sábado, 16 de mayo de 2020

La obra de San Luis Orione reposa en una vida interior intensa



Al alba del 13 de enero de 1905, un violento terremoto devasta la región de Marsica, en el centro de Italia, mientras la nieve cubre los alrededores. Las víctimas se cuentan por centenares. Una mañana, después de una larga noche de insomnio, un adolescente de quince años, Secondo Tranquilli, con su hermano, únicos supervivientes de su familia, ve cómo un sacerdote menudo en estado lamentable, con barba de diez días, transita en medio de las ruinas, rodeado de una banda de niños que han perdido a sus familias. En ese momento, llegan unos automóviles : es el rey, que viene a visitar los lugares siniestrados. Nada más alejarse el rey, el sacerdote hace subir a los niños que ha recogido en uno de los autos. Los agentes se oponen. El rey se percata del conflicto y acepta que los niños sean conducidos de ese modo hasta Roma para ser atendidos. Sorprendido y admirado, Secondo pregunta quién es ese sacerdote. « Un tal don Orione, un sacerdote más bien extraño » —le responde una mujer de edad.

Unas buenas piernas
El sacerdote de esa anécdota maravillosa había nacido en el seno de una humilde y pobre familia piamontesa de Pontecurone, en la diócesis de Tortona (noroeste de Italia) ; el padre, Víctor Orione, que no es nada religioso, es empedrador de calles, y la madre, Carolina, se encarga de la casa con cierta rudeza, pero también con una fe profunda. Nacido en 1872, Luigi (Luis), al igual que sus tres hermanos mayores, recibe de la madre una educación rigurosa. Les inculcan especialmente dos principios : « Dios está aquí » y « Dios os ve ». Luis, que recibe de sus camaradas el sobrenombre de « gato salvaje », tiene un temperamento ardiente. Dirá de su madre más tarde : « ¡ Ella me enderezó ! ». Pero ella le enseña igualmente el amor hacia la pobreza y los pobres. Un día, al regresar empapado a casa sin el paraguas que le habían entregado, se explica así : « Se lo he dado a un viejo sin hogar ; en cambio, yo tenía buenas piernas para correr ». Un sacerdote, capellán del hospital y que ejercerá sobre él una profunda influencia, lo lleva de buena gana consigo cuando va a visitar a los enfermos. Muy pronto germina en el turbulento Luis el deseo de hacerse sacerdote. Sin embargo, su padre no tarda en sacarlo de la escuela para que trabaje junto a él en las calles de las regiones de Tortonese y Monferrat. Desde los diez a los trece años, el niño aprende el rudo oficio de empedrador, experimentando el mundo real a través de la fatiga y de la disciplina impuesta por el trabajo manual. Durante toda su vida, don Orione se sentirá próximo a los más humildes y a los obreros, cuya tarea conoce por experiencia.


Tras conocer a un padre capuchino, Luis pide permiso para seguirlo, ingresando en los capuchinos de Voghera el 14 de septiembre de 1885. Pero padece una grave neumonía antes del final del curso académico, de tal modo que el médico estima que pronto morirá. Sin embargo, el enfermo recupera poco a poco la salud, pero sus superiores capuchinos la consideran insuficiente para que pueda llevar su pauta de vida. En octubre de 1886, gracias a un sacerdote amigo, ingresa en el Valdocco de Turín, en los Salesianos. Allí, se une con profundo afecto sobrenatural a su fundador, don Bosco, que se convierte en su confesor. En Turín, Luis descubre también la obra de san Benito José Cottolengo (1786-1842) : la Piccola casa della divina Provvidenza. Ese inmenso hogar de alivio de todas las miserias (actualmente uno de los hospitales más grandes del mundo), modestamente llamado Pequeña casa de la divina Providencia, será para Luis una fuente de inspiración. Pero la marcha de don Bosco al cielo en 1888, lo sume en una profunda pena y en una gran perplejidad : ¿ debe quedarse en los Salesianos o hacerse sacerdote diocesano ? Pide ingenuamente al Señor tres señales para saber si debe ingresar en el seminario : la primera, que le acepten sin haber presentado la solicitud ; la segunda, tener una sotana que le siente perfectamente sin que le hayan tomado medidas ; la tercera, poder ver cómo su padre, alejado de toda práctica religiosa, regresa a Dios. Las tres peticiones se cumplen providencialmente, por lo que, el 16 de octubre de 1889, Luis entra en el seminario de Tortona. Toma conciencia entonces de la agitación social y religiosa de su época, y escribe : « Hay una necesidad y un remedio supremo para curar las heridas de este pobre país, tan hermoso y tan desdichado : conquistar el corazón y el afecto del pueblo e iluminar a los jóvenes » explicándoles el dogma de la Redención, y uniéndolos al Papa. Se compromete en las obras de caridad con la Sociedad de Mutuo Socorro San Marciano y la Conferencia de San Vicente de Paúl.

