Viernes de la tercera semana de Pascua
PENALIDADES DE LA VIDA PRESENTE
El bautismo tiene la
virtud de quitar las penalidades de la vida presente; pero no las quita durante
la presente vida, sino que por su virtud serán quitadas a los justos en la
resurrección: cuando esto, que es mortal, fuere revestido de inmortalidad (1
Cor 15, 54). Y esto con razón:
1º) Porque por el
bautismo se incorpora el hombre a Cristo, y se hace miembro suyo. Así, es
conveniente que se verifique en el miembro incorporado lo que se verificó en la
cabeza. Mas Cristo desde el principio de su concepción estuvo lleno de gracia y
de verdad; y, no obstante, tuvo un cuerpo pasible, que resucitó a la vida
gloriosa después de su Pasión y Muerte. Por consiguiente, también el cristiano
consigue en el bautismo la gracia en cuanto al alma; tiene, empero, un cuerpo
pasible, con el que pueda padecer por Cristo, pero, finalmente, será resucitado
para una vida impasible. Por lo que el Apóstol dice en Romanos 8, 11: Quien
resucitó a Jesucristo de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos
mortales por su Espíritu que habita en nosotros. Y poco después (v.17) añade:
Herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser con
él también glorificados.
2º) Porque es
conveniente que no desaparezcan las penalidades ahora por el ejercicio
espiritual, o sea, para que combatiendo el hombre contra la concupiscencia y
las demás flaquezas, obtenga la corona de la victoria. Por eso, comentando las
palabras de Romanos 6, 6: para que fuera destruido el cuerpo de pecado, dice la
Glosa: Si después del bautismo continúa el hombre viviendo en esta tierra,
tiene que luchar contra la concupiscencia y, con la ayuda de Dios, tiene que
vencerla. Este combate fue prefigurado así en Santiago 3, 1-2: Estos son los
pueblos que el Señor dejó subsistir para probar con ellos a Israel... para que
las generaciones de los hijos de Israel aprendieran el arte de la guerra.
3º) Fue conveniente
que no desapareciesen las penalidades aquí para que los hombres no se acercasen
al bautismo con el fin de obtener la impasibilidad de la vida presente en lugar
de acercarse para alcanzar la vida eterna. Por lo que el Apóstol dice en
primera carta a los Corintios 15, 9: Si solamente pensando en esta vida tenemos
puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los
hombres.
Comentando la
expresión de la carta a los Romanos 6, 6: para que no sirvamos al pecado, dice
la Glosa: De la misma manera que quien hace prisionero a un enemigo ferocísimo,
no lo mata en el acto, sino que lo deja vivir algún tiempo con deshonor y
sufrimiento, así Cristo primero nos ha ligado a la pena, para desligarnos de
ella en el futuro.
La pena del pecado es
doble: infernal y temporal. Cristo destruyó enteramente la infernal para que no
la experimenten los bautizados y los verdaderamente arrepentidos. Pero no
suprimió del todo la pena temporal: ya que permanece el hambre, la sed, la
muerte, pero ha destruido su reino y su dominio, de tal modo que el hombre no
les tema, pero al final la destruirá del todo.
El pecado original
siguió este proceso: primero, la persona contagió a la naturaleza, y, después,
la naturaleza contagió a la persona. Pero Cristo, siguiendo un orden inverso,
repara primeramente lo concerniente a la persona, y, después, repara, de modo
simultáneo en todos, lo concerniente a la naturaleza. Por tanto, el bautismo
borra instantáneamente en el hombre la culpa del pecado original y también la
pena, consistente en carecer de la visión divina, cosas ambas que pertenecen a
la persona. Pero las penalidades de la vida presente, como la muerte, el
hambre, la sed y otras semejantes, corresponden a la naturaleza, cuyos
principios las causan, en la medida en que está despojada de la justicia
original. Por tanto, estos defectos sólo desaparecerán en la reparación definitiva
de la naturaleza mediante la resurrección gloriosa.
(3ª
part. q. LXIX, a. 3).
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