VIAJE
APOSTÓLICO A ESPAÑA
ORACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
DURANTE LA ADORACIÓN NOCTURNA
DURANTE LA ADORACIÓN NOCTURNA
Domingo 31 de octubre de 1982
¡Señor Jesús! Nos
presentamos ante ti, sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos. “Tú
tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres
el Hijo de Dios”. Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio
de la última Cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra fe.
Por medio de ti y en el
Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro
“sí” unido al tuyo. Contigo ya podemos decir: “Padre nuestro”. Siguiéndote a
ti, “camino, verdad y vida”, queremos penetrar en el aparente “silencio” y “ausencia”
de Dios, rasgando la nube del Tabor, para escuchar la voz del Padre que nos
dice: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia;
escuchadle”. Con esta fe hecha de escucha contemplativa, sabremos
iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la
vida familiar y social.
Tú eres nuestra esperanza,
nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se llena de
gozo y de esperanza al saber que vives “siempre intercediendo por
nosotros”. Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y
camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú.
Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo. Apoyados en esta
esperanza, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos,
por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y
en las actitudes de la vida concreta.
Queremos amar como tú, que das la vida y te comunicas con todo lo
que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: “Mi vida es Cristo”. Nuestra
vida no tiene sentido sin ti. Queremos aprender a “estar con quien sabemos nos
ama”, porque “con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir”. En ti
aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque, en la oración, “el amor
es el que habla”.
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y
actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra
propia vocación cristiana.
Creyendo, esperando y amando, te adoramos con una actitud sencilla
de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como
respuesta a tus palabras: “Quedaos aquí y velad conmigo”.
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y
palabras; por esto queremos aprender a adorar admirando tu misterio, amándolo
tal como es y callando con un silencio de amigo y con una presencia de
donación. El Espíritu Santo, que has infundido en nuestros corazones, nos ayuda
a decir esos “gemidos inenarrables”, que se traducen en actitud agradecida
y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia,
tu amor y tu palabra. En nuestras noches físicas o morales, si tú estás
presente y nos amas y nos hablas, ya nos basta, aunque, muchas veces, no
sentiremos la consolación. Aprendiendo este más allá de la adoración, estaremos
en tu intimidad o “misterio”; entonces nuestra oración se convertirá en respeto
hacia el “misterio” de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos
en nuestro ambiente familiar y social, y construir la historia con este
silencio activo y fecundo que nace de la contemplación. Gracias a ti, nuestra
capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de amar y de
servir.
Nos has dado a tu Madre como nuestra, para que nos enseñe a meditar
y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica,
se hizo la más perfecta madre. Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera que sabe
meditar, adorando y amando tu palabra, para transformarla en vida y comunicarla
a todos los hermanos. Amén.
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