lunes, 11 de mayo de 2020

Meditaciones del tiempo pascual con textos de Santo Tomás de Aquino 30


Lunes de la quinta semana de Pascua

FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO


Mis flores son frutos de honor y de riquezas (Eclo 24, 23).

I. De dos maneras puede ser el fruto: adquirido, por el trabajo o por el estudio; y producido, como es producido el fruto por el árbol. Las obras del Espíritu Santo se llaman frutos, no como alcanzados o adquiridos, sino como producidos; mas el fruto que es alcanzado tiene razón de fin último, no así el fruto producido. No obstante, el fruto así tomado encierra dos cosas: es lo último del que lo produce, como el fruto es lo último que produce el árbol, y es suave y deleitable, como dice la Escritura: Su fruto dulce a mi garganta (Cant 2, 3).

Así, pues, las obras de las virtudes y del espíritu son algo último en nosotros. Porque el Espíritu Santo está en nosotros por gracia, mediante la cual adquirirnos el hábito de las virtudes, y con él somos poderosos para obrar de acuerdo a la virtud. Son también deleitables. Tenéis vuestro fruto en santificación (Rom 6, 22), es decir, en obras santificadas, y por lo tanto se llaman frutos.


Se llaman, además, flores con relación a la bienaventuranza futura, porque así como de las flores se concibe la esperanza del fruto, igualmente de las obras virtuosas se concibe la esperanza de la vida eterna y de la bienaventuranza. Y así como en la flor se da cierta incoación del fruto, de la misma manera en las obras de las virtudes existe cierta incoación de la bienaventuranza que tendrá lugar cuando se perfeccionen el conocimiento y la caridad.

Por consiguiente, las obras de las virtudes han de apetecerse por sí mismas de dos maneras: o porque encierran en sí mismas la dulzura, o la causa de la bienaventuranza, que es su fin; del mismo modo que una medicina dulce se apetece formalmente por sí misma, pues tiene en sí algo que la hace apetecible, la dulzura, y también se apetece por el fin, que es la salud.

II. Por todo esto se ve por qué el Apóstol llama efectos a las obras de la carne, y a los frutos del espíritu los llama frutos. Pues se llama fruto algo final y suave por sí. Mas lo que se produce de otro, contra naturaleza, no tiene razón de fruto, sino que es producido por otro germen.

Las obras de la carne y de los pecados están fuera de la naturaleza de las cosas que Dios ha sembrado en nuestra naturaleza. Pues Dios depositó ciertas semillas en la naturaleza humana, es decir, el apetito natural del bien y el conocimiento, y añadió, además, los dones de la gracia. Por lo tanto, puesto que las obras de las virtudes son naturalmente producidas por aquéllos, se llaman frutos, y no obras de la carne; frutos del espíritu, que nacen en el alma por la semilla de la gracia espiritual.

Es claro que las obras de las virtudes se llaman frutos del espíritu, no sólo porque encierran en sí suavidad y dulzura, sino también porque son cierto producto final, según la conveniencia de los dones.

La diferencia entre dones, bienaventuranzas, virtudes y frutos se establece del modo siguiente: en la virtud debe considerarse el hábito y el acto. El hábito de la virtud perfecciona para obrar bien. Si perfecciona para obrar al modo humano, se llama virtud; si perfecciona para obrar de un modo sobrehumano, se llama don.

El acto deja virtud, o es perfectivo, y en este caso se llama bienaventuranza, o es deleitoso, y así es fruto.
(In Gal., V)

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