lunes, 19 de octubre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 201

 

Lunes de la 29ª semana

COSAS NECESARIAS PARA ADQUIRIR

Y ACRECENTAR LA CARIDAD

 

La caridad es tan útil que es menester trabajar con todo empeño para adquirirla y acrecentarla. Dos condiciones son especialmente necesarias para adquirirla y otras dos para aumentarla, una vez lograda.

 

I. Para adquirir la caridad es menester, en primer lugar, escuchar diligentemente la palabra divina. Y así como cuando oímos cosas buenas de otro, nos inflamamos en amor hacia él; así, al escuchar la palabra de Dios, nos encendemos en amor de Dios, como dice el Profeta David: Tu palabra es encendida en gran manera, y tú siervo la ha amado (Sal 118, 140). Y aquellos dos discípulos (los de Emaús), ardiendo en amor divino, decían: ¿Por ventura no ardía nuestro corazón dentro de nosotros, cuando en el camino nos hablaba, y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32)

 

En segundo lugar, el pensamiento continuo de cosas buenas. Se acaloró mi corazón dentro de mí (Sal 38, 4). Si quieres, pues, conseguir el amor divino medita en cosas buenas. Porque sería demasiado duro de corazón el que meditando en los beneficios divinos, recibidos, en los peligros de que se libró, y en la bienaventuranza prometida por Dios, no se encendiese en el amor divino. Por eso dice San Agustín: "Duro es el corazón del hombre que, aunque no rehusando amar, al menos no quiera responder al amor". En general, así como los malos pensamientos destruyen la caridad, así los buenos la adquieren, la nutren y la conservan.

 

II. Hay también dos condiciones para aumentar la caridad adquirida.

 

La primera es la separación de las cosas terrenas. El corazón no puede ser llevado perfectamente a cosas diversas y opuestas; por lo cual nadie puede amar a Dios y al mundo; y consiguientemente, cuanto más se aleja nuestra alma del amor de lo terreno, tanto más se afirma en el amor divino. Y así dice San Agustín: "Veneno de la caridad es la esperanza de alcanzar o retener las cosas temporales; su alimento es la disminución de la codicia, su perfección, la negación de la codicia. Quienquiera, pues, que desee aumentar la caridad, debe esforzarse en disminuir la codicia. Ésta consiste en un deseo ferviente de alcanzar u obtener bienes temporales. Comienza a disminuir cuando se tiene a Dios, que es el único que no puede tenerse sin ser amado. Para ello se han establecido las órdenes religiosas, en las que se trabaja por desarraigarse de las cosas mundanas y corruptibles y por elevarse a las divinas. Esto se expresa en estas palabras: Se descubrió el sol, que había estado antes cubierto de nubes (2 Macab 1, 22). El sol, el decir, el entendimiento humano, está cubierto de nubes cuando se ha dado a las cosas terrenas, pero brilla cuando se aleja y aparta del amor de lo terreno. Porque entonces el amor resplandece también y crece en él.

 

La segunda condición, es una paciencia firme en las adversidades; porque cuando sufrimos cosas pesadas por aquél a quien amamos, el amor no se destruye, sino que crece. Y por eso los varones santos que sufren adversidades por Dios, se afirman más en su amor, como el artista ama más la obra de arte en que más trabajó. De ahí es que los fieles tanto más se elevan en el amor de Dios, cuanto más aflicciones sufran por él.

(In Decalog., c. IV)

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