En su encíclica Centesimus annus, el Papa san Juan Pablo II exhortaba a los cristianos a evangelizar su entorno y a poner remedio a los males de la sociedad mediante la aplicación de la doctrina social de la Iglesia : « La nueva evangelización, de la que el mundo moderno tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en más de una ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la doctrina social de la Iglesia, que sigue siendo idónea para indicar el recto camino a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea, mientras crece el descrédito de las ideologías. Hay que repetir que no existe verdadera solución para la cuestión social fuera del Evangelio y que, por otra parte, las cosas nuevas pueden hallar en él su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral » (1 de mayo de 1991, núm. 5).

Expulsado
En 1892, el padre de Luis muere piadosamente, por lo que, al verse privado de recursos, no puede pagarse el seminario. Sus superiores le consiguen entonces el cargo de guardián de la catedral, que le procurará 22 liras al mes, suma suficiente para continuar los estudios. Una mañana, el joven párroco se encuentra a un muchacho que llora porque, tras haber alborotado en el catecismo, ha recibido una bofetada y ha sido expulsado. Luis lo toma misericordiosamente en su cuarto y reemprende la lección interrumpida. Al día siguiente, de buena mañana, el niño regresa con algunos compañeros. Luis les enseña el catecismo y pone a su disposición la habitación donde vive, con los libros necesarios. Poco a poco, el número de sus alumnos aumenta, alcanzando pronto la cincuentena. Pero los canónigos de la catedral, incomodados por esa pandilla ruidosa, deciden reducir el salario del guardián de veintidós a doce libras al mes. Luis promete no reunir más a los niños en su cuarto, y consigue así el restablecimiento de su salario ; en adelante, los reunirá en una plazoleta donde podrán jugar, rezar y estudiar. Al ver que los muchachos ya no deambulan por allí, el obispo se informa del motivo del cambio. Llama entonces a Luis y le ofrece, para los niños, su propio jardín. Es así como nace, el 3 de julio de 1892, el Oratorio de San Luis.

Algunos de esos jóvenes desean convertirse en sacerdotes, pero no pueden pagarse el seminario ; don Luis obtiene de su obispo la autorización para fundar un colegio para ellos. Un día dirá : « Las vocaciones de niños pobres al sacerdocio son, después del amor al Papa y a la Iglesia, mi ideal más preciado, el amor sagrado de mi vida ». Así pues, se pone a buscar un local ; en su camino se cruza un alumno de los Salesianos que le pregunta : « Don Luis, ¿ dónde va con tanta prisa ? —¡ Corro a abrir un colegio ! —Pues entonces me inscribo —responde el alumno con entusiasmo. Pero, ¿ dónde puedo inscribirme ? —Justamente estoy buscando un local ». El padre del muchacho dispone precisamente de una casa que intenta alquilar por 400 liras. Luis experimenta un momento de espanto, pues no dispone de esa suma, pero, confiando en la Providencia, cierra el trato. En la calle, una señora mayor a la que conoce lo interpela : « Don Orione, ¡ qué agradable sorpresa ! ¿ Qué hace por aquí ? —Quiero abrir un colegio… —Pues entonces le ruego que tome a mi sobrino. ¿ Cuánto pide por su escolaridad ? —¡ Oh !, muy poco, lo que quiera… —Si le doy 400 liras, ¿ cuánto tiempo lo tendrá ? —¡ Durante todos sus estudios ! —responde con humor pero no sin emoción. La señora le entrega enseguida esa cantidad. Poco después, Luis es convocado por el obispo : « Retiro mi bendición —le dice el prelado— ; no quiero oír hablar más de tu colegio ». Aterrado, Luis responde respetuosamente : « Monseñor, lo siento mucho, pues todo había salido tan bien… ». Y explica con gran sencillez lo que acaba de suceder. Estupefacto a su vez, el obispo reconsidera su decisión : « ¡ Vamos, ponte de rodillas, te devuelvo mi bendición ! ». De ese modo, el 16 de octubre de 1893, don Luis, todavía seminarista, abre un colegio que servirá de seminario menor para las vocaciones de niños pobres, en el barrio de San Bernardino. Son muchas las calumnias que se profieren contra él, pero su obispo lo apoya y le concede permiso para predicar en favor de su obra en todas las iglesias de la diócesis.

