VII
Mi
querido Orugario:
Me
asombra que me preguntes si es esencial mantener al paciente ignorante de tu
propia existencia. Esa pregunta, al menos durante la fase actual del combate,
ha sido contestada para nosotros por el Alto Mando. Nuestra política, por el
momento, es la de ocultarnos. Por supuesto, no siempre ha sido así. Nos
encontramos, realmente, ante un cruel dilema. Cuando los humanos no creen en
nuestra existencia perdemos todos los agradables resultados del terrorismo
directo, y no hacemos brujos. Por otra parte, cuando creen en nosotros, no
podemos hacerles materialistas y escépticos. Al menos, no todavía. Tengo
grandes esperanzas de que aprenderemos, con el tiempo, a emotivizar y
mitologizar su ciencia hasta tal punto que lo que es, en efecto, una creencia
en nosotros (aunque no con ese nombre) se infiltrará en ellos mientras la mente
humana permanece cerrada a la creencia en el Enemigo. La "Fuerza
Vital", la adoración del sexo, y algunos aspectos del Psicoanálisis pueden
resultar útiles en este sentido. Si alguna vez llegamos a producir nuestra obra
perfecta —el Brujo Materialista, el hombre que no usa, sino meramente adora, lo
que vagamente llama "fuerzas", al mismo tiempo que niega la
existencia de "espíritus"—, entonces el fin de la guerra estará a la
vista. Pero, mientras tanto, debemos obedecer nuestras órdenes. No creo que
tengas mucha dificultad en mantener a tu paciente en la ignorancia. El hecho de
que los "diablos" sean predominantemente figuras cómicas en la
imaginación moderna te ayudará. Si la más leve sospecha de tu existencia empieza
a surgir en su mente, insinúale una imagen de algo con mallas rojas, y
persuádele de que, puesto que no puede creer en eso (es un viejo método de
libro de texto de confundirles), no puede, en consecuencia, creer en ti.
No
había olvidado mi promesa de estudiar si deberíamos hacer del paciente
un patriota extremado o un extremado pacifista. Todos los extremos, excepto la
extrema devoción al Enemigo, deben ser estimulados. No siempre, claro, pero sí
en esta etapa. Algunas épocas son templadas y complacientes, y entonces nuestra
misión consiste en adormecerlas más aún. Otras épocas, como la actual, son
desequilibradas e inclinadas a dividirse en facciones y nuestra tarea es
inflamarlas. Cualquier pequeña capillita, unida por algún interés que otros hombres
detestan o ignoran, tiende a desarrollar en su interior una encendida
admiración mutua, y hacia el mundo exterior una gran cantidad de orgullo y de
odio, que es mantenida sin vergüenza porque la "Causa" es su
patrocinadora y se piensa que es impersonal. Hasta cuando el pequeño grupo está
originariamente al servicio de los planes del Enemigo, esto es cierto. Queremos
que la Iglesia sea pequeña no sólo para que menos hombres puedan conocer al
Enemigo, sino también para que aquellos que lo hagan puedan adquirir la
incómoda intensidad y la virtuosidad defensiva de una secta secreta o una
"dique". La Iglesia misma está, por supuesto, muy defendida, y nunca
hemos logrado completamente darle todas las características de una
facción; pero algunas facciones subordinadas, dentro de ella, han dado a menudo
excelentes resultados, desde los partidos de Pablo y de Apolo en Corinto hasta
los partidos Alto y Bajo dentro de la Iglesia Anglicana.
Si
tu paciente puede ser inducido a convertirse en un objetor de conciencia, se
encontrará inmediatamente un miembro de una sociedad pequeña, chillona,
organizada e impopular, y el efecto de esto, en uno tan nuevo en la
Cristiandad, será casi con toda seguridad bueno. Pero sólo casi con
seguridad. ¿Tuvo dudas serias acerca de la licitud de servir en una guerra
justa antes de que empezase esta guerra? ¿Es un hombre de gran valor físico,
tan grande que no tendrá dudas semiconscientes acerca de los verdaderos motivos
de su pacifismo? Si es ese tipo de hombre, su pacifismo no nos servirá
seguramente de mucho, y el Enemigo probablemente le protegerá de las habituales
consecuencias de pertenecer a una secta. Tu mejor plan, en ese caso, sería
procurar una repentina y confusa crisis emotiva de la que pudiera salir como un
incómodo converso al patriotismo. Tales cosas pueden conseguirse a menudo. Pero
si es el hombre que creo, prueba con el pacifismo.
Adopte
lo que sea, tu principal misión será la misma. Déjale empezar por considerar el
patriotismo o el pacifismo como parte de su religión. Después déjale, bajo el
influjo de un espíritu partidista, llegar a considerarlo la parte más
importante. Luego, suave y gradualmente, guíale hasta la fase en la que la
religión se convierte en meramente parte de la "Causa", en la que el
cristianismo se valora primordialmente a causa de las excelentes razones a,
favor del esfuerzo bélico inglés o del pacifismo que puede suministrar. La
actitud de la que debes guardarte es aquella en la que los asuntos materiales
son tratados primariamente como materia de obediencia. Una vez que hayas hecho
del mundo un fin, y de la fe un medio, ya casi has vencido a tu hombre, e importa
muy poco qué clase de fin mundano persiga. Con tal de que los mítines,
panfletos, políticas, movimientos, causas y cruzadas le importen más que las
oraciones, los sacramentos y la caridad, será nuestro; y cuanto más
"religioso" (en ese sentido), más seguramente nuestro. Podría
enseñarte un buen montón aquí abajo.
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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