Miércoles de la cuarta semana de Pascua
¿PUEDE SABER EL HOMBRE SI ESTÁ EN GRACIA?
I. A veces conviene
que ignoremos la presencia de Dios por la gracia en nosotros.
1º) Para que el temor
del juicio futuro nos humille. Bienaventurado el hombre que siempre está
pavoroso; mas el que es de duro corazón, es decir, aquél a quien no afecta el
temor del castigo futuro, se precipitará en el mal (Prov 28, 14). Este temor
humilla al hombre; por lo cual conviene a veces ignorar si la gracia está en
nosotros. San Gregorio dice: "Quiso Dios que nuestros bienes nos fuesen
inciertos, a fin de que poseyéramos una gracia cierta, la humildad".
2º) Para que no le
precipite la presuntuosa seguridad. Porque cuando digan paz y seguridad,
entonces les sobrecogerá una muerte repentina (1 Tes 5, 3). San Jerónimo dice:
"El temor es guardián de las virtudes, la seguridad hace fácil la
caída."
3º) Para que esperemos
vigilantes y deseosos la gracia de Dios. Bienaventurado el hombre que me oye, y
que vela a mis puertas cada día... (Prov 8, 34).
II. A veces revela
Dios a algunos, por privilegio, que tienen la gracia, para que comience en
ellos, aun en esta vida, el gozo de la seguridad, y con más confianza y
fortaleza lleven a cabo obras grandes, y soporten los males de la vida
presente. Sin embargo, uno puede conocer conjeturalmente que tiene la gracia
por cuanto siente deleite en Dios y desprecia las cosas mundanas, y que no le
arguye la conciencia de algún pecado mortal. En este sentido puede
interpretarse lo que dice el Apocalipsis: Al vencedor daré yo maná escondido...
que no sabe ninguno, sino aquél que lo recibe (2, 17), pues el que lo recibe lo
conoce por cierta sensación de dulzura que no experimenta el que no lo recibe.
(1ª 2ae , q. CXII, a.
5)
Existen principalmente
tres señales por las cuales puede conocerse conjeturalmente la presencia de la
gracia en el alma:
1º) El testimonio de
la conciencia, como dice el Apóstol: Nuestra gloria es ésta, el testimonio de
nuestra conciencia (2 Cor 1, 12). Por eso escribe San Bernardo: "Nada más
claro que esta luz, nada más glorioso que este testimonio, cuando el espíritu
se ve en la verdad; pero ¿de qué modo? Púdico, modesto, temeroso, circunspecto,
sin que nada le haga ruborizarse en presencia de la verdad. Esto es,
ciertamente, lo que deleita a las divinas miradas sobre todos los bienes del
alma".
2º) El gozo de la palabra
de Dios, no sólo para escucharla, sino también para practicarla. El que es de
Dios oye las palabras de Dios (Jn 8, 47). A este respecto dice San Gregorio:
"Está mandado desear la patria celestial de la verdad, despreciar la
gloria del mundo, no apetecer las cosas ajenas y hacer limosnas con las
propias. Juzgue cada cual en su conciencia si esta voz del Señor prevalece en
sus oídos y así sepa si es de Dios."
3º) El gusto interior
de la divina sabiduría, que es como un anticipo de la eterna bienaventuranza.
Gustad, y ved que el Señor es suave (Sal 33, 9), esto es, por su gracia en
nosotros. Y San Agustín dice: "Puesto que mientras estamos en el cuerpo,
vivimos ausentes del Señor (2 Cor 5, 6), gustemos al menos cuán suave es el
Señor, que nos dio en prenda el espíritu, por el que, experimentamos su dulzura
y deseamos ver la misma fuente, donde seremos purificados con sobria embriaguez
y seremos regados como el árbol que ha sido plantado junto a las corrientes. de
muchas aguas". Y añade: "Haz, Señor, te ruego, que guste con amor lo
que gusto con el conocimiento; sienta con el corazón lo que siento con el
entendimiento; yo te debo más que todo lo que soy; pero ni tú posees más, y yo
no puedo darte más de todo lo que yo soy. Tráeme, Señor, a tu amor, llévate
todo lo que yo soy."
(De Humanitate
Christi)
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