El pan, la paz y el paraíso
El 13 de abril de 1895, Luis es ordenado sacerdote. Celebra su primera Misa rodeado de sus jóvenes y, por especial privilegio del obispo, impone el hábito clerical a seis alumnos de su colegio, primicia de los cimientos de su congregación : la Pequeña Obra de la Divina Providencia. Durante su primera Misa, ha pedido al Señor tres gracias para quienes se acerquen a él y a su obra : « El pan, la paz y el paraíso ». Luis siente en él la sed redentora de Jesús por las almas. Conoce el riesgo por la condenación eterna que corren sus contemporáneos, y repetirá a sus religiosos : « Salvar siempre, salvar a todos, salvar aun a riesgo de todo sacrificio, con pasión redentora y con holocausto redentor ». Dirige al Señor esta oración : « Venid, ¡ oh Señor Jesús ! Resucitad en todos los corazones, en todas las familias. Escuchad el grito angustioso de las multitudes que se alza hacia vos, ¡ oh, Señor ! Os pertenecen, son vuestra conquista, ¡ oh, Jesús, mi Dios y mi Amor ! ».

Muy pronto, don Orione es llamado a abrir nuevas casas en Italia y en Sicilia. Con el paso del tiempo, el campo de actividades de su Pequeña Obra se amplía cada vez más. Al principio se trataba de acoger a niños abandonados, de fundar colegios para los jóvenes sin recursos, pero rápidamente se añaden institutos para los huérfanos, los abandonados, los artesanos, casas de curas y hospicios, « poblados de caridad », « obras postescolares », leproserías, el servicio de las parroquias y de los santuarios, el apostolado misionero… La apertura en su congregación de casas de formación se hace urgente. El 21 de marzo de 1903, el obispo de Tortona concede un reconocimiento canónico a los religiosos de la Pequeña Obra, denominados Hijos de la Divina Providencia. Estos tienen como misión « conducir a los pequeños, a los pobres y al pueblo hacia la Iglesia y el Papa, mediante las obras de caridad ». Emiten un cuarto voto de « fidelidad al Papa ». Además, en las primeras constituciones de 1904, se indica que uno de los objetivos de la comunidad es trabajar para obtener la unión de las Iglesias separadas. A la manera de una « planta única formada por diversas ramas », se añaden a los sacerdotes Hermanos Cooperadores ; más tarde, con el paso de los años, los Hermanos Ermitaños, algunos de los cuales son ciegos, las Hermanitas Misioneras de la Caridad, así como las Sacramentinas, religiosas ciegas consagradas a la adoración perpetua del Santísimo y a la oración, sobre las cuales se injertarán a continuación las Contemplativas de Jesús Crucificado. Para los laicos, don Luis organiza las asociaciones de Damas de la Divina Providencia, de los Antiguos Alumnos y de los Amigos. De ese modo adquieren forma el Instituto Secular Don Orione y el Movimiento Laico Don Orione.

