PROFESION DE FE MARIANA
Admito sin ningún
género de duda que María fue escogida, desde toda la eternidad, por pura
predilección divina, Madre del Redentor del género humano.
Creo, cerno verdad de
fe divina y católica solemnemente definida, que María, en el primer instante de
su concepción, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, por
singular privilegio de Dios, en atención a los merecimientos de Cristo
Redentor.
Admito y defiendo,
consiguientemente, que las pasiones no se dieron en María como en nosotros,
sino como en Cristo, por singular privilegio divino.
Creo, como verdad
definida, que María, por especial privilegio de Dios, no cometió en toda su
vida un solo pecado venial.
Creo que María es
"la llena de gracia"; tengo por cierto que su gracia inicial fue
mayor que la final de cualquier hombre o ángel; me adhiero gustoso al sentir de
los que defienden que su gracia inicial fue mayor que la final de todos los
ángeles y hombres juntos; tengo por cosa obvia que, no obstante tal plenitud de
gracia, fue María aumentándola de día en día por varios conceptos.
Admito como
teológicamente cierto que María hizo voto de virginidad; que, eso no obstante,
fue verdadera esposa de José, resultando de ahí una cosa sin par, un matrimonio
virginal, que recibió al mismo Verbo encarnado bajado del cielo, con sumo
decoro lo introdujo en el mundo y fidelísimamente le atendió en todas las cosas
de la vida.
Creo y confieso, como
dogma de fe divina y católica, que María es verdadera y propiamente Madre de
Dios; que a dicha maternidad prestó Ella su libre consentimiento; que su
maternidad es plenamente virginal, es decir, que la concepción de Cristo fue
virginal, que su alumbramiento fue asimismo virginal, que no sufrió menoscabo
alguno en su integridad corporal después del nacimiento de Cristo.
Me gozo en el alma al
contemplar la grandeza que a María le viene del hecho de su divina maternidad:
que su excelencia sea suma; que sea, en alguna manera, infinita; que la coloque
"en el orden hipostático; que la una, de modo singular, con las divinas
personas.
Honrosísimo y gratísimo considero para mí
llamar a la Madre de Dios Madre espiritual de los hombres y la admito como de
fe divina y católica que me impone el Magisterio ordinario de la Iglesia y la
profesión universal de la misma.
Reconozco a menos como
de fe católica que dicha maternidad espiritual le viene a la Virgen Santísima
de su consentimiento en la encarnación y de su compasión en la cruz.
Admito que de su
maternidad espiritual le viene a María el ser en sentido verdadero, y con
título especial sobre todos los santos, Medianera ante su Hijo y también entre
Dios y los hombres; sin titubear, pues, la llamo Medianera, y profeso como
verdad de fe, por el Magisterio ordinario, que lo es.
Entiendo que María,
precisamente por ser Medianera, es Corredentora, de modo parecido a Cristo,
que, por ser Mediador, unió a los hombres con Dios, satisfaciendo y orando por
ellos; de consiguiente, que no lo es únicamente por el mero hecho de ser madre
de Cristo Redentor, sino también por su directa y personal cooperación con
Cristo en la obra de la redención, conforme a las enseñanzas de los Romanos
Pontífices. Y, en concreto, tengo por sentencia más probable y más conforme a
la enseñanza de la Iglesia que María cooperó con Cristo a nuestra redención
principalmente dando su asentimiento a la maternidad virginal del Redentor y
participando de los dolores de Cristo mayormente junto a la cruz.
Por lo que se refiere
a su mediación y a la actuación de su espiritual maternidad en orden a la
aplicación universal de la redención, en que ella tomó directamente parte,
creo, por el Magisterio ordinario, que su mediación es especial y muy superior
a la de los santos; admito al menos como doctrina católica que su mediación se
extiende a todas las gracias de un modo general.
Tengo por cosa cierta
que la muerte de María se rigió por leyes de orden sobrenatural y admito como
verdad definible que de hecho murió; creo, como verdad definida, que María fue
trasladada al cielo en cuerpo y alma.
Profeso, al menos como
verdad católica, que María, Reina y Señora, por su misma misión esencial, fue
coronada como verdadera Reina y Señora del universo después de su asunción a
los cielos.
Ante tanta grandeza de
María, reconozco y tengo por doctrina católica que le debo un culto superior al
de los demás santos; y hago mía la sentencia más común y probable que afirma
merecer un culto específicamente distinto del tributado a los siervos de Dios.
A Ella, en unión con
su divino Hijo, honor, gloria y amor por los siglos de los siglos. Así sea.
(Tomado de Doctrina Pontificia de la Biblioteca de Autores
Cristianos)
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