viernes, 9 de octubre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 191

 

Viernes de la 27ª semana

DEBE ORARSE SIN INTERMISIÓN

Es menester orar siempre, y no desfallecer (Lc 18, I).

 

La oración puede ser considerada en sí misma y en su causa.

 

La causa de la oración es el deseo de la caridad, del que debe proceder la oración, y que debe ser en nosotros continuo, ya en acto, ya virtualmente; porque la virtud de este deseo permanece en todo lo que hacemos por caridad; y como debemos hacer todo para gloria de Dios, por esto la oración debe ser continua. Por lo que dice San Agustín: "En la fe, la esperanza y la caridad oráis siempre con deseo continuo"1.

 

Pero la oración misma, considerada en sí, no puede ser continua, porque es necesario ocuparse en otras obras; mas como dice San Agustín: “A ciertas horas y en ciertos intervalos oramos a Dios aun con palabras, para que por aquellos signos de cosas nos percatemos de cuánto hemos .adelantado en este deseo, nos conozcamos a nosotros mismos y nos excitemos más vivamente a hacer esto”2.

 

Pero la cantidad de cada cosa debe ser proporcionada al fin, como la dosis de un medicamento a la salud. Por eso también es conveniente que la oración dure tanto cuanto es útil para excitar el fervor del deseo interior; pero cuando excede a esta medida, de tal modo que no pueda prolongarse sin tedio, la oración no debe prolongarse más.

 

Sobre esto comenta San Agustín: "Se dice que los hermanos en Egipto hacen frecuentes oraciones, pero éstas muy breves y como ciertas rápidas jaculatorias; para que la intención, vigilantemente sostenida y necesaria al que ora mucho, no se desvanezca y embote por la excesiva detención"3.

 

Así, pues, uno ora continuamente, ya por la perseverancia del deseo, ya porque no suspende el orar en horas determinadas, ya por el efecto, o en cl mismo que ora, el cual permanece, aun después de la oración más devoto, o también en otro, como cuando alguno por sus beneficios induce a otro a que ore por él, aun cuando él mismo cese de orar y descanse.

 

Ciertamente se dice en San Mateo: Cuando orareis, no habléis mucho (6, 7). Pero de aquí no se sigue que la oración no debe ser de larga duración. Como explica San Agustín: "Orar largo tiempo no es orar diciendo muchas palabras; un largo discurso no es lo mismo que un afecto de larga duración; porque del mismo Señor está escrito que pasó la noche en oración y que oró más prolijamente para darnos ejemplo." Y después añade: "Apártese de la oración el mucho› hablar, mas no falte el ruego abundante, si persevera fervorosa la intención; pues hablar mucho es emplear palabras superfluas para pedir en la oración una cosa necesaria; y el rogar mucho es interesar a aquél a quien se ruega con insistente y piadosa excitación del corazón. Pero de ordinario este negocio se trata más con gemido que con palabras, más llorando que hablando."

 

Así, pues, la prolijidad de la oración no consiste en que se pidan muchas cosas, sino en que el afecto persevere en desear una. Por eso se dice que el Señor oraba con mayor vehemencia, diciendo las mismas palabras (Mc 14, 39; Lc 22, 43).

(2ª 2ae, q. LXXXIII, a. 14)

Notas:

1 Ad Probam, epíst. 130 a 121, cap. 9. 258

2 Ad Probam, loc. cit.

3 Ad Probam, loc. cit., cap. 10.

 

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