Simpatía por los obreros
Luis Orione está en lo posible a disposición de todos aquellos que quieren unirse a él. Su memoria excepcional le permite no olvidar a nadie. Es optimista y tiene buen humor, y le gusta también la música y la poesía de Dante y Manzoni, los dos grandes escritores católicos de Italia. Lee con asiduidad las vidas de los santos, y quiere que, en todas las casas, la Biblia, la Suma de Santo Tomás de Aquino y la Imitación de Jesucristo ocupen un lugar de privilegio. Animado de una gran pasión por la Iglesia y por la salvación de las almas, se interesa activamente por los problemas de su tiempo, como la libertad de la Iglesia, la soberanía temporal de los Papas, el socialismo y la evangelización de las masas obreras. Mediante su bondad, pone todo su empeño en reconducir al camino de la verdad a los sacerdotes influenciados por los errores de la época. La infancia laboriosa de Luis le ha hecho simpatizar con los obreros, quienes, a principios del siglo xx, se alejan de la Iglesia para adherirse a las ideologías socialistas. El trabajo de empedrador imprimió en su alma un agudo sentido de la justicia que se rebela contra la explotación de los trabajadores.

Don Orione posee el talento de conjugar, con sabia clarividencia, el servicio al prójimo con la promoción de la persona humana. Después de la Primera Guerra Mundial, multiplica la fundación de escuelas, colegios, colonias agrícolas, obras de caridad y obras asistenciales. Luis organiza sobre todo Pequeños Cottolengos, especialmente en Génova y Milán. Dichas instituciones, destinadas a los más desvalidos y a las personas abandonadas, se construyen en la periferia de las grandes ciudades. Al igual que otros tantos « nuevos púlpitos » desde los cuales se habla de Cristo y de la Iglesia, son como « faros de la fe y de la civilización ». « A quien entra en nuestra casa —dice— no se le preguntará por su nombre, sino solamente por su sufrimiento ». Ha tomado como divisa « ¡ Caritas Christi urget nos ! » (¡ El amor de Cristo nos urge ! 2 Co 5, 14), que comenta de este modo : « Deseo consumirme de amor por Dios y el prójimo, pero sobre todo por los pobres y los abandonados. Deseo estar escondido en el Corazón de Jesús crucificado, pero ir por los caminos y por las plazas con el fuego de la caridad ».

La respuesta
En su mensaje con motivo de la primera Jornada de los Pobres, el Papa Francisco escribe : « Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras » (1 Jn 3, 18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar… El amor no admite excusas : el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo ; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares : Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 10, 19) ; y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3, 16). Un amor así no puede quedar sin respuesta… Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma… La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido » (19 de noviembre de 2017).

Centrado en el amor de Jesús crucificado y resucitado, don Orione se entrega de una manera heroica con motivo de catástrofes naturales como los terremotos que se producen con frecuencia en el centro y sur de Italia, acudiendo en auxilio de las poblaciones siniestradas de Reggio, Messina y Marsica. Se constituye en protagonista decidido y eficaz de los primeros auxilios, así como de la reconstrucción que sigue a esos seísmos clasificados entre los más desastrosos que Italia haya conocido durante los años 1900. Pero su celo sacerdotal, manifestado ya mediante el envío de sus religiosos a Brasil, se extiende a continuación a Argentina y a Uruguay, a Palestina, a Polonia, a Rodas, a los Estados Unidos, a Inglaterra y a Albania. Él mismo realiza, de 1921 a 1922 y de 1934 a 1937, dos viajes misioneros a América latina hasta Chile.

La obra de don Orione reposa en una vida interior intensa. « Sin oración, no se hace nada de nada » —acostumbra a decir. « Las obras de Dios se hacen con las manos juntas y de rodillas. Incluso cuando se “corre”, hay que permanecer espiritualmente de rodillas ante Él ». Los Papas de su tiempo lo aprecian personalmente y le confían numerosas misiones. Se recurre a él para resolver problemas delicados, tanto en lo que concierne a la sociedad civil como al propio interior de la Iglesia. Por voluntad de san Pío X, es nombrado por tres años vicario general de la diócesis de Messina. Como predicador reconocido o como confesor siempre disponible, ejerce también su entusiasmo infatigable en la organización de misiones, de peregrinaciones, de procesiones o de otras manifestaciones piadosas populares, como son los belenes vivientes.

Nada sin ella
En calidad de discípulo de san Juan Bosco, Luis vive en intimidad con la Virgen María, como un hijo con su madre, no emprendiendo nada sin hacerla partícipe de ello en la oración. De ella obtiene su entusiasmo para el bien del prójimo. « ¡ Oh, Santísima Virgen, a vos llamo ! ¡ Os pertenezco, os amo ! Llevadme, ¡ oh, Virgen Bienaventurada !, entre las multitudes, a las plazas y a las calles ; ayudadme a acoger a los huérfanos y a los pobres. Salve, ¡ oh, Purísima, Inmaculada Madre de Dios ! ¡ Salve, Madre de Misericordia ! ». Anima el culto de la Virgen por todos los medios. Gracias al trabajo manual de sus seminaristas, levanta los santuarios de Nuestra Señora de la Guardia en Tortona, y de Nuestra Señora de Caravaggio en Fumo (norte de Italia). Pero a sus ojos, María debe inspirar sobre todo, a él mismo y a sus colaboradores, el espíritu de entrega total al prójimo, pidiéndole : « Dadnos, María, un alma grande, un corazón magnánimo que junte todos los dolores y todas las lágrimas. Haced que seamos realmente lo que queréis : los padres de los pobres. ¡ Que toda nuestra vida se consagre a dar a Cristo al pueblo, y el pueblo a la Iglesia de Cristo ! »

El 8 de marzo de 1940, agotado de fatiga por haberse prodigado sin tregua, se ve obligado por los médicos a abandonar su querida ciudad de Tortona para ir a descansar a San Remo, a la orilla del mar Mediterráneo : « ¡ No quiero vivir ni morir entre las palmeras —protesta—, sino entre los pobres que son Jesucristo ! ». Pero no le hacen caso, pues esperan una mejoría en su salud. Sin embargo, ha llegado la hora de la eterna recompensa, y, el 12 de marzo de 1940, por la tarde, se apaga apaciblemente murmurando estas palabras : « ¡ Me voy ! ¡ Jesús ! ¡ Jesús ! Voy hacia ti ».

El adolescente que había visto a don Luis recoger a aquellos niños en medio de los escombros del terremoto de Marsica y que, después, lo conoció muy bien, afirmará : « Lo que más me impresionó de él fue la tranquila ternura de su mirada. La claridad de sus ojos tenía la bondad y la clarividencia que se hallan en algunas viejas campesinas que sufrieron pacientemente toda suerte de tribulaciones y que, por ello mismo, comprenden o adivinan las penas más secretas. En algunos momentos, tenía la impresión de que veía en mí más claramente que yo mismo ; pero no era una impresión desagradable ».

Con motivo de su primera exhumación, en 1965, el cuerpo de don Orione se encontró incorrupto. La beatificación de ese sacerdote por san Juan Pablo II, el 26 de octubre de 1980, ha provocado una afluencia de peregrinos que acuden a Tortona a arrodillarse y a rezar al pie del relicario donde se depositó su cuerpo, en el santuario de Nuestra Señora de la Guardia. Con motivo de su canonización, el 16 de mayo de 2004, el propio Papa afirmaba : « Su testimonio aún está vivo en la actualidad. El mundo, dominado con demasiada frecuencia por la indiferencia y la violencia, necesita a personas como él que llenen de amor los surcos de la tierra atestados de egoísmo y de odio ». Actualmente, la Pequeña Obra de la Divina Providencia está formada por más de 1000 religiosos, 950 religiosas y alrededor de 200 personas consagradas en el Instituto Seglar Orionista. La Familia Orionista se extiende por los cuatro continentes y en treinta y cuatro naciones.

« Luis Orione —decía san Juan Pablo II— se dejó guiar solamente y siempre por la lógica del amor… Tenía la entereza y el corazón del Apóstol Pablo ». Pidamos a este santo que nos arrastre hasta su estela de amor sobrenatural al prójimo y de celo por la salvación de las almas.



Dom Antoine Marie osb



Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com



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