martes, 12 de mayo de 2020

Meditaciones del tiempo pascual con textos de Santo Tomás de Aquino 31


Martes de la quinta semana de Pascua

NÚMERO DE LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO


De la una y de la otra parte del río, el árbol de la vida, que da doce frutos (Apoc 22, 2). El Apóstol enumera convenientemente doce frutos, en la epístola a los Gálatas (5, 22-23). Debe considerarse la distinción de estos frutos según el diverso procedimiento del Espíritu Santo en nosotros, esto es, según que el espíritu del hombre se ordene: 1º, en sí mismo; 2º, a las cosas próximas a él; 3º, a las que le son inferiores.

I. El espíritu del hombre se ordena en sí mismo, cuando se conduce rectamente en los bienes y males.

La primera disposición del corazón del hombre para el bien es por amor, que es la primera afección y raíz ele todas las afecciones, y por consiguiente se pone la caridad como primer fruto del espíritu, en la cual se da especialmente el Espíritu Santo, como en propia semejanza, puesto que él es amor. Al amor de caridad sigue necesariamente el gozo; porque todo el que ama goza la unión del amado, y la caridad tiene siempre presente a Dios, a quien ama. Quien permanece en caridad, en Dios permanece y Dios en. él (1 Jn 4, 16). Por lo cual el gozo es consecuencia de la caridad.


Mas la perfección del gozo es la paz en dos conceptos:

1º) En cuanto a la quietud respecto de las conturbaciones exteriores, pues no puede gozar perfectamente del bien amado el que en su fruición es perturbado por otras cosas; y además quien tiene el corazón perfectamente pacífico en un objeto, no puede ser molestado por ningún otro, porque reputa lo demás como nada. Por lo cual se dice: Mucha paz para los que aman tu ley; y no hay para ellos tropiezo (Sal 118, 165), porque no son perturbados por cosas exteriores que les impidan gozar de Dios.

2º) En cuanto al sosiego del deseo fluctuante, porque no goza perfectamente de algo aquél a quien no basta lo que goza, y la paz lleva consigo estas dos cosas, es decir, que no seamos turbados por las cosas exteriores, y que nuestros deseos reposen en un solo objeto; por esto, después de la caridad y del gozo, se designa en tercer lugar la paz.

En los males se halla bien dispuesta el alma en cuanto a dos cosas: 1º, en no ser perturbada por la inminencia de males, lo cual corresponde a la paciencia; y 2º, en que tampoco se turbe por la dilatación de los bienes, lo cual pertenece a la longanimidad; pues el carecer del bien tiene razón de mal *.

En lo que está cerca del hombre, es decir, el prójimo, la mente del hombre se dispone bien:

1º) En la voluntad de hacer el bien, y esto pertenece a la bondad.

2º) En el ejercicio de la beneficiencia; y a esto responde la benignidad; pues dicen benignos a aquellos a quienes el fuego del amor enfervoriza para hacer bien a los prójimos.

3º) En tolerar ecuánimemente los males causados por aquéllos (los prójimos); a lo cual responde la mansedumbre, que cohíbe la ira.

4º) En que no solamente no perjudiquemos a los prójimos con la ira, sino que ni aun con el fraude o el engaño; y a esto se refiere la fe, en el sentido de fidelidad; pero si se toma por la fe con la que se cree en Dios, por ésta se ordena el hombre a lo que está sobre él, sometiendo su entendimiento a Dios, y por consiguiente, a todas las cosas que son de Dios.

III. Respecto a lo que es inferior al hombre, éste se dispone bien, en cuanto a las acciones exteriores, por la modestia, que guarda moderación en todos los dichos y en los hechos; en cuanto a las concupiscencias inferiores, por la continencia y la castidad, ya se distingan estas dos en el sentido de que la castidad refrena al hombre de lo lícito; ya en que el continente sufre las concupiscencias, sin dejarse seducir, y el casto ni las sufre ni sucumbe.
(1ª 2ae , q. LXX, a. 3)

Nota:
* Ethic., lib. V, cap. 3.


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