesar,
ilustre señora, que al sumergir mi pensamiento en la consideración de la divina
bondad, que es como un mar sin fondo ni litoral, no me siento digno de su inmensidad,
ya que él, a cambio de un trabajo tan breve y exiguo, me invita al descanso
eterno y me llama desde el cielo a la suprema felicidad, que con tanta
negligencia he buscado, y me promete el premio de unas lágrimas, que tan
parcamente he derramado.
Considéralo una y
otra vez, ilustre señora, y guárdate de menospreciar esta infinita benignidad
de Dios, que es lo que harías si lloraras como muerto al que vive en la
presencia de Dios y que con su intercesión puede ayudar te en tus asuntos mucho
más que cuando vivía en este mundo. Esta separación no será muy larga;
volveremos a encontramos en el cielo, y todos juntos, unidos a nuestro
Salvador, lo alabaremos con toda la fuerza de nuestro espíritu y cantaremos
eternamente sus misericordias, gozando de una felicidad sin fin. Al morir, nos
quita lo que antes nos había prestado, con el solo fin de guardarlo en un lugar
más inmune y seguro, y para enriquecernos con unos bienes que superan nuestros
deseos.
Todo esto lo digo
solamente para expresar mi deseo de que tú, ilustre señora, así como los demás
miembros de mi familia, consideréis mi partida de este mundo como un motivo de
gozo, y para que no me falte tu bendición materna en el momento de atravesar
este mar hasta llegar a la orilla en donde tengo puestas todas mis esperanzas.
Así te escribo, porque estoy convencido de que ésta es la mejor manera de
demostrarte el amor y respeto que te debo como hijo